Blog del posgrado de crónica de la Especialización en periodismo cultural de la Facultad de Periodismo de la UNLP
jueves, 15 de mayo de 2014
Una dosis del "Lacra"
Vas a reseñar un libro y
lo primero que te piden las costumbres periodísticas es que le preguntes algo
al texto, que te plantees una hipótesis y que busques respuestas a lo largo de
tu disertación. Te sumerges en la web y el autor te quita el empuje, te saca la
batería, cuando lo ves diciéndole a otro periodista que “las preguntas tienen
inteligencia y las respuestas nunca”. Listo, puedes olvidarte de interpelar su
obra. Te dices que, si la idea de reseñar un libro es exaltarlo, y las respuestas nunca pueden ser buenas, mejor
no preguntarle nada a esta obra.
Entonces ¿a dónde apuntar?
A la memoria. Si el libro es de crónicas autobiográficas, ese tiene que ser el
punto de partida.
Viene el autor y le sigue
respondiendo a ese otro “La mente es una enfermedad, pero al mismo tiempo me
siento como si viviera equivocado. Tengo un vicio, es así, cuando hilvano mi
vida, un buen recuerdo termina en un mal recuerdo inexorablemente” Como dirían
los argentinos: ¡Pucha! Segundo Strike. Prozac metafórico y seguir tipeando...
Como joven, a veces se
hace difícil pensar a un casi septuagenario “cool”, canchero, que no haya
formado parte antes de Kiss, Guns 'n' roses o AC/DC. Resulta que la Argentina tiene, al menos, uno: Enrique Symns. Y no
es que sea un “abuelito rock” o uno de esos que hablan todo el tiempo de “sus
tiempos” y de la felicidad de aquellos olvidados días. Symns tiene otra
experiencia del pasado: “se aprende del miedo y se aprende del dolor, de la
dicha no se aprende nada”, le dice a Guido Carelli
Lynch para la Revista Ñ.
Outlaw, outsider y rodeado
por la decadencia, dejándose consumir por ella. Así es el Symns de El señor
de los venenos, editado en 2009 y reimpreso en 2013 por El cuenco de plata.
Sin embargo, no se para a compadecerse de sí mismo ni pretende que el lector lo
haga; aunque por momentos pueda aparecerse como un hombre brillante, condenado
a la vida de la calle, las drogas y la ilegalidad, no hay espacio en este
discurso para la lástima y la compadecencia. A Symns no se le quiebra la voz
cuando escribe los momentos más oscuros. Esa vida turbulenta que llevó no busca
tranformarse tampoco en el diario de viajero del hippie que teje pulseritas
–que alguna vez le tocó tejer– o en la evidencia y testimonio del prontuario criminal
del joven delincuente –que está bastante explícitamente anotado– . Es una obra
que no trata de ser todo lo que es, que no trata de ser nada más allá de sí
misma y abarca mucho más allá de sus propios límites enunciativos.
“La mayor parte de los
libros transitan por las pulcras plazas de la civilización, una cantidad
bastante menor se interna en los bosques donde circulan leyendas y fantasías y
solamente un puñado de textos se sumerge en la selva de lo innominado y nos
hace sentir la presencia exhuberante y peligrosa de aquello que crece y se
manifiesta lejos de las ciudades del pensamiento.” Symns reflexiona en el
prólogo a esta cuarta edición el carácter social de esta obra, que lo muestra a
él como personaje principal, pero lo sitúa dentro de un mundo que puede pasar
muchas veces inadvertido por el paseante que se desplaza levitando por las
calles... hasta que, como a Baudelaire, se le cae la aureola; se topa con Symns
(este Symns o cualquier otro) y se vuelve consciente de ese otro lado del
mundo.
El Señor de los venenos no sólo es un
muestrario de drogas, escenarios oscuros, desventuras y experiencias
transgresoras del orden; no es sólo el paso de un joven, que luego se
convertiría en hombre, por distintos paisajes, acompañado de distintas personas
(con distinto grado de moral y aprecio por el prójimo); no es, como algunas
otras autobiografías, un catálogo de primeras veces; no es sólo el vertido
terapéutico de este hombre, que ya bastante mayor ha decidido usar la literatura
para dejar huella de su paso por este plano. Tampoco diré lo que sí es, pues la
obra no merece que se la encuadre de tal forma y se le anule ese carácter
anárquico que exhuma por todos lados.
El “Lacra”, como en algún
momento fuera apodado, se identifica como un depredador que no vive sino que
“persiste”. Sin embargo, el que escribe, lleno de artimañas y con el amplio
portafolio de tácticas de distracción, bien podría estarnos soplando confetti a
la cara; después de todo, “la traición y el engaño producen un sentimiento
indescriptible de satisfacción”.
Erika Hernández Lehmann
Walsh: lo real y lo literario
Rodolfo Walsh
¿Cómo se lee una
“obra”? Hay que preguntarse, cuando se hace frente a libros como El violento oficio de escribir, qué
significa dar cuenta de una “obra”, de un corpus de textos ordenados
cronológicamente. Si, como Barthes y otros han dicho, no hay separación posible
entre la literatura y la vida, la lectura de la compaginación, selección y
notación de los escritos periodísticos de Rodolfo Walsh puede aproximarnos a
una idea sobre cómo fue construida su figura de escritor y militante, o bien
cuáles son los intercambios que un torrente de textos mantienen con una vida.
Tres instancias de lectura, entonces.
Hay una
primera operación a leer aquí: Walsh vuelve sobre lo leído y lo oído, y estas
recensiones y transcripciones —formas de dar cuenta de los discursos de los
otros— constituyen las condiciones inmateriales de la imaginación periodística.
Si el libro inicia con aquellos primeros comentarios sobre la literatura de
Ambrose Bierce y cierra con la “Carta abierta”, esa magnífica yuxtaposición de
datos y evidencias apabullantes sobre el nefasto saldo del primer año del
gobierno de Videla, lo que hace la obra es exhibir una sensibilidad frente al
recurso del testimonio. Es lo que aparece también en las voces de los hombres y
mujeres de las crónicas de Walsh sobre el noreste argentino, y en el
desciframiento de los mensajes en código que el Departamento de Estado
norteamericano enviaba a sus embajadas en América Latina.
Por otro lado,
la obra periodística de Walsh parece dar forma a un insospechado (anti)manual
de periodismo. Sin caer en la tentación de establecer una división entre textos
“políticos” y textos “de interés general”, lo que Daniel Link, editor de la
obra, pone en juego es un particularísimo proyecto de escritura en el que el
autor de Operación Masacre recorre
los géneros del periodismo con fascinación y destreza en partes iguales. La
explosión del Hindenburg, la historia de un chico de Montevideo que escribe
poesía desde los seis años, y la postulación delirante de un lenguaje universal
codificado no aparecen a modo de artículos “de color”. En ellos Walsh parece
afirmar la misma búsqueda de concisión narrativa y del efecto de realidad
chispeante que aparece, por ejemplo, en ese cuestionario Proust degenerado y
ansioso que le hace al recientemente electo Arturo Frondizi y en los primeros
bosquejos de las crónicas de investigación que lo harán famoso. La originalidad
periodística funciona como un compromiso estético y político frente a aquella
porción de lo real que corre el riesgo de caer en el olvido.
Como tercera
hipótesis, hay que pensar dentro y más allá de ese compromiso con lo real. El violento oficio de escribir es una
compilación de notas, crónicas y artículos publicados pero es también una
suerte de diario –comentado por Daniel Link y sus sólidas introducciones– de un
hombre que empieza a escribir cuando cae el primer peronismo y es arrancado de
la escritura luego del primer año del Proceso. Este diario y los verdaderos
diarios personales de Walsh, también editados por Link en Ese hombre y otros papeles personales, marcan una preocupación por
la “otra obra” de Walsh que escapaba a sus cuentos y novelas testimoniales,
pero de la que estos no dejan de alimentarse. El violento oficio es aquel del
periodista y autor de ficciones policiales que soñaba con ganar el Pulitzer y
escribir en La Nación , pero que
luego prefiere que sus textos lleguen a las masas, el que celebra primero a los
militares golpistas del 55 y luego reivindica al servicio secreto de
inteligencia de Perón que fracasó en ese mismo año.
Este libro es
índice de una vida, pura huella a la que se podría acceder mediante esas tres
hipótesis de lectura: la recensión sobre lo leído y oído, la práctica desde y
contra el periodismo y el diario de vida. María Moreno dice de Walsh que sus
textos eliminan la tensión entre ficción y realidad al “intervenir en lo real,
haciendo de la escritura un acto, al darle la posibilidad de modificar las
condiciones de aquello que denunciaba.” Y lo que hay de potente en este Walsh
periodista se encuentra en el modo en que la literatura –que no se debate entre
compromiso político o compromiso estético pues comprende el carácter
fantástico, misterioso y siniestro de la realidad– se hace cargo de los
contextos vivos, en que los personajes adquieren relieves precisos y firmes, y
sus voces se hacen cargo de sus experiencias.
Fernando Ojam
lunes, 12 de mayo de 2014
La patria fusilada: dos perspectivas
La
última prisión
Durante
la toma de la cárcel de Devoto –la noche anterior al 25 de mayo de 1973, en la
que asumirá el Presidente Héctor José Cámpora–
cuatro detenidos se juntan en una celda, y graban un dialogo que se convertirá
con su publicación en el testimonio más importante sobre la fuga del penal de Rawson
y las ejecuciones posteriores por parte de la dictadura militar, el año
anterior.
Es
un texto fundamental, por el valor
histórico y el trabajo periodístico. Una entrevista modelo, sobre la cual el
autor Francisco Urondo dirá: ”yo quería
intervenir lo menos posible, como corresponde a todo entrevistador, ¿no es
cierto?, que procura que hablen los
otros”.
Pero
interviene. Haciendo aclaraciones políticas –como militante que era–
facilitando la fluidez del diálogo. Paco Urondo es un poeta, para quien “no
hay ornamentación en los hechos realmente trágicos. No necesitan ningún tipo de
énfasis, especialmente cuando se ha vivido lo que ellos. Su relato tiene esa
característica, esa sequedad o austeridad, de las verdaderas tragedias”.
Alberto Miguel Camps, María Antonia Berger y
Ricardo René Haidar son tres de los diecinueve guerrilleros que se fugaron del
penal de Rawson la noche del 15 de agosto de 1972. Son además, los
sobrevivientes de las ejecuciones del día 22 en la Base Aeronaval Almirante Zar
de Trelew.
La fuga planificada y ejecutada
por las tres organizaciones armadas
más grandes –FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), Montoneros y el ERP (Ejército Revolucionario
del Pueblo) –sirvió, como lo relató Ricardo Haidar “para reconocer el valor que
tiene la convivencia y la confianza entre revolucionarios” en su única acción
conjunta de la guerra. El relato de la toma del penal transporta al lector a las celdas y al frio patagónico, y
a la concentración en el plan porque, según el propio Haidar, “ es una operación que tiene un neto
contenido estratégico, que es el de aportar combatientes a la guerra”.
No hay referencia a la colaboración
externa, silencio que demuestra que en el momento de la entrevista aún Alberto
Camps, María Berger y Ricardo Haidar corrían
peligro. Se presentan como un solo ejército, con un profundo compromiso
político con la causa popular.
La entrevista da un giro cuando Haidar, Berger y Camps
cuentan los días en los calabozos de la Base Aeronaval, y describe a un enemigo feroz, desconocido para la
opinión pública hasta este testimonio, que tortura en los interrogatorios.
En la figura de un oficial prófugo hoy en Miami, el ex teniente Roberto
Guillermo Bravo, aparece la violencia del psicópata: “Entonces Bravo saca la
pistola, la martilla y se la pone en la cabeza y le dice vas a morir hija de puta”.
Aparece un elemento desconocido, la
justicia servil, cómplice de la tortura. Los jueces que desfilan en el relato
son cómplices o empleados sin compromiso. Tienen los ojos vendados y las manos
en los bolsillos. No son menos abyectos los médicos que niegan atención a los
heridos.
El patetismo de las escenas del
fusilamiento sólo hay que leerlo. Hay olor a muerte en cada palabra. Mayor
impacto causa la conferencia de prensa en el
aeropuerto de Trelew en día 15 de agosto de 1972 a cargo de Rubén Bonet (ERP),
Mariano Pujadas (Montoneros) y María Antonia Berger (FAR), que se desarrolla con amplia cobertura
periodística nacional. Y aún con esa visibilidad pública, se atrevieron a ejecutarlos.
Los fusiladores tenían sin dudas la suma del poder público y no iban a
renunciarlo. Regresarían en 1976.
Esta
edición incluye tres capítulos nuevos: Los
caídos (II) que da cuenta del destino de los protagonistas para quienes
Devoto fue la última prisión; Los Juicios,
dedicado a la demora por comenzar los
procesos de Trelew (hoy ya con sentencias dictadas) y el último Los juicios (II) sobre la condena a los
asesinos de Urondo.
Suma, además notas al pie que, en su
esfuerzo de no intervenir en el relato, son escasas, sino insuficientes. Así
por ejemplo, se cita en cinco oportunidades
a “un personaje que era el coronel
Perlinger, que decía unos cuantos bolazos… además , se ofreció también para ser
rehén , decía que dejáramos salir a toda la gente y que se ofrecía el como
rehén…”, sin que ello motivara ninguna nota. Luis César Perlinger desalojó del despacho de
la Casa de Gobierno al presidente Arturo Humberto Illia en la madrugada del 28
de junio de 1966. Con el tiempo se arrepintió públicamente de su actitud, le
pidió disculpas personalmente al doctor Illia y se convirtió en un firme
defensor de las instituciones democráticas. El 24 de marzo de 1976, cuando se
produjo el último golpe de Estado que padecieron los argentinos, el coronel
Perlinger fue detenido, enviado al Penal Militar de Magdalena, donde permaneció
hasta marzo de 1982, y enviado con prisión domiciliaria hasta su liberación el
30 de septiembre de 1983.
El arte militante no está ausente. En las ediciones de 1973 dos poemas
de Juan Gelman, Condiciones y Glorias –que vuelven a reproducirse en
la edición actual– obran de prólogo y
epílogo.
En
la tapa y contratapa de la edición
actual hay un dibujo: La patria fusilada. Son esqueletos en el fondo de una fosa,
símbolo de las matanzas y las desapariciones, y de la llegada de la verdad.
Cuando se descubren las tumbas clandestinas empiezan a pagar los culpables. El
dibujo es de Ángela Urondo, hija de Paco
y de Alicia Cora Raboy, que desconocía su filiación y recuperó recientemente su
identidad.
Este es otro valor de ésta reedición,
que a través del arte se conecta con la otra historia: la de las últimas
víctimas de la dictadura.
Daniel
G. Montes
Parte
de la historia
El 24 de mayo a
las nueve de la noche, un día antes de que Héctor Cámpora asumiera la
presidencia y los dejara en libertad, Francisco “Paco” Urondo prende el
grabador en una de las pequeñas celdas de la cárcel de Villa Devoto. Durante
cinco horas, delante de una mesa, entrevistará a Alberto Miguel Camps y María
Antonia Berger, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y a Ricardo René
Haidar, de Montoneros. Durante esas cinco horas, los cuatro permanecerán
encerrados en la historia, en los días previos a aquel 22 de agosto de 1972
cuando 19 militantes fueron fusilados en el penal de Trelew. Durante esas cinco
horas, no comerán, se saltearán la cena, los festejos por la libertad inminente
y el canto colectivo de la marcha peronista. Durante esas cinco horas hablarán
en voz muy baja, narrarán hechos terribles casi sin moverse, como si estuvieran
atados al recuerdo. “Los hechos trágicos –escribe Urondo en el prólogo del
libro– como toda situación difícil que se vive, tienen una limpieza muy grande.
No hay ornamentaciones en los hechos realmente trágicos. No necesitan ningún
tipo de énfasis, especialmente cuando se ha vivido lo que ellos. Su relato
tiene esa característica, esa sequedad o austeridad, de las verdaderas
tragedias. Que, más que individuales, son tragedias colectivas”.
El libro de
Urondo, publicado por primera vez en los Cuadernos de Crisis en 1973, no es crónica sino entrevista y documento. Urondo
parece advertirlo y quizás por eso prefiere el estilo directo, las voces de los
militantes hablándole al grabador. En ningún momento relata los hechos en
tercera persona, en ningún momento convierte el testimonio en narración, porque
no hay precisiones sobre cómo pasó cada cosa sino versiones, puntos de vista:
interviene poco, elige que la voz de los protagonistas llegue al lector sin
intermediarios.
En ningún
momento Urondo describe cómo son Alberto, María Antonia o Ricardo. Tampoco se
describe. El lector no llega a conocer cómo son físicamente. Sólo sabe lo que
dicen. Los diálogos transmiten ideas. No son personajes sino sujetos políticos,
actores de la revolución.
Así, el relato
polifónico adquiere valor histórico ya que es uno de los pocos registros de lo
que ocurrió en ese lugar visto desde el lugar de las víctimas.
La entrevista se
completa con dos poemas de Juan Gelman, uno como prólogo, otro como epílogo, la
conferencia de prensa completa que brindaron en el viejo aeropuerto de Trelew
Rubén Pedro Bonet (ERP), Mariano Pujadas (Montoneros) y María Antonia Berger
(FAR) antes de entregarse (entre todos los apéndices, este es el más
importante), la lista de los caídos (a los que en una edición más reciente,
publicada por la editorial Libros del Náufrago, se le agregan los nombres y las
hojas de vida de Berger, Camps, Haidar y Urondo y un comentario sobre los
juicios).
El mismo recurso
de relato polifónico usará la cineasta Mariana Arruti en el documental Trelew, estrenado en 2005, en el que
complementa la historia de Urondo con otras voces –como el relato de Fernando
Vaca Narvaja, que consiguió escaparse a Chile– y de otros militantes que quedaron
presos en el penal.
Sabiendo lo que
pasó, sabiendo que ninguno de los tres sabía lo que iba a pasar, al leer La patria fusilada uno siente que, sin
quererlo, Urondo revela lo frágil, lo imprevisible.
“¿Todo no estaba perdido entonces o
pisoteado deshecho o roto?”, dice el poema de Juan Gelman, Condiciones,
que figura como prólogo al libro.
Describe Alberto
Miguel Camps la vuelta desde el aeropuerto al penal, una semana antes de que
los fusilaran: “Por eso era el clima de fiesta, incluso se daban los primeros
comentarios un poco en privado. ´Qué bien, qué bárbaro que se fueron los
cumpas´. Todos los comentarios eran de ese tipo”. María Antonia Berger acepta:
“Y estábamos contentos”.
El conocimiento
de lo que pasó años después de esta entrevista –a Berger la secuestrarán en diciembre
de 1979 y a Haidar en diciembre de 1982, a Camps lo balearán en agosto de 1977
y en junio de 1976 Urondo morirá tras ser detenido por la policía mendocina (si
bien durante mucho tiempo se pensó que había tomado una pastilla de cianuro, en
el juicio realizado en 2011 se probó que la muerte se debió exclusivamente a un
culatazo que el policía Celustiano Lucero le pegó en la nuca (agrego el
adverbio, porque lo del culatazo ya se sabía: la novedad es que al parecer no
ingirió cianuro)– le da al relato cierto aire de tristeza. Uno no puede leerlo
ignorando los hechos que se sucedieron. Uno no puede leerlo sin sentir que, a
su modo, aquella noche de mayo, en esta conversación, mientras hablaban en esa
celda, los cuatro militantes estaban conservando una parte de nuestra historia.
El 15 de octubre de 2012, un Tribunal Federal de
Comodoro Rivadavia condenó a prisión perpetua a Emilio Del Real, Luis Sosa y
Carlos Marandino como autores de 16 homicidios y tres tentativas. Los
testimonios que aparecen en el libro formaron parte de la causa.
Federico Bianchini
La sangre que no vendió
Miguel Prenz
Adoraciones al diablo,
asesinatos, violaciones, abortos e incontables litros de sangre son elementos
que conforman La misa del
diablo. Anatomía de un crimen ritual, la
crónica de Miguel Prenz en donde la pobreza correntina cobra protagonismo a
partir de la muerte de un nene de 12 años.
“Pude
ver fotos de Ramoncito. Tuve que verlas, para completar la descripción que
muchos en Mercedes hacen de él con compasión impostada y exceso de diminutivos:
Ramoncito, sí, el gurí flaquito y morochito que tenía el ojito izquierdo
defectuoso, y andaba siempre solito por la terminal vendiendo estampitas”.
Miguel Prenz lo enfatiza y, sin embargo, en su libro La misa del diablo. Anatomía de un crimen ritual él también habla
de Ramoncito para referir a Ramón Ignacio González, un chico de Mercedes
(Corrientes) que fue violado, decapitado y abandonado en un baldío como parte
de un ritual satánico.
Con una
mezcla de reconstrucciones de los hechos en tercera persona, entrevistas en
primera y descripciones dignas de una historia de terror, el periodista de
Bahía Blanca presenta una crónica impactante y espeluznante en la que empieza
relatando un caso aislado ocurrido en el 2006 para luego desentrañar una trama
de crímenes impunes relacionados con la prostitución y el narcotráfico.
El
libro, publicado en el 2013 por Tusquets, retrata la vida de un pueblo pobre y
una investigación inconclusa. A pesar de que hubo un juicio, en el cual fueron
condenados siete de los nueve acusados, Prenz considera que el caso no está
cerrado. Es por eso que, a lo largo de 23 capítulos, transcribe distintos puntos
de vista, sean éstos anónimos o con nombres y apellidos; con respuestas mágicas
o racionales; con un rango social importante o no. Todos ellos aportan una nueva
teoría, una justificación: intentan responder la pregunta del autor sobre cómo
pasó eso y por qué.
En la crónica, esos protagonistas tienen voz propia: Prenz
entrevista tanto a familiares de la víctima como a vecinos, vendedores,
policías, jueces, investigadores, imputados, los describe y abre el espacio
para que cada uno hable desde su perspectiva. Un claro ejemplo de ello son los
capítulos sobre Ramonita, una amiga de Ramoncito, quien estuvo presente durante
todo el ritual. Sin haberla conocido, el autor reproduce sus declaraciones, en las
cuales Ramonita no sólo interpreta de manera infantil lo acontecido sino que
también acusa a incontables personas, incluyendo a gente poderosa de
Corrientes. En estas secciones el autor retrata de manera cruda y muy gráfica los
actos de un grupo que buscaba invocar al demonio a través de la violencia,
culminando con la realización de la denominada misa del diablo.
Miguel
Prenz, profesor en TEA y cronista publicado en las revistas Soho y Maxim,
además de autor de El heredero del
General, se interesó en la historia cuando notó que se dejó de hablar del
caso: a pesar de la frase la sangre vende,
eventualmente los medios de comunicación abandonaron la historia de Ramoncito. Desde entonces,
investigó durante dos años sobre los personajes involucrados, la mitología
correntina y los acontecimientos judiciales para volcarlos en un libro que aporta
tanto informaciones anecdóticas como históricas.
Influenciado por
Rodolfo Walsh y Dashiell Hammett, el bahiense, a través de su crónica, abre más
puertas de las que cierra. No por nada el autor pone a su libro en
contraposición de A sangre fría,
donde los culpables son enjuiciados y muertos, a diferencia de la crónica de la
investigación fallida retratada en La
misa del diablo. La sangre de su relato, según concluye, “aparece siempre
para recordar algo que pasó, para alertar que ese algo sigue ocurriendo y para
anunciar que ese algo seguirá”, aún cuando los medios dejen de interesarse.
Florencia Suárez
martes, 6 de mayo de 2014
¿Quién acusó a la patota sindical?
Muchos vimos el inicio. La noticia urgente, el
asesinato de un militante televisado en vivo y en directo. A partir de allí comienza ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?, como un relato policial moderno,
paso a paso y con los protagonistas en la escena: piqueteros, sindicalistas,
patoteros, mafiosos, violentos, familiares, abogados, fiscales y jueces
comienzan a transitar por estas páginas.
Nos sumergimos en otro crimen cometido por la burocracia sindical, con la
inspiración del estilo narrativo de Rodolfo Walsh en Quién mató a Rosendo.
El hilo conductor de esta crónica atraviesa los escenarios políticos de un
gobierno que se autoproclamó “nacional y popular” pero que no pudo evitar la
violencia sindical o la precariedad laboral de sus trabajadores, o resultó
inoperante ante la burocracia y el déficit del transporte público más utilizado
por la población. La muerte de un militante
trotskista no fue accidental, fue el
producto de esas circunstancias. No son pocos los que afirman que este suceso provocó
la angustia de los últimos días de Néstor Kirchner: entre ellos, CFK y Carlos
Kunkel.
En palabras del autor: “La Argentina no fue inmune a la ola de cambios
que transformó los modos del trabajo en el mundo. Palabras como eficiencia, flexibilidad o ajuste
barrieron con conceptos como ‘derechos’ o con consignas como ‘igual salario a
igual tarea’ ”. Tal es el caso de la tercerización. Las tareas secundarias son
derivadas a otra empresa, que paga menores salarios y obtiene mayores ganancias.
El grupo de Ferreyra se manifestaba a favor de que incorporaran a los
trabajadores tercerizados de esas empresitas satélites del ferrocarril a la
planta permanente custodiada celosamente por la Unión Ferroviaria, quien basaba
los ingresos en la bolsa de trabajo elaborada por el sindicato en familiares y
amigos que cumplían favores e ingresaban con plenos derechos laborales. El Partido
Obrero apoyaba en la pelea a los que menos salarios cobraban y perjudicaba,
molestaba, a la organización gestada por Pedraza. La UF decidió dar una lección
a los piqueteros y demostrar su fuerza de choque, con la lamentable
consecuencia de un muerto y varios heridos de bala.
¿Y quién mejor que Diego Rojas para contarnos esta historia? El periodista
porteño publica de forma habitual en el portal plazademayo.com y, a raíz de su investigación,
fue llamado a declarar como testigo en el juicio que indagó el crimen.
En algunos capítulos descriptivos, en otros de investigación pura y en
varios de tono intimista, los amigos, testigos o protagonistas del relato se
presentan uno a uno, y en detalle, desde Damián Reynoso “el muchacho de pelo
claro y anteojos de la filmación”, hasta Cristina Fernández de Kirchner.
El perfil de Mariano se descubre en los testimonios que permiten pensar
un militante juvenil (en parte universitario, en parte barrial), comprometido
con sus ideales políticos, que medía las consecuencias de
sus actos. “El bala” o “El jefe”, como era apodado con cariño por sus
compañeros, decía: “Un revolucionario tiene que sobrevivir, pero no lo digo
como un canto a la vida, sino que hay que sobrevivir para seguir luchando. La
muerte es lo más fácil”.
A partir de aquí se construye el ícono, el ejemplo a seguir por aquellos
que comprometen sus convicciones políticas con los partidos o los movimientos
de izquierda. Se transforma en el símbolo, el ejemplo del revolucionario.
Poco sabemos de Elsa Rodríguez, militante
barrial trotskista que también sufre una herida de bala en la cabeza en las
mismas circunstancias. Es presentada como un personaje demasiado secundario en
la historia. ¿Acaso los disparos no fueron al grupo?, ¿No le tocó a uno u otro
por simple azar?, ¿Será que por ser
mujer y haber sobrevivido no se transforma en ejemplo revolucionario?
El mayor logro del relato, que no deja nada sin cubrir y desenmarañar, es
la investigación sobre la trama burocrática de las empresas de ferrocarriles y
la mafia sindical argentina, en especial la Unión Ferroviaria. El libro contiene
la única entrevista que concedió el líder del sindicato, José Pedraza (hoy
preso por esta misma causa), en la que no logra despegarse de los hechos
denunciados.
En la última edición “definitiva, actualizada y aumentada” se incluye un excelente
anexo con desgrabaciones de las escuchas telefónicas ordenadas en la causa, y
un análisis sobre el accidente ferroviario de la estación de Once en febrero de
2012.
El abuso de términos como “grupos de choque sindicales”, “mafias
futbolísticas”, “aparatos punteriles de los barones del conurbano bonaerense”,
“pacto de silencio”, “violencia estatal”, “compromiso revolucionario”,
“brigadas antipiqueteras” y las conclusiones finales en cada capítulo hacen que
el relato se vuelva un poco panfletario. Sin embargo la narración integral
supera las expectativas, por la gran investigación, los testimonios de primera
mano, y el conocimiento sobre la causa judicial. Ahora ya sabemos quién era y
por qué murió Mariano Ferreyra.
Gabriela Riera
lunes, 5 de mayo de 2014
Trimarco por dos
Perfil de un dolor
En su último libro, Soledad Vallejos construye
el perfil de Susana Trimarco, la mujer tucumana que desde la desaparición de su
hija Marita se convirtió en la cara visible de la lucha contra la trata con
fines de explotación sexual de mujeres, jóvenes y niñas en nuestro país.
Dicen que no hay nada más doloroso que la
muerte de un hijo. Sin embargo ahí están las Madres de Plaza de Mayo para recordar
que la ausencia física puede estar acompañada de una gran incertidumbre. Hace
12 años que Susana Trimarco desconoce el paradero de su hija, aunque tiene
algunas pistas sobre qué le sucedió: María de los Ángeles Verón fue secuestrada
para obligarla a ejercer la prostitución. Marita es una desaparecida en
democracia, una de las víctimas de la trata de personas con fines de
explotación sexual en Argentina.
¿Cómo
se vive en la piel el hecho de pasar de ser una mujer común y corriente, un ama
de casa como tantas otras, a un símbolo de lucha? Este es el interrogante
abordado por Soledad Vallejos en Trimarco.
La mujer que lucha por todas las mujeres, donde construye el perfil de
quien logró que la trata de personas se instale en la agenda mediática,
política y social.
En diciembre último, la Corte Suprema Tucumana
revocó el fallo que un año antes había absuelto a todos los acusados. El 9 de
abril, los medios informaron de las penas otorgadas a diez de los condenados. La
historia de Susana y la búsqueda de su hija Marita han ocupado cientos de
páginas de diarios y de minutos de aire en radios y noticieros. Además, inspiraron Vidas Robadas, telenovela que Telefé transmitió en 2008, donde Trimarco
asesoró a los guionistas Marcelo Camaño y Guillermo Salmerón. Existe también un
documental sobre el caso, Fragmentos de
una búsqueda, estrenado en 2009, producido por Eduardo Aliverti y dirigido
por Pablo Milstein y Norberto Ludin.
Vallejos
se acercó al caso Verón cuando le tocó cubrirlo para
el diario Página12 . Según declaró en
diversas entrevistas, desde el primer momento el de Susana Trimarco le pareció
un personaje atractivo. La periodista no es ninguna novata en retratar a grandes mujeres: tiene en su haber
las biografías de las escritoras Silvina Ocampo, Virginia Woolf, Colette y
George Sand, a las que se suma la de Amalia Fortabat, publicada en 2012, en
coautoría con Marina Abiuso.
El libro comienza en la niñez de la
protagonista y se extiende hasta el final del juicio por la desaparición de
Marita en diciembre de 2012. El primer escenario es el pueblo tucumano de Bella
Vista, donde Sara Susana del Valle Trimarco (o “la Marilín”, como la llamaban
por su parecido con la Monroe) fue criada en lo que se constituiría como un clan
matriarcal. “Lo que yo sé hacer es porque ella me lo enseñó”, dice la nieta
refiriéndose a María Susana Bounnar, la matriarca. Difícil ignorar las
similitudes entre las historias de vida de ambas mujeres, cabezas de familia,
asumiendo la crianza de sus nietas.
El único
momento en que la periodista recurre a herramientas de la ficción es en la
narración de las escenas y anécdotas que preceden cada capítulo. Para plantear
el contexto, utiliza archivo periodístico y judicial, pero el material más
valioso son los testimonios reunidos de quienes conforman el círculo íntimo de
Trimarco. Entre esas voces hay: familiares,
amigas de Marita, periodistas, las y los
abogados del caso; personal de la Fundación María de los Ángeles Verón –incluyendo
a mujeres rescatadas de las redes de trata– e integrantes del selecto grupo de la
policía tucumana que participaron en las primeras búsquedas, quienes lidiaron
desde adentro con la complicidad policial en el negocio de la trata.
De esta manera, Vallejos revela con eficacia
las diferentes aristas que conforman una sola Susana: la madre, la esposa, la
suegra, la abuela, la amiga. La que conoce de memoria los pasillos del palacio
de Justicia y los Ministerios, la que carga un martillo en la cartera para
golpear las puertas de los despachos al agotarse la fuerza de sus puños, la que
dejó de llorar frente a las cámaras por consejo de una de las chicas
rescatadas, la que se hizo pasar por proxeneta para averiguar el paradero de su
hija, la presidenta de una Fundación, la mujer coraje premiada en Washington,
la creyente que organiza una misa para cada cumpleaños de Marita; el blanco de
las acusaciones de un sector de la sociedad tucumana que afirma que es una
fabuladora e impostora, corporizando aquello de que nadie es profeta en su
tierra. Pero sobre todo, el texto humaniza a la mujer que lucha por recuperar a
su hija y por todas las mujeres.
Paula Rey
Susana Trimarco pudo haber confiado en que la policía encontraría a su
hija, o hacerse a un lado mientras su esposo buscaba. Pero no, se enfrentó a la
mafia de la trata de personas. Soledad Vallejos cuenta su historia.
–¿Cómo que entraste en un allanamiento y
dejaste a Mica durmiendo en el asiento de atrás?-se asombraba Camaño.
–Y sí. Tenía que entrar.
–¿Y si la nena se ponía a llorar?
–Yo bajaba con la nena en brazos. Hice cosas
que hoy las podemos ver y entender la magnitud. Pero en ese momento estaba
sola. Por ahí mi marido estaba buscando en otro prostíbulo, en otro lado, y yo
tenía que estar ahí. Al principio nadie nos ayudaba, Marcelo.
Su apellido no
es Flores, no es Bello, no es Trinidad, no es Paz. Es Trimarco. Se llama Susana
Trimarco, la mujer que remueve cielo y tierra por encontrar a su hija
secuestrada. Nombre y causa que instauró
la trata de personas en la agenda mediática. Hasta ese entonces, de eso mucho
no se hablaba. Soledad Vallejos, en Trimarco,
la mujer que lucha por todas las mujeres, cuenta por qué tenía que ser
ella.
A cada
capítulo le antecede una crónica con escenas determinantes en el desarrollo de
la historia. Los instantes previos al juicio, el allanamiento de un prostíbulo,
la sesión de fotos en el lujoso Hotel Alvear con los personajes del año para la
tapa de la revista Gente. El libro comienza
con lo que podría ser catalogado como un cuento policial y termina con un
batallón de bibliografía que despeja
toda duda. Realmente pasó.
En Trimarco es posible olvidarse del
narrador y esto resulta una elección acertada. Lo único que importa es contar
la historia. Vallejos describe cómo La
Marilyn se transformó en Trimarco. En su juventud tucumana, a Susana le
decían así por su gran parecido a la actriz de Hollywood. Criada por su abuela
en el seno de un clan matriarcal, Susana
Trimarco “fue la primera hija del
matrimonio, la primera nieta, la primera niña en una familia que puertas afuera
parecía dominada por varones, pero que, en realidad, era regida con mano firme
por la matrona Bounnar (...). Nadie salía ni entraba sin que ella lo supiera;
ninguno de sus hijos podía hablar con amigos que ella no aprobara, ni salir a
pasear en un momento cualquiera y porque sí”. Su abuela, la matrona
Bounnar, constituyó la principal referencia femenina en su vida e influyó en su
concepción de la mujer. Cuando Marita quedó embarazada tenía 19 años y con
David, su novio, apenas conseguían dinero con changas, “Trimarco dijo que recriminó seriamente a David: –Ponete las pilas.
Tenés que buscar un trabajo sólido”.
Luego de la
desaparición de Marita, Susana mantuvo un espíritu incansable, pero también fue
astuta. No se peleó con los políticos de turno, los utilizó para su causa.
Vallejos refleja su conversación con Néstor Kirchner: “Cuando usted me necesite para un acto, para lo que sea me avisa y yo
voy. ‘No, Susana’ me dice. ‘Con el dolor de las madres no se hace política’.
También supo utilizar a los medios: “Trimarco
un día se había sentado con el teléfono y su agenda ante ella. Llamó a la
actriz Soledad Silveyra (quien había protagonizado la telenovela Vidas Robadas, una ficción inspirada en
el Caso Verón) para pedirle que la
acompañara cuando comenzara a declarar. –Necesito que des notas, que los medios
presten atención al juicio- le explicó.”
El primer
juicio no tuvo un final justo: los imputados fueron absueltos a pesar de los
testimonios de las víctimas que Trimarco había rescatado. Luego del fallo,
consoló a su familia: “Quedate tranquilo,
que están los abogados viendo las cosas, cómo van a hacer, es impresionante la
cantidad de medios que hay acá. Esto no queda así”. No quedó así: en
diciembre de 2013 el fallo fue revocado y el 8 de abril del 2014 los acusados
fueron condenados.
Vallejos
contextualiza. Nos explica por qué Trimarco se transformó en Trimarco. Si
hubiese sido el reflejo de una familia tradicional patriarcal, probablemente no
hubiese hecho lo que hizo. Trimarco no acepta excusas ni espera sentada que la
policía encuentre a Marita, ni que los hombres hagan el trabajo. Se metió en
prostíbulos, se enfrentó con la mafia y luchó por crear
una fundación contra la trata de personas. Soledad Vallejos lo cuenta: Marita
Verón es una víctima, Susana Trimarco no.
Florencia Nieto
Biografía fractal
Néstor Sánchez
Néstor Sánchez nació en 1935 en Buenos Aires.
Escribió Siberia Blues (1967), Cómico de la lengua (1973) y La condición efímera (1988), entre otras
obras. Un día, recibió
una revelación sagrada de la mano del
escritor armenio Georgi Ivanovitch Gurdjieff (1872-1949) y desde entonces, se alejó de las instituciones,
las letras y todo lo que consideraba profano. Había nacido un misterio en el
campo cultural: una figura mítica y escurridiza. A Osvaldo Baigorria este
misterio lo convocaba tanto que hizo un libro al respecto. Crónica al tiempo
que biografía autobiográfica, Sobre
Sánchez es un texto que bordea
la figura del enigmático escritor; libro cuyo narrador se manifiesta a través
de la búsqueda del otro. Su construcción remite, quizás adrede, a la lógica
lúdica de Rayuela, puesto que tiene
doble entrada de lectura: lo primero que encontramos es una advertencia que
propone, o bien el abordaje lineal (de modo tal que las notas al final, que
conforman el capítulo III, no se leerían en hipertexto sino como continuación
de las partes precedentes), o bien la lectura atenta de esas notas, que ayudan
a la construcción ficcional del biógrafo y su pesquisa. El primer y el segundo
capítulo se titulan “Voodoo Child” y “The Néstor Sánchez Experience”. El cuarto capítulo presenta “Libros y artículos
consultados”. La narración de “Voodoo Child”,
que responde más al perfil periodístico o a la crónica de una investigación
personal, contrasta con el academicismo de la última parte, plagada de notas al
pie. En estas notas abunda la exposición de las fuentes (entre otras, la revista
de los años ’80 Cerdos y peces) o las
referencias a las anécdotas propias); y esto quizás sea también una invitación
al lector a realizar su propia búsqueda del biografiado. El texto repone todo
un universo de significaciones. Por ejemplo, si Sánchez va a ser perfilado como
un lumpen, Baigorria cree necesario explicar
cómo concibe la palabra a partir de su propia experiencia lumpen. La genealogía de lecturas
compartidas con el escritor es uno de los caminos que encuentra Baigorria para
responder a sus dos preguntas iniciales: cómo fue la vida de Néstor Sánchez
durante su alejamiento de la industria editorial y durante sus días de clochard en los países del Hemisferio
Norte y cómo se gestó su renuncia a la escritura frente a una consagración en
camino.
Esta crónica/biografía exacerba el
valor retórico de la conjetura y la falta de certeza. Así, las incertidumbres
del cronista se capitalizan como algo positivo y son materia de reflexión: “Supuestos,
conjeturas, nadie sabe, la biografía es un género tramposo: no se puede
escribir una vida a menos que se la toque por encima, como si se improvisara.” Precisamente,
de la escritura en free jazz y sin standards hablaba Sánchez en los bares
porteños según los recuerdos de Ricardo Piglia relatados por Osvaldo Baigorria.
De modo que esa analogía entre improvisación y escritura perfila al personaje
biografiado.
La caracterización del lugar desde
donde se escribe, también construye la posición enunciativa: la isla del Delta
del Paraná, con recursos limitados y sin beca de investigación. Esa lejanía
geográfica y temporal entre Baigorria y Sánchez, es más bien una ventaja e impone
al biógrafo una suerte de viaje y “experiencia” del otro.
Las lecturas de Baigorria resultan
la fuente más apropiada para interpretar los indicios: Jack Kerouac, Osvaldo Lamborghini, Maurice Merleau-Ponty,
Aldous Huxley. La de Baigorria es una biografía beatnik, tanguera, jazzera,
viajante, y nos recuerda que las fuentes son tan falseables como la memoria.
Para él, su libro habría pasado de biografía fallida a postautobiografia: “Es
como un fractal. Cada fuente me remite a otra y otra más. (…) hay que trabajar
mucho para acercarse a la experiencia vivida por otro. Me pregunto hasta dónde,
si es posible aproximarme, o si no estaré proyectando sin querer mis propios
fantasmas sobre los agujeros negros que deja la estela de una vida pasada. Pero
no tengo más remedio que intentarlo.” Sobre
Sánchez es también un estado de la cuestión sobre la relación con un oscuro
objeto de deseo que imanta al autor de manera inexorable.
Yael Tejero
Si Blue Jasmine fuera cronista
“El
ataque de pánico es un fin del mundo que cabe en diez
minutos.” Pánico. Ana Prieto.
La portada invita a abrir el libro de crónicas
que Ana Prieto publicó junto a Marea Editorial a mediados del año pasado. La imagen de Medusa, acechando entre las
letras de la palabra “Pánico” causa un cierto morbo por saber lo que se
encuentra entre sus páginas.
Medusa, la criatura
hermosa que nace del terror y que convierte a los hombres en piedra cuando
miran directamente su rostro. La gorgona, movida por la ira al haber sido
ultrajada por Poseidón, mata sin piedad a todo aquel que ose enfrentarla
directamente, convirtiéndolo en estatua. Sólo Perseo logra
vencerla, cuando consigue decapitarla sin mirarla a
los ojos, valiéndose del reflejo en su escudo para calcular la estocada mortal.
Como sucede en la vida
cotidiana para aquellos que son víctima de los ataques de pánico, si se dejan
llevar y deciden observar directamente “a los ojos” la causa de su pánico sin
más preámbulos, se quedan de piedra. Sólo aquél que ve su situación desde una
perspectiva distinta, valiéndose de otras herramientas, como el sentido común,
el análisis profundo o la evasión de los elementos propiciatorios del ataque,
puede salir ileso y evitar esos terribles diez minutos. No es una garantía,
pero es una salida tranquilizadora.
Muchas personas son o
han sido víctimas de ataques de pánico en algún momento y no le dan la
suficiente importancia, no lo comentan por miedo a mostrar debilidad o,
simplemente, no saben darle un nombre al evento. Para estos individuos y todos
aquellos que sientan curiosidad por saber un poco más en profundidad de qué se
tratan estos episodios, Ana Prieto ha creado una obra que no tiene pérdida.
Desde la introducción, pasando por sus diez crónicas, el epílogo y el acertado
apéndice, Pánico –Diez minutos con la muerte pone a disposición de cualquiera los distintos
matices referentes al pánico y sus irrupciones en la vida cotidiana.
Con mucho talento y una prosa
amable y fluida, la autora mendocina lleva en este libro a sus lectores en un
paseo por las calamidades del pánico, sus raíces y sus
implicaciones científicas. Comenzando por esa mirada un poco extrañada de
aquellos que nunca sufrieron un ataque de pánico y su imposibilidad de
comprender la profundidad de la situación, Prieto pasa por la etimología y la
mitología detrás del pánico, nos muestra la ansiedad y la necesidad del
control, la explicación científica de las causas y los cambios químicos. El
ataque de pánico es colocado tras distintos filtros y llega a verse como una
especie de iniciación al cambio personal, un rechazo a la sobreadaptación o un
evento temporal (que puede llegar a aislar a cualquiera incluso por años).
No se
le escapa nada a la autora: incluso las distintas
medicaciones y los diferentes tipos de terapia como forma acercamiento y
tratamiento para estos “diez minutos con la muerte” pueden leerse en el
catálogo que expone.
En definitiva: Pánico es una obra circular. Y a pesar
de que los temas relacionados con medicaciones, terapias y síntomas puedan
sonar muy técnicos o especializados, no es difícil de entender. Pánico no es un libro para estudiantes de
psicología ni nada parecido: es un compendio de crónicas que buscan poner a la
sociedad en el contexto de lo que la ansiedad, el pánico y el miedo significan
en la vida de alguien que los sufre regularmente. Finalmente: no es un libro
para usarse como terapia en su sentido más básico, aunque puede servir como
método para tomar conciencia o, sencillamente,
como una forma de darle nombre a los oscuros momentos vividos.
Como si lo enunciara la
Jasmine de Woody Allen, esa ex-adinerada venida a menos de Manhattan que no se
termina de acomodar a la vida de clase media, al recorte de gastos y el trabajo en relación de dependencia –que evade la
realidad para mantener una condición casi aristocrática ficticia y, cuando no
lo logra, cae en el vacío de la ansiedad, el pánico y la incertidumbre– Ana
Prieto confiesa que “el sufrimiento puede ser muy humanizante, y que la empatía
es una fuerza extraordinaria contra el sinsentido” para justificar la necesidad
de contar estas historias que, como también habría dicho antes, “se conciben
desde el periodismo y se escriben desde la literatura”.
Erika Hernández Lehmann
sábado, 3 de mayo de 2014
Una historia sencilla, tres visiones
La de Valeria Tentoni, Duraznos sangrantes, acá.
La feroz realidad
¿Por
qué leer un libro sobre un bailarín de malambo poco conocido? ¿A quién le
interesa la vida de un hombre común, ni tan pobre ni tan rico? Preguntas como estas se hizo la periodista y
escritora argentina Leila Guerriero a medida que escribía su reciente y cuarto libro
publicado por Anagrama. La respuesta quizás está en la belleza del relato. Una
historia llena de clima, tensión, potencia y suspenso que logra transportar al
lector a un mundo desconocido pero sobre todo real.
Una historia sencilla
es una crónica de largo aliento que comienza con la frase: "Ésta es la historia de un hombre que participó en una competencia
de baile." Luego del punto y aparte la autora explica cómo es Laborde, un pueblo de 6 mil habitantes en el
sur de Córdoba, qué es el malambo, quiénes lo bailan y qué significa para los participantes ganar el
festival que desde 1966 allí se realiza. "Ser
campeón de Laborde es, al mismo tiempo, la cúspide y el fin" escribe
cuando la autora se entera que los ganadores, en un pacto tácito, jamás podrán
volver a competir en ningún otro festival. "En enero de 2011 fui a ese pueblo con la idea-simple-de contar la
historia de un festival y tratar de entender por qué esta gente quería hacer
tamaña cosa: alzarse para sucumbir."
El
libro está escrito en primera persona, con una prosa clara pero colmada de sutilezas.
La cronista, considerada una de las mejores en Latinoamérica, describe la
primera vez que vio bailar al que será el personaje principal de su historia,
Rodolfo González Alcántara, y lo hace así: "
El primer movimiento de las piernas hizo que el cribo se agitara como una
criatura blanda mecida bajo el agua. Después, durante cuatro minutos cincuenta
y dos segundos, hizo crujir la noche bajo su puño. Él era el campo, era la
tierra seca, era el horizonte tenso de la pampa, era el olor de los caballos,
era el sonido del cielo del verano, era el zumbido de la soledad, era la furia
(...)."
Desde
el lugar de una narradora testigo confidente, Guerriero intenta comprender a
medida que va transcurriendo el relato, un mundo desconocido y complejo para
ella; un mundo que la deslumbra y que con palabras intenta organizar y
comprender. Una historia sencilla es
el resultado de un trabajo riguroso y exhaustivo de investigación periodística
que obligó a la autora a pasar tres años siguiendo y acompañando a Rodolfo
González Alcántara en el festival, en su casa, en un bar. Entrevistó a sus padres, a sus amigos, a su pareja. Lo
vio sufrir, llorar, se metió en su
camarín, lo escuchó rezar. Conoció sus miserias y sus logros. Estuvo con él
antes, durante y después que el bailarín se convirtiera en la persona que es
hoy. Quiso saberlo todo y cuando lo supo escribió
esta novela de no ficción o “novela verdadera”, como dijo Ricardo Piglia en la presentación del libro.
Ver para entender. "He
aquí un hombre al que la vida le ha cambiado para siempre."
se lee en las últimas páginas. Y con esa frase la autora nos dice por qué esta
no es solo una historia sencilla sino un retrato del espíritu de sacrificio,
esperanza y superación.
Camila Bretón
Una historia difícil de contar
Hay
historias de ficción, de no ficción, de todos los temas posibles, de lugares
habitados o deshabitados, de amores y de odios; todas ellas conforman el
universo del lenguaje. Algunas son más
complejas que otras, como la de Rodolfo González Alcántara, un hombre que
participó en el Festival Nacional del Malambo, un evento que además de
permanecer en el anonimato, otorga a sus campeones un singular premio.
Ésta
es la reseña de un libro que narra una historia difícil de contar: la de un
hombre real y común.
Hay quienes se pasan la vida encerrados en sus
mundos tratando de encontrar hechos complicados, fantásticos o inigualables; pero
también hay quienes salen de sus burbujas a buscar historias reales, de carne y
hueso, esas que hacen poner los pelos de punta, que llevan a reír a carcajadas,
que originan lágrimas, que evocan sentimientos, pensamientos, deseos, y que
aunque pueden parecer ser sencillas, tal vez son las más difíciles de contar.
Las historias que emocionan están por todas partes:
en los medios de comunicación, en la calle, en el trabajo, en los conocidos y
en los desconocidos. El punto está en observar más allá de lo que se ve a simple vista, así se encuentra lo que
vale la pena mostrar.
Y si a la observación se le mezcla curiosidad,
pasión, investigación y ganas de narrar, el resultado es Una historia sencilla, el último libro de la periodista Leila
Guerriero, quien luego de “dos largos años” de tener una cita pendiente con el
Festival Nacional del Malambo (cita que ella misma se puso desde que leyó en el diario La
Nación la nota “Los atletas del folklore ya están listos”, de Gabriel
Plaza), recorrió quinientos
kilómetros desde Buenos Aires hasta el sudeste de la provincia de Córdoba,
donde está Laborde: “La Capital Nacional del Malambo”, para encontrarse con la
que sería una de las historias más difíciles que ha escrito.
Un cúmulo de experiencias, tradiciones, valores, de
elementos tangibles e intangibles esperaban por alguien que se atreviera a
reconocerlos, recolectarlos y narrarlos. Esa fue la oportunidad que Guerriero
aprovechó, y lo que sería una crónica para una revista (idea con la cual llegó
a Laborde en el verano de 2011), se transformó en el libro que habla sobre
niños vestidos de gauchos, paisanas con el cabello trenzado, hombres que
mantienen viva la tradición del malambo, un baile “absolutamente simétrico en
una estructura humana que es lógicamente asimétrica”, y de todo lo demás que
gira en torno a su personaje principal: Rodolfo González Alcántara, un bailarín
que arriba del escenario con su zapateo la dejó “muda” y un hombre común que
con su lucha por “tener una vida mejor” la cautivó.
Entonces, ¿cómo hacer de la historia de un hombre
común algo único, algo universal? Sencillo: valiéndose de la humanidad de un
protagonista que lucha constantemente por alcanzar una meta. Esto es algo que
la autora tiene claro, en especial, por su interés sobre las “cosas que nadie
está mirando”, tal como le confirmó a Matías Méndez, en una entrevista para
Infobae. Así, con una serie de interrogantes (escritos en primera persona como
el resto del libro), Guerriero se pregunta y lleva al lector a preguntarse: “¿Nos
interesa leer historias de la gente como Rodolfo? ¿Gente que cree que la
familia es algo bueno, que la bondad y Dios existen? ¿Nos interesa la pobreza
cuando no es miseria extrema, cuando no rima con violencia, cuando está exenta
de la brutalidad con que nos gusta verla –leerla– revestida?”
Al parecer sí interesan esas historias y no solo en
Argentina, donde se originó la narración sobre Rodolfo y su malambo, sino
también en España, país en el que está instalada Anagrama, la editorial que
publicó este libro; en Colombia, un lugar en el cual los relatos de gente común
podrían opacar los rastros que deja la guerra, y hasta en Estados Unidos, donde
David Lynch sorprendió con la película basada en hechos reales, que cuenta la
aventura de un hombre de 73 años que tenía un objetivo claro: volver a ver a su
hermano. Esta es The Straight Story o
Una historia sencilla (en Latinoamérica),
filme del cual Guerriero confiesa que tomó el nombre para su obra, porque es en
ellas “donde no pasa absolutamente nada y sin embargo pasa absolutamente todo”.
Es por eso, que Leila Guerriero con su capacidad de
observar con atención hasta el más mínimo detalle, de “soportar la emoción del
otro”, de mezclarse entre los personajes para obtener pequeños relatos que
nutren su historia y de anotar todo lo que la mente pueda olvidar o confundir,
construye un texto que muestra a través de diálogos, comparaciones, datos,
anécdotas suyas y ajenas, las situaciones que atraviesan hombres como Gonzalo
Molina “El Pony”, Sebastián Sayago, Ariel Pérez y
sobre todo Rodolfo González Alcántara, para competir en un Festival que mezcla
el folklore con la competencia, convierte a los participantes en “aspirantes”,
y como premio entrega “el prestigio y la reverencia, la consagración y el
respeto, el realce y la honra de ser uno de los mejores entre los pocos capaces
de bailar esa danza asesina”, que cuando se gana es “al mismo tiempo, la
cúspide y el fin”.
Susana Avendaño Lopera
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