domingo, 6 de julio de 2014

Solita su alma



Dos estaciones antes de llegar a Cañuelas, el tren de la línea Roca se detiene en Kloosterman, cuya historia y existencia están vinculadas al predio de SMATA con el que comparte nombre. Un  apeadero en una zona rural cuyos ritmos, sin embargo, están marcados por las horas pico de cualquier ciudad.   

Cuatro hombres bajan en la estación y se dispersan rápidamente por la calle o acortando camino por los terrenos linderos. Son las cuatro de la tarde de un día gris de otoño y para cuando el tren que hace el recorrido Ezeiza-Cañuelas se pierde tras la curva, en la parada de Kloosterman no hay rastros del cuarteto de pasajeros ni de ningún otro ser humano. Sólo el silencio interrumpido por el canto de algún pájaro.

La estación es en realidad un apeadero, con el estilo típico de las paradas de los trenes bonaerenses. La bautiza un cartel de fondo negro sobre el que destacan las letras blancas en mayúscula.  Hay un par de asientos de cemento a la intemperie en ambos andenes. Hay, también, un refugio en cada andén. Los dos refugios son iguales: ladrillos comunes pintados de gris desde el piso  hasta los primeros centímetros; ladrillos pintados de rojo hasta el techo de chapa. Hay grandes árboles que estiran sus ramas peladas hacia las nubes que tapan el cielo, mientras las hojas caídas alfombran el pasto y el piso de cemento que los rodea. El apeadero –ubicado en la localidad de Alejandro Petión, partido de Cañuelas–  es uno de esos lugares que provocan el sentimiento de estar en medio de la nada, aunque hay rastros de vida humana: un par de casitas de un lado de la estación y el centro recreativo del Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA) del otro. 

            La historia de la estación está directamente relacionada con el centro recreativo. El ramal Constitución - Cañuelas de la Línea General Roca se habilitó en 1885, pero el apeadero se estableció en 1972 a pedido del ingeniero y sindicalista Dirck Henry Kloosterman, por entonces Secretario General de SMATA, perteneciente a la CGT, quien fue asesinado de cuatro balazos el 22 de mayo de 1973 mientras sacaba el auto de su casa en la ciudad de La Plata, donde vivía con su esposa y sus hijos. El atentado fue reconocido por una de las facciones de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), el “Comando Nacional 3”, que en conferencia de prensa clandestina se adjudicó el ajusticiamiento. Acusaban a Kloosterman de haber apoyado la dictadura de Onganía y de mantener vínculos con la CIA.  Kloosterman se recibió de ingeniero mecánico en la Universidad Nacional de La Plata y se afilió al SMATA en 1962 cuando ingresó como trabajador en la empresa Peugeot. En 1968, junto con José Rodríguez, fundó el Movimiento Nacional de Unidad Automotriz — Lista Verde. La agrupación ganó las elecciones nacionales y el ingeniero pasó a ocupar el cargo de Secretario General hasta el día de su muerte. Desde entonces, tanto el centro recreativo como el apeadero llevan su nombre.
“Kloosterman fue quién solicitó el apeadero al ferrocarril cuando se abrió el camping. A cambio, el sindicato se comprometió a hacerse cargo del mantenimiento y la limpieza del lugar. Con el paso del tiempo y los cambios de manos, ahora se encarga la empresa de trenes”, cuenta Marcos, que trabaja hace año y medio como guardia de seguridad en el centro recreativo. Marcos asegura que el mayor movimiento se ve durante los meses de verano, cuando el predio se llena de gente que va a disfrutar del verde y a combatir el calor nadando en las piletas. Durante el resto del año, la presencia de pasajeros en el apeadero la presencia de pasajeros está marcada por los horarios de entrada y salida laborales. La mayoría de las personas que suben o bajan en la estación trabajan para SMATA o, en su defecto, dentro del club de campo La Martona, ubicado a sólo unas cuadras de distancia del otro lado de la Ruta 205 que, a esa altura, corre en forma paralela a las vías del ferrocarril. 

Osvaldo ingresó a las filas del sindicato hace 40 años y desde hace ocho trabaja en la parte administrativa del predio de Cañuelas. De lunes a viernes sale de su casa en Lomas de Zamora entre las 6 y las 6.15 de la mañana para llegar a las 8 a Kloosterman. El tren es su mejor opción como medio de transporte, no sólo por la comodidad de que lo deje en la puerta de su trabajo, sino más bien por una cuestión de economía doméstica. Desde Ezeiza hasta Kloosterman el boleto cuesta $1,50, contra los $16, 50 del colectivo, precio SUBE que aumenta a 22 pesos si se paga con monedas. Todos los días, a las cinco de la tarde, Osvaldo sale de la oficina llevando su bolso al hombro y camina hasta la entrada del centro recreativo.

En el momento en que llega Osvaldo, Marcos está conversando con otro de los guardias. Cuando advierte la presencia de Osvaldo, el guardia se va para continuar el recorrido en su carrito. Es el fin de la jornada de muchos de los empleados del lugar, de modo que se va formando un grupo mayormente femenino que se demora en la puerta charlando alegremente mientras espera el tren. La humedad y las víctimas al aire libre atraen a unos cuantos mosquitos que esquivan airosos cualquier manotazo o aplauso que intenta matarlos o al menos espantarlos. Cuando empieza a sonar la campana, la mayor parte de los trabajadores apostados en la entrada, que se dirigen a Cañuelas, cruzan hasta la estación seguidos por uno de los perros al que tienen que echar para que vuelva a su lugar junto a la garita de seguridad. La locomotora sólo lleva tres vagones, todos pintados con graffitis hasta la altura de las ventanas y uno, recientemente heredado, que aún lleva la inscripción “Línea San Martín”. Por primera vez en toda la tarde la barrera cumple su propósito impidiendo el paso de un auto gris.

María vive en Cañuelas y trabaja desde hace 30 años en el predio de SMATA. Recuerda que tuvieron que ocurrir varios accidentes para que colocaran la barrera. “Hace ya unos años el tren de las 10 que iba a Ezeiza atropelló un camión y mató al chico que lo manejaba. La familia y la gente de la zona cortaron las vías para reclamar. Ahí fue cuando pusieron la garita y después la barrera”. El conductor del camión del accidente se llamaba Fabián. Además de la barrera, en la estación hay una cruz blanca contra el alambrado del camping que lo recuerda. En la cruz hay una foto oval en blanco y negro donde Fabián posa serio, con el pelo oscuro hasta los hombros y una camisa blanca. Alguien escribió su nombre en el cemento fresco y, a juzgar por la cantidad y el estado de las flores de plástico, todavía recibe visitas.

Marcos, que se ofreció a calentar agua en la garita, me alcanza el termo cuando está lista. Entre mate y mate Susana me cuenta que vive en Spegazzini, a cuatro estaciones de distancia y confirma la tranquilidad de la zona rural: “Acá no apedrean el tren como en el conurbano, ni roban, gracias a Dios. No pasa nada, es muy tranquilo”. Marcos se acerca con 50 pesos en la mano y se los da a Susana con indicaciones para la lotería. “Le voy a apostar a la patente del auto aquel”, informa, y señala el auto gris que estaba detenido frente a la barrera. “Mañana te traigo los papelitos”, sonríe ella a lo que recibe como respuesta: “La plata, qué los papelitos. Me tenés que traer los dos mil pesos que voy a ganar”, retruca Marcos.  
            El tren que tiene que venir desde Cañuelas parece estar demorado, pero ni Osvaldo ni Susana muestran signos de impaciencia o preocupación. El apeadero no tiene parlantes. La única manera que tienen de deducir que el servicio se suspendió es si la espera se prolonga demasiado. Osvaldo señala que a veces el tren está detenido unos minutos en cada estación porque hay usuarios que viajan con su bicicleta y se demoran en subir al vagón. “Si no viene ahora, sabemos que pasará el de y media. Y sino, el de las seis. Si ese no viene vamos a tener que ir hasta la ruta a esperar el colectivo. Total, como el tren viene despacio si lo vemos venir nos pegamos un trote de vuelta hasta acá”, dice Susana.   


            Finalmente, el tren aparece en la curva y los dos caminan para esperarlo en el andén. Como no hay nadie con bicicleta, la formación no se queda detenida en la estación ni cinco minutos. El guarda, que viaja en el último vagón, se asoma y levanta su mano izquierda, en la que sostiene un paño verde. Es la señal para que el maquinista sepa que pueden seguir camino. Marcos toma su bicicleta para internarse en el predio, seguido por los dos perros que hasta entonces dormían despreocupados. Una camioneta vieja pasa en dirección a los campos detrás del predio. En la caja viaja un grupo de muchachos que llevan gomeras y ríen como chicos que planean cazar alguna liebre.  Cada vez hay menos luz y en Kloosterman no queda nadie. Solo el silencio, interrumpido por el canto de algún pájaro o algún vehículo que pasa por la ruta provincial. Y los mosquitos.  
                                                                                           
                                                                                                                     Paula Rey

2 comentarios:

  1. Cuantas barreras que faltan en este mundo. Interesante la historia de Kloosterman y sobre todo la presencia de SMATA. Tremendo lo de la señal para el maquinista.
    Yael

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  2. ESTIMAD@S EL 19 DE MAYO, A LAS 19 HS presentaré mi libro homenaje a Dirck Henry Kloosterman, en Villa Elisa (la Plata).Muchas gracias por el espacio
    #LaPlata Escritora de #VillaElisa presentará libro homenaje a
    Kloosterman asesinado en 1973
    @mercedescentenafmgonnet.blogspot.com/2017/04/escrit…

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