La estación
ferroautomotora de Mar del Plata tiene cuatro entradas. Dos sobre la Avenida
Luro, la otra sobre la calle San Juan y la última desde el estacionamiento.
Tres de estas entradas tienen acceso directo a la estación de micros, que
comparte el edificio con la estación del ferrocarril. La última puerta es el ingreso a la confitería central, con mesas y
sillas de madera barnizadas y un televisor plasma en el que habitualmente se ve
TN. Unos pasos más adelante aparecen los locales de venta de productos
regionales y de remeras con inscripciones de la ciudad. La firma de pulóveres marplatense
“Mauro Sergio” también tiene allí un pequeño local. Más de 40 plataformas para
el arribo de micros, puestos de panchos y
televisores anuncian la entrada y salida de los coches.
En el pasillo continuo hay más de cincuenta boleterías para la venta de pasajes de ómnibus. Gente que va y viene.
Valijas que chocan entre sí en el apuro de llegar a destino.
Al fondo a la izquierda se
presenta un nuevo escenario. Amontonamiento de sillas vacías, una única
boletería que dice grande “Ferrobaires”, el depósito y el vestuario de los
colectiveros. Un montón de puertas cerradas. Si se vuelve a doblar a la izquierda, un gran espacio vacío. Una
nueva puerta que nos lleva a la calle – la única que tiene acceso a la estación
de trenes – y un conjunto de puertas de vidrio. Todas cerradas, excepto una que
permite el paso a las plataformas del tren. Allí los andenes, las vías y el
viejo edificio del ferrocarril.
***
Corría el año 96. Mario
llegaba a su primer día de trabajo. Su padre le había podido conseguir un
empleo en la estación de trenes de Mar del
Plata. Él sería ferroviario como su papá y su abuelo. Esos andenes que lo
habían visto crecer lo recibían para darle trabajo. Sería el último ferroviario
de su familia.
El entusiasmo se le notaba
con una sonrisa que le dejaba ver todos los dientes. Como ahora, cuando se
acuerda de esa época. Empezó a trabajar en la “bandeja automovilera”: la carga
de los autos para transportar los vehículos. Poco después pasó a la oficina de
control de trenes. En ese lugar, Mario se sentaba frente a un mapa “inmenso”,
como lo describe él, y coordinaba las 17 formaciones que llegaban a Mar del
Plata durante el día. Todas circulaban por una sola vía. Calculaba, entre otras
cosas, los siete minutos que tardaba el tren de estación Camet a Vivorata y cuál
debía frenar para dar paso a la siguiente formación. Mario evitaba que los
trenes chocaran.
En el 2008, su “corazón inquieto”, dice Mario,lo llevó a
cambiar de sector y empezó a trabajar en la parte de encomiendas. “Me
ofrecieron si quería trabajar ahí y ya llevo 12 años “Absolutamente todo se
puede mandar, una casa completa, bicicletas, motos, mascotas, todo. Sigue
siendo un servicio mucho más económico que un camión. Por ejemplo, mandar un
auto tiene más o menos el mismo costo que de nafta en ruta”.
El área donde trabaja hoy se
encuentra en el edificio viejo de la antigua estación de trenes, donde antes
funcionaba una cafetería. Quizás en algún momento estuvo pintado de beige. Tiene
tantas manchas y sus paredes están tan sucias que sólo se puede imaginar el
color que alguna vez tuvo. Muebles amontonados, colchones, un tráiler para
motos, entre otras cosas, aguardan su traslado a Plaza Constitución, Buenos
Aires. El tren con las encomiendas sale los domingos.
Todos los días, Mario
recorre la construcción que hoy es patrimonio histórico municipal. Fue creada
el 26 de septiembre de 1886 por Dardo
Rocha, el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires. El ramal General Roca, que llega a Mar del
Plata, fue operado desde sus inicios en 1948 por Ferrocarriles Argentinos. Durante
el gobierno de Carlos Menem, cuando se concesionaron y reorganizaron varios
servicios ferroviarios, la estación pasó a
formar parte de Ferrobaires, empresa perteneciente al Estado de la
provincia de Buenos Aires. Los
ferroviarios que transitan los andenes recuerdan como una mejor época cuando
pertenecían a Ferrocarriles Argentinos.
Durante los 90, Mario y sus compañeros de trabajo vivían
con incertidumbre. Hubo una época en la cual llegó a funcionar apenas un
servicio semanal. “Una cosa increíble. Creíamos que en algún momento ese tren
también iba a parar y nos íbamos a quedar sin trabajo”.
Mario sabía que en su casa había seis bocas
que alimentar, por ello siempre buscó la manera de complementar su trabajo de
ferroviario. En la estación observó el negocio que hacían los autos y combis
que trasladaban pasajeros al centro de la ciudad. Con unos ahorros se compró su
primera combi. El trabajo rendía bien. Mario tenía el contacto con el
ferrocarril, entonces consiguió, que se le vendiera al pasajero desde Estación
Constitución el pasaje de tren y el traslado en su combi.
Años después, Mario ya
acumulaba dos vehículos y junto a un compañero, Pedro, alquilaron un hotel. Con
trabajo, esfuerzo e improvisación salieron adelante la primera temporada.
Varios veranos después Pedro decidió dejar el hotel y la dueña de la propiedad decidió
venderla. Mario accedió a un leasing empresarial para quedarse con el hotel y mantener
su fuente de trabajo. Debió vender las combis y trabajar el doble, pero logró
terminar de pagar el hotel.
Sin embargo, tantas horas
fuera de su casa atendiendo sus actividades laborales desgastaron la pareja y
se divorció años después. Hoy, su exmujer se encarga del hotel y a él le
alcanza con su trabajo de ferroviario.
Menem y Duhalde también
tuvieron un divorcio, pero éste fue político. Duhalde apoyó la candidatura a la
presidencia de Néstor Kirchner, quien rápidamente se ganó la simpatía de los
ferroviarios con las políticas públicas que generó. Entre ellas, la de
reflotar, junto al intendente de Mar del Plata Daniel Katz, el proyecto de la
creación de la Ferroautomotora. La terminal de ómnibus se mudaría a los
terrenos de la estación del ferrocarril. Por entonces,
la terminal de micros funcionaba en instalaciones insuficientes para recibir a
todos los viajantes y el edificio dejaba mucho que desear por su escaso mantenimiento
y gran deterioro.
La obra contaría con una
inversión de 170 millones de pesos, con 40 dársenas para los ómnibus, cinco
andenes para trenes y 1.000 puestos de trabajo. El inicio de los trabajos
recién se concretó en 2008. La nueva
estación ferroautomotora, que fue inaugurada por Cristina Fernández de
Kirchner el 22 de julio de 2011, unifica
en un mismo predio a la vieja estación de trenes y la nueva terminal de
ómnibus. La estación, con una superficie de más de 75.000 metros cuadrados,
está ubicada entre Luro, San Juan, 9 de
Julio y Misiones. Según Mario “lo único
que hicieron fue poner la terminal de micros al lado de la estación vieja del
ferrocarril y le dieron más prioridad al sector de micros porque hay intereses políticos”.
El gobierno adjudicó la
construcción, gerenciamiento y explotación de la terminal a la UTE conformada
por Néstor Otero y Emepa-Ferrovías. Los ferroviarios de la zona denuncian la
ineficiencia de las obras por parte de la UTE. “Lo único que se hizo fue el
techo que está mal. Le dieron a este hombre, Otero, el trabajo con tal de
terminar. Y este Otero no sabe nada de ferrocarriles. Hay muchísimas falencias
que solamente las sabe el empleado que lo vive diariamente”.
En verano, cuando aumenta
el movimiento de gente, las dificultades se multiplican. “En temporada –explica
Mario– el tren viene más largo y la gente queda afuera del techo. En días de
lluvia, porque en verano también tenemos días lluvia, la gente baja y se moja.
Viene con equipaje, porque a la ciudad hay que venir con abrigo. Vienen con los
valijones arrastrando entre las piedras bajo la lluvia. Es un mal servicio que se
le hace brindar al ferrocarril cuando el usuario es la prioridad”.
***
Mario levanta la vista,
mira a su alrededor, mueve rápidamente las manos y dice “desde que empezaron a
hacer la ferroautomotora ya llevo cinco mudanzas”. Trabaja incómodo. El espacio
que ocupa no tiene baño. En un rincón hay un pequeño televisor de tubo, un
sillón y estufa eléctrica que solo alcanza para mantener las manos calentitas. A
pesar de todas las falencias que viven a diario, Mario y el resto de los
trabajadores del ferrocarril intentan enfocarse en su trabajo. “Todo es una
cuestión de guita, no importa la parte humana. Quieren que la estación se llene
de gente, porque si no hay movimiento no
generas trabajo y uno busca conservar la fuente laboral”.
Los empleados del ferrocarril no ocultaban su alegría cuando la
secretaría de Transporte de la Nación auguraba recibir un máximo de 1.200
ómnibus y 11 formaciones ferroviarias por día, con un movimiento mensual de
2.200.000 pasajeros. De las 73.333 personas que la Secretaria proyectaba que
iban a llegar a la ciudad por día, el viernes 30 de mayo del 2013 no había
ninguna. La entrada al hall central de la ferroautomotora “Eva Perón” era un
espacio despoblado. A la derecha se podía ver el movimiento de los micros de
larga distancia. Parecía que la gente, los locales y el ruido le daban la
espalda al salón principal que da entrada a la estación ferroviaria. Un espacio enorme, un gran salón de baile al
que los invitados no han llegado aún. En el centro de la escena había un puesto
de información turística. Allí, un chico con cara de aburrido hablaba por
teléfono.
Las plataformas
ferroviarias también estaban desiertas. Se escuchaba cómo el viento golpeaba
contra el tinglado, que a pesar de tener pocos años de funcionamiento ya se
encuentra oxidado. Merodeando las plataformas solo estaban Mario y las dos boleteras
encerradas en sus cabinas.
El ferrocarril tiene un
solo servicio semanal de encomiendas. Las formaciones con pasajeros vienen tres
veces a la semana, día por medio. “Llegan a la ciudad lunes, miércoles y
viernes. Vienen con poquita gente. Al haber solo un horario la gente busca otras
alternativas y se va por el micro, a pesar de que los coches son buenos y hay
calefacción.” Sin embargo, cuando las maquinas se encuentran encendidas y los
pasajeros ultiman detalles para subir al tren, los ferroviarios ya se
encuentran en posición de trabajo. Todo está listo para que el tren arranque.
Sobre el andén se siente la algarabía de los ferroviarios jubilados. Todos
vienen a saludar a sus compañeros que empiezan un nuevo viaje. Son más los
ferroviarios que hay en la plataforma que los pasajeros. “Ayer viajaron
aproximadamente 200 personas y un tren tiene capacidad para un poco menos de mil.”
Mario se pone serio. La
nostalgia y la desilusión esconden los dientes que se le veían cuando sonreía
recordando otras épocas. “Esto camina gracias al esfuerzo de la gente, del
ferroviario que quiere que esto siga caminando. El viejo galpón de encomiendas
es el que está un poquito más allá. Comenzaron a hacer la infraestructura y ahí
quedó. Hoy es un juntadero de gente que viene a dormir o a consumir drogas”.
María Martha De Ortube
“Absolutamente todo se puede mandar”. Es una frase muy significativa. Qué buena imagen ofrece el relato de Mario y su primera combi: es la capacidad de resolución de problemas. Algo que me hace recordar a lo que me contó la señora que entrevisté: los trabajadores, con o sin títulos habilitantes, tienen mucho mejor manejo y experiencia de cosas que los funcionarios y empresas que ganaron licitaciones. El final de esta crónica pone sobre la mesa el hecho de que a veces la desidia puede ser irreversible. O que la inversión por sí misma no es suficiente cuando se ha perdido la confianza y el hábito. Será cuestión de seguir pensando cómo mejorar la calidad de vida de todos nosotros.
ResponderEliminarYael