Dos estaciones antes de llegar a
Cañuelas, el tren de la línea Roca se detiene en Kloosterman, cuya historia y
existencia están vinculadas al predio de SMATA con el que comparte nombre.
Un apeadero en una zona rural cuyos
ritmos, sin embargo, están marcados por las horas pico de cualquier ciudad.
Cuatro hombres bajan en la estación y se dispersan rápidamente por
la calle o acortando camino por los terrenos linderos. Son las cuatro de la
tarde de un día gris de otoño y para cuando el tren que hace el recorrido
Ezeiza-Cañuelas se pierde tras la curva, en la parada de Kloosterman no hay
rastros del cuarteto de pasajeros ni de ningún otro ser humano. Sólo el
silencio interrumpido por el canto de algún pájaro.
La
estación es en realidad un apeadero, con el estilo típico de las paradas de los
trenes bonaerenses. La bautiza un cartel de fondo negro sobre el que destacan las
letras blancas en mayúscula. Hay un par
de asientos de cemento a la intemperie en ambos andenes. Hay, también, un
refugio en cada andén. Los dos refugios son iguales: ladrillos comunes pintados
de gris desde el piso hasta los primeros
centímetros; ladrillos pintados de rojo hasta el techo de chapa. Hay grandes árboles que estiran sus ramas peladas hacia las
nubes que tapan el cielo, mientras las hojas caídas alfombran el pasto y el
piso de cemento que los rodea. El apeadero –ubicado en la localidad de
Alejandro Petión, partido de Cañuelas– es uno de esos lugares que provocan el
sentimiento de estar en medio de la nada, aunque hay rastros de vida humana: un
par de casitas de un lado de la estación y el centro recreativo del Sindicato
de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA) del otro.
La
historia de la estación está directamente relacionada con el centro recreativo.
El ramal Constitución - Cañuelas de la Línea General Roca se habilitó en 1885,
pero el apeadero se estableció en 1972 a pedido del ingeniero y sindicalista
Dirck Henry Kloosterman, por entonces Secretario General de SMATA,
perteneciente a la CGT, quien fue asesinado de cuatro balazos el 22 de mayo de
1973 mientras sacaba el auto de su casa en la ciudad de La Plata, donde vivía
con su esposa y sus hijos. El atentado fue reconocido por una de las facciones
de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), el “Comando Nacional 3”, que en
conferencia de prensa clandestina se adjudicó el ajusticiamiento. Acusaban a
Kloosterman de haber apoyado la dictadura de Onganía y de mantener vínculos con
la CIA. Kloosterman se recibió de
ingeniero mecánico en la Universidad Nacional de La Plata y se afilió al SMATA
en 1962 cuando ingresó como trabajador en la empresa Peugeot. En 1968, junto
con José Rodríguez, fundó el Movimiento Nacional de Unidad Automotriz — Lista
Verde. La agrupación ganó las elecciones nacionales y el ingeniero pasó a
ocupar el cargo de Secretario General hasta el día de su muerte. Desde
entonces, tanto el centro recreativo como el apeadero llevan su nombre.
“Kloosterman fue quién solicitó el apeadero al ferrocarril cuando
se abrió el camping. A cambio, el sindicato se comprometió a hacerse cargo del
mantenimiento y la limpieza del lugar. Con el paso del tiempo y los cambios de
manos, ahora se encarga la empresa de trenes”, cuenta Marcos, que trabaja hace
año y medio como guardia de seguridad en el centro recreativo. Marcos asegura
que el mayor movimiento se ve durante los meses de verano, cuando el predio se
llena de gente que va a disfrutar del verde y a combatir el calor nadando en
las piletas. Durante el resto del año, la presencia
de pasajeros en el apeadero la presencia de pasajeros está marcada por los
horarios de entrada y salida laborales. La mayoría de las personas que suben o
bajan en la estación trabajan para SMATA o, en su defecto, dentro del club de
campo La Martona, ubicado a sólo unas cuadras de distancia del otro lado de la
Ruta 205 que, a esa altura, corre en forma paralela a las vías del
ferrocarril.
Osvaldo ingresó a las filas del sindicato hace 40 años y desde
hace ocho trabaja en la parte administrativa del predio de Cañuelas. De lunes a
viernes sale de su casa en Lomas de Zamora entre las 6 y las 6.15 de la mañana para
llegar a las 8 a
Kloosterman. El tren es su mejor opción como medio de transporte, no sólo por
la comodidad de que lo deje en la puerta de su trabajo, sino más bien por una
cuestión de economía doméstica. Desde Ezeiza hasta Kloosterman el boleto cuesta
$1,50, contra los $16, 50 del colectivo, precio SUBE que aumenta a 22 pesos si
se paga con monedas. Todos
los días, a las cinco de la tarde, Osvaldo sale de la oficina llevando su bolso
al hombro y camina hasta la entrada del centro recreativo.
En
el momento en que llega Osvaldo, Marcos está conversando con otro de los
guardias. Cuando advierte la presencia de Osvaldo, el guardia se va para
continuar el recorrido en su carrito. Es el fin de la
jornada de muchos de los empleados del lugar, de modo que se va formando un
grupo mayormente femenino que se demora en la puerta charlando alegremente
mientras espera el tren. La humedad y las víctimas al aire libre atraen a unos
cuantos mosquitos que esquivan airosos cualquier manotazo o aplauso que intenta
matarlos o al menos espantarlos. Cuando empieza a sonar la campana, la mayor
parte de los trabajadores apostados en la entrada, que se dirigen a Cañuelas,
cruzan hasta la estación seguidos por uno de los perros al que tienen que echar
para que vuelva a su lugar junto a la garita de seguridad. La locomotora sólo
lleva tres vagones, todos pintados con graffitis hasta la altura de las
ventanas y uno, recientemente heredado, que aún lleva la inscripción “Línea San
Martín”. Por primera vez en toda la tarde la barrera cumple su propósito
impidiendo el paso de un auto gris.
María vive en Cañuelas y trabaja desde hace 30 años en el predio
de SMATA. Recuerda que tuvieron que ocurrir varios accidentes para que
colocaran la barrera. “Hace ya unos años el tren de las 10 que iba a Ezeiza
atropelló un camión y mató al chico que lo manejaba. La familia y la gente de
la zona cortaron las vías para reclamar. Ahí fue cuando pusieron la garita y
después la barrera”. El conductor del camión del accidente se llamaba Fabián.
Además de la barrera, en la estación hay una cruz blanca contra el alambrado
del camping que lo recuerda. En la cruz hay una foto oval en blanco y negro
donde Fabián posa serio, con el pelo oscuro
hasta los hombros y una camisa blanca. Alguien escribió su nombre en el cemento
fresco y, a juzgar por la cantidad y el estado de las flores de plástico,
todavía recibe visitas.
Marcos, que se ofreció a calentar agua en la garita, me alcanza el
termo cuando está lista. Entre mate y mate Susana me cuenta que vive en
Spegazzini, a cuatro estaciones de distancia y confirma la tranquilidad de la
zona rural: “Acá no apedrean el tren como en el conurbano, ni roban, gracias a
Dios. No pasa nada, es muy tranquilo”. Marcos se acerca con 50 pesos en la mano
y se los da a Susana con indicaciones para la lotería. “Le voy a apostar a la
patente del auto aquel”, informa, y señala el auto gris que estaba detenido
frente a la barrera. “Mañana te traigo los papelitos”, sonríe ella a lo que
recibe como respuesta: “La plata, qué los papelitos. Me tenés que traer los dos
mil pesos que voy a ganar”, retruca Marcos.
El
tren que tiene que venir desde Cañuelas parece estar demorado, pero ni Osvaldo
ni Susana muestran signos de impaciencia o preocupación. El apeadero no tiene
parlantes. La única manera que tienen de deducir que el servicio se suspendió
es si la espera se prolonga demasiado. Osvaldo señala que a veces el tren está
detenido unos minutos en cada estación porque hay usuarios que viajan con su
bicicleta y se demoran en subir al vagón. “Si no viene ahora, sabemos que
pasará el de y media. Y sino, el de las seis. Si ese no viene vamos a tener que
ir hasta la ruta a esperar el colectivo. Total, como el tren viene despacio si
lo vemos venir nos pegamos un trote de vuelta hasta acá”, dice Susana.
Finalmente,
el tren aparece en la curva y los dos caminan para esperarlo en el
andén. Como no hay nadie con bicicleta, la formación no se queda detenida en la
estación ni cinco minutos. El guarda, que viaja en el último vagón, se asoma y
levanta su mano izquierda, en la que sostiene un paño verde. Es la señal para
que el maquinista sepa que pueden seguir camino. Marcos
toma su bicicleta para internarse en el predio, seguido por los dos perros que
hasta entonces dormían despreocupados. Una camioneta vieja pasa en dirección a
los campos detrás del predio. En la caja viaja un grupo de muchachos que llevan gomeras y
ríen como chicos que planean cazar alguna liebre. Cada vez hay menos luz y en Kloosterman no
queda nadie. Solo el silencio, interrumpido por el canto de algún pájaro o
algún vehículo que pasa por la ruta provincial. Y los mosquitos.
Paula Rey
Cuantas barreras que faltan en este mundo. Interesante la historia de Kloosterman y sobre todo la presencia de SMATA. Tremendo lo de la señal para el maquinista.
ResponderEliminarYael
ESTIMAD@S EL 19 DE MAYO, A LAS 19 HS presentaré mi libro homenaje a Dirck Henry Kloosterman, en Villa Elisa (la Plata).Muchas gracias por el espacio
ResponderEliminar#LaPlata Escritora de #VillaElisa presentará libro homenaje a
Kloosterman asesinado en 1973
@mercedescentenafmgonnet.blogspot.com/2017/04/escrit…