Cuando fue entrevistada para el ciclo Audiovideoteca de Escritores,
María Moreno planteó: “Yo parto de una desgrabación. Compaginar, seleccionar,
hacer el montaje, ya ponen en cuestión la autoría del texto. No creo que el
reportaje sea un género de la verdad pero, al mismo tiempo, sin la mirada del
escritor, ¿qué autonomía puede haber de ‘los hechos’?” La pregunta adquiere
relevancia sobre todo en Vida de vivos,
el volumen que compila veintisiete textos preparados por Moreno de sus
encuentros, desde los años 70, con una fauna cultural variopinta compuesta,
entre otros, por Jorge Porcel, Tomás Abraham, Martín Karadagian, Sara Facio y
Blanca Cotta.
Decimos que los textos son “preparados” porque, por un lado, se
trata de entrevistas glosadas en las que la periodista y crítica no se limita a
alternar preguntas y respuestas sino que introduce reflexiones sobre la
posición de algunos de sus interlocutores en el campo cultural, análisis de
tics y obsesiones exhibidas durante el encuentro, o bien da cuenta de aquellos
detalles que a la voz desgrabada se le escapan. Pero, al mismo tiempo, la
autora incluye en algunos textos una suerte de “memoria de la entrevista”: una
mirada retrospectiva en la que María Moreno misma re-observa a sus personajes
e, incluso, a ella misma en tanto entrevistadora.
A pesar de estar dividido en tres secciones de extraña titulación, Vida de vivos forma parte de esa generosa
estirpe de libros que invitan a leer en desorden. Y ahí reside la grandeza del
trabajo de Moreno: no hay personajes aburridos (o, en todo caso, la
presuposición de ello puede ser absolutamente desarticulada) sino
conversaciones mejor o peor logradas. Hay que creerle a la entrevistadora
cuando comienza su encuentro con Silvina Ocampo diciendo que se enamoró de
ella, sobre todo cuando Ocampo se empeña en respuestas llenas de imágenes
infantiles, juegos de palabras y figuraciones románticas que la convierten en
uno de los personajes menos interesantes del libro. No es lo que sucede con
María Inés Mato, la nadadora de aguas abiertas, y sus contestaciones alucinadas,
en las que la práctica de la natación se transforma en una verdadera (así la
llama Moreno) performance política.
Además de su comentario de los hechos in situ, Moreno aparece, primero, en la introducción titulada
“Entre nos”, una remembranza fabulosa (a la vez que sólida crónica de época) de
sus primeros pasos infantiles como “preguntadora” en la que luego teoriza sobre
las diferentes posibilidades que el género del reportaje permite (“lo ideal
para hacer una entrevista es no saber nada sobre el entrevistado y mucho menos
haberlo entrevistado antes con éxito”), a la vez que expone algunas actitudes
que el entrevistador puede utilizar como estrategias de acceso al diálogo (el
hacerse el tonto o los silencios, por ejemplo).
En la última
parte, “Militantes”, se dan cita tres personajes que restituyen, por medio de
la voz, su propio cuerpo como espacio de disputas (institucionales, clínicas,
educativas). Personajes a los que Moreno hace
hablar mucho y a través de los que da forma a un fresco complejo de luchas
de poder, escenarios político-jurídicos, e imaginarios sobre la enfermedad y
los géneros. Aquí, más que en las dos primeras partes, Moreno construye tres
retratos que, sin opacar la palabra de Lohana Berkins, Mauro Cabral y Gabriela
Liffschitz, agregan densidad (y fuerza dramática, por momentos) a esas
historias de vida.
Vida de vivos es, entonces, una deliciosa colección de confesiones, frases para
el bronce y recuerdos en la medida en que la mirada de la entrevistadora
también lo es. Más que insistir en lo difuso de los límites entre ficción y
realidad (muchas décadas de giro lingüístico y posestructuralismo ya han
discurrido sobre ello), el trabajo de María Moreno obliga a revisar los modos en
que el periodismo y la crítica construyen personajes, en que el entrevistador
deja sus huellas en un reportaje, y en que, a partir de una voz o un
intercambio de voces, es posible construir un cuerpo, una biología que se deja
atravesar por una época.
Fernando Ojam
Está buenísimo, es informativo, contundente y claro y no por ello deja de abrir varios puntos de discusión sobre el reportaje y el periodismo. El recurso del inicio está muy bien también.
ResponderEliminarMe gustó mucho la definición "deliciosa colección de confesiones", lo es. Genial lo del intercambio de voces. Agregaría que también tiene muy buen gusto para elegir en qué relatos aparecer en diálogo y en cuáles hacerse a un lado. Muy bueno!
ResponderEliminarQuisiera agregar, también, que me pareció muy inteligente la utilización de la palabra "preparados" como conexión entre la introducción y el segundo párrafo. En un principio no entendía por qué la habías elegido hasta que continué la lectura. ¡Muy buena reseña!
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