lunes, 30 de junio de 2014

El kilómetro 26


Nadie sabe dónde queda la estación Ingeniero Dante Ardigó. Ni el empleado de la farmacia ubicada a dos cuadras ni el hombre parado en la esquina que al preguntarle contesta: “¿Ardigó?, ni idea”, aunque 20 metros detrás de él se vea un cartel blanco y azul donde se lee: “Estación Ardigó”. Es que a esta estación, en la localidad de Gobernador Julio A. Costa, en el partido de Florencio Varela, en el sur del conurbano bonaerense, todos la conocen como “El Kilómetro.” ¿Por qué? Acá ninguno parece recordarlo.
Es domingo, son las 12 del mediodía y el andén por donde pasa el ferrocarril Roca que va de Constitución a Bosques vía Temperley está colmado de personas con mochilas, carritos y bolsas.  La cumbia suena fuerte y el humo de las parrillas improvisadas hace que le piquen los ojos a varios. Hay olor a carne asada, aceite quemado y basura vieja. La mayoría de las personas que esperan el tren hace más de 20 minutos vive en Claypole, una estación más adelante, en el partido de Almirante Brown, y todos los domingos viajan hasta Ardigó para comprar fruta, verdura o ropa usada. 
La estación está en el medio de un descampado de tierra blanda que cada domingo, lunes y jueves ocupan más de 100 feriantes. Vendedores que a los gritos ofrecen comida, ropa, medias, zapatillas deportivas, empanadas fritas, choripan, salchi-papa, dvd's o celulares. Es la feria más popular del barrio: es la feria del kilómetro. La misma que empezó en la crisis del 2001 para hacer trueque de cosas usadas y que continuó hasta el día de hoy con la venta de productos varios.
Rosa tiene uno de los puestos más grandes y mejor ubicado. “Y, hace 13 años que vengo”, dice orgullosa esta mujer de 48 años, caderas anchas y rasgos andinos sentada detrás de una mesa cubierta con fundas para celulares de todos los colores y para todos los modelos. “Si querés ponerte un puesto acá tenes que llegar temprano, porque después se llena y te tenés que ir allá lejos que no se vende nada”, explica y señala con el dedo al final del terreno, donde se ven construcciones bajas sin revoque y más basura que los perros sarnosos y sin dueño olfatean con hambre. Rosa fue una de las primeras vendedoras en ocupar un espacio frente a la estación Ardigó. Vive en el barrio San Nicolás, a veinte minutos en colectivo del Kilómetro 26. La primera vez que vino, trajo ropa y objetos que ya no usaba para ver si las podía vender. “Me acuerdo que vendí todo en pocas horas y como no conseguía trabajo, empecé a comprar cosas en Once y la Salada para traer acá. Así, de a poco, fui armando el puesto.” Rosa dice que entre lo que ella hace por mes y las changas de su marido, les alcanza para mantener a sus cuatro hijos y sobrevivir.
“Esto es una feria social, gratis, no hay que pagar nada, viene el que quiere, pero como la municipalidad nos quiso sacar a patadas varias veces, nos organizamos en una asociación que se llama Los Buscas”, cuenta el hombre que está sentado al lado de Rosa cebando mate. La asociación Los Buscas no tiene página web ni teléfono y  el delegado, que por alguna razón ahora nadie sabe dónde está, será imposible de ubicar en la feria, al igual que su  número de celular, que ninguno de los feriantes consultados admite haber guardado jamás.

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En el año 1937 esto era distinto. El paisaje era color verde, había pocas casas y  Ardigó se empezaba a construir como un parador: una forma menor de estación donde los pasajeros debían hacer señas con el brazo, como se hace con el colectivo,  para que el tren se detuviera y pudieran subir. Este parador fue llamado Kilómetro 26.700 por el kilometraje que tiene la vía férrea desde Constitución, en Capital Federal,  hasta esta zona periférica de Florencio Varela, uno de los partidos más grandes al sur del Gran Buenos Aires. Por eso, el barrio que rodea la estación también se llamó y se llama Kilometro 26.700 “Una vez que la población aumentó, el parador pasó a ser una estación más como tantas otras del ferrocarril Roca y su nombre cambió de Kilómetro 26 a Ing. Dante Ardigó,  en homenaje al jefe del departamento financiero de la Dirección General de Ferrocarriles”, cuenta desde la Municipalidad de Florencio Varela  Analía Fariñas, agrimensora, integrante del área de Planeamiento Urbano y una de las encargadas de la investigación histórica municipal.
Se dicen muchas cosas sobre la estación del Kilómetro 26.700: dicen que roban, que hay violadores, asesinos, que es una zona liberada por la policía, (a pocas cuadras está la comisaria número 2), que todo lo que se vende en la feria es robado.  “De día acá está todo bien, pero de noche es medio heavy, corte que si te regalas te afanan”, dice un vecino, parado en la puerta de su casa, a pocas cuadras de la feria. Él admite que nunca va a la feria pero que su mujer y hermana van todos los domingos a comprar fruta, verdura y pasear con sus hijos. “Ellas dicen que van porque es más barato que en otros lados.”
Los lunes, jueves y domingos el movimiento en la estación empieza a las 5 de la mañana cuando todavía no pasa el tren.  Los feriantes llegan desde los barrios cercanos, como Chacabuco, San Nicolás, 3 de Mayo o La Sirena. Vienen en autos cargados de mercadería, o en colectivo con mochilas y bolsos pesados colgando de su cuerpo. Primero corren los restos de comida o los pañales sucios tirados por el piso y después empiezan a armar. Algunos llevan tablones y otros simplemente extienden una tela impermeable sobre la tierra. Todos saben que para conseguir un buen lugar, entre la canchita de futbol y el cruce de vías, hay que llegar temprano. Esos días y hasta las dos de la tarde hay feria. No es ninguna de las 19 ferias francas del partido que la Municipalidad inspecciona y legaliza cobrando 20 pesos por puesto. Esta es una feria social, sin restricciones sobre qué se puede vender ni cómo. Quizás por eso hace algunos años atrás un hombre extendió una tela en el piso y apoyó sobre ella granadas y armas de guerra para vender a la mitad de precio que en los locales autorizados. Cuando la policía se enteró, a través de la denuncia de un vecino, detuvo al vendedor por no tener los papeles correspondientes de los productos y confiscó mercadería de otros puestos por considerarla de sospechosa procedencia.  “Acá lo que se vende es la mejor empanada de la zona sur”, dice un hombre bromeando y aprovecha para ofrecer a cinco pesos las últimas empanadas de carne picante y suave cortada a cuchillo que le quedan del día. Lo que más se ve dentro de los puestos y apoyado sobre el piso es ropa usada, deportiva, zapatillas y accesorios para celulares.
La feria del Kilómetro, sobre todo los días domingos, reúne a gran parte de los 6.917 vecinos del barrio Kilómetro 26.700 que llegan para comprar o almorzar en alguno de los puestos de salchi-papas, empanadas o  choripán. Se ven familias, adolescentes y niños que recorren curiosos los pasillos que comienzan en la calle  El Aljibe  y desembocan en la estación. “Yo vengo los domingos, traigo a mis hijos a comer algo y de paso veo qué hay. La mayoría de las cosas son usadas, algunos en el barrio dicen que son robadas pero eso es difícil de comprobar”, explica una mujer con el pelo teñido de rubio  que nació y vive en una de las pequeñas casas que rodean la feria.  A los costados también se pueden ver la capilla San Cayetano, la escuela número 9 y la placita del Kilómetro.

En el bar La 26, al lado de la ferretería Kilómetro 26 y sobre la calle El Aljibe, todas las mesas están ocupadas. “No hay baños químicos y cada vez hay más basura, esto es un asco”, opina un señor mayor mientras toma un vaso de vino. En las mesas de al lado hay tres hombres más, de entre 65 y 80 años que toman, igual que él, vino con soda, y miran a la gente pasar por la vereda. Son los habitúes del bar y aunque critiquen y se quejen, parecen bastante entretenidos mirando el movimiento que hay afuera, este mediodía soleado de otoño. Allí, sentados, se quedarán hasta las tres de la tarde, cuando los feriantes empiecen a levantar su mercadería y ya no quede nadie en el terreno sucio ni en la estación despintada. Hasta el lunes, cuando todo vuelve a empezar. 
                                                                       Camila Bretón

13 comentarios:

  1. Me gustó mucho cómo aprovecha el recurso del testimonio de Rosa para introducir la historia de la feria y cómo cuenta acerca de las diferentes apropiaciones y significaciones de los espacios. El final me parece perfecto.

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  2. Excelente comienzo. Te lleva de la nariz a leer el resto de la crónica.

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  3. El manejo de la información es muy preciso. Los datos y números están muy bien ubicados durante el relato y siempre conserva la humanidad de la feria que está describiendo. Me parece un buen trabajo investigativo.

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  4. Ya el comienzo atrapa. Me pareció muy entretenida y me pude imaginar bastante bien la feria. Creo que lo pintaste todo con mucha precisión. El comentario final sobre los viejitos que se quejan pero no se pierden el show me pareció perfecto.

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  5. Destaco tres cosas: i) el estilo conciso, directo y ágil; ii) el modo en que Camila intercala testimonios directos (las palabras de los feriantes) e indirectos (la historia del vendedor de bombas y armas); iii) cómo me dejó picando la referencia al delegado que nunca apareció.

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  6. Muy buena. Me encantó el testimonio de Rosa, y como buscaste la respuesta a porque la llaman el kilometro. No podes dejar de leerla.

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  7. sos media boba, amarillista solo haces hincapié en lo malo de mi amado km, no sabes un carajo es más seguro que muchos pueblos de otro distrito, no tenes base científica para dar, y tu percepción y tus datos criminalisticos carecen de fuente, o de estadísticas confiables, la próxima vez argumenta lo que decís, narcisista pedante de izquierda

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  8. km 26,700 ERA LA DISTANCIA DE LA ESTACIÓN, O PARADOR AL CONGRESO , IGNARA

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    1. Error, es la distancia hasta Constitución, exactamente 26.7 kms, lo acabo de medir con google maps, hasta el congreso son 29kms. o 23,6 km en línea recta.

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  9. Hola disculpen ...me interesa ir a la feria pero como vendedora ,alguien sabe como podría hacer ?

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  10. La competencia de la de Solano, algún día la voy a ir a conocer 😊

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