martes, 19 de agosto de 2014

El emblema vivo de Mar del Plata



                                                       María Martha de Ortube

El 23 de mayo de 2010 llovía y hacía frío. Las chicas, firmes, como si las bajas temperaturas y las gotas de lluvia no las alcanzaran, avanzaban por el medio de la 9 de Julio. Chaquetas blancas, rojas y azules vestían la calle. Marchaban hacia adelante, giraban, doblaban a la derecha y la izquierda. La música les marcaba el ritmo. La Guardia Nacional del Mar desplegaba toda su capacidad artística abriendo el desfile de Las Integraciones de las Naciones con motivo de los festejos del Bicentenario de Argentina frente a una gran cantidad de personas amontonadas.
Las bastoneras iban al frente con polleras y chaquetas blancas. El bastón giraba en el aire, pasaba de la mano derecha a la izquierda, se lanzaba al cielo y como un bumerang volvía  a la mano derecha. Detrás el cuerpo de baile con sus chaquetas rojas, pollera blanca, botas blancas y gorriones blancos con una pluma roja, les seguían el paso. Al fondo, la bastonera de las tamboreras daba la entrada al cuerpo de percusión con sus chaquetas azules. Atrás, casi imperceptible, venía la Trafic cargada de amplificadores para que la música llegara a los oídos de todos.
Las vallas delimitaban el Paseo del Bicentenario, sobre la 9 de Julio, entre las avenidas Corrientes y Belgrano. Allí, con el handy en la mano, estaban Alejandro, el director de la Guardia del Mar, Mariana, la coordinadora, y Valeria, la secretaria.
Mariana observa detalladamente. Busca fallas. Evalúa. 
–Acá hacemos tres temas y después va la percusión –indica Alejandro al sonidista que está en la Trafic blanca.
–Adelante, atrás, adelante. El brazo bien estirado –dice  Valeria a las integrantes que desfilan.
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“Tres, dos, uno… Fuego! En menos de un segundo, los edificios de una manzana (115)  donde la municipalidad hará una plaza fueron dinamitados cuando Mar del Plata dormía: minutos después de las 4 de la madrugada de ayer, expertos del Ejército demolieron más de mil toneladas de cemento. Lo hicieron en secreto y sin público. Fue la primera vez que en el país se realiza una experiencia con explosivos en una zona tan densamente poblada”. (Clarín – Junio de 1999)

La manzana 115 era un emblema de la ciudad. Un rectángulo que no llamaba la atención por su belleza física, todo lo contrario. Pero sus edificios y puntos de venta de objetos eran conocidos por marplatenses y turistas. Era la esquina de Moreno y Boulevard Marítimo, en pleno Centro de la ciudad, frente al Casino Central. A cincuenta metros de la rambla y de la playa era unos de los pasos obligados.  
Allí estaba el famoso Hotel Bristol. Entre los edificios de departamentos había locales comerciales y dos restaurantes con amplios salones ilustrados con fotos de los platos más característicos de la ciudad como las rabas. El viejo edificio del Ente Municipal de Turismo también estaba ahí. Todo eso quedó reducido a escombros en 40 segundos en junio del 99.
En la manzana 115, hoy la Plaza del Milenio, estaba el viejo edificio  en el que Valeria se anotó en marzo del 92 junto a 202 chicas más.  Tenía 15 años y medía más de 1,65, la altura mínima para ingresar a la Guardia Nacional del Mar. La decisión le llevó dos años, no le gustaba exponerse. Su mamá la ayudó a conseguir la confianza necesaria para inscribirse.
Al mes siguiente de la inscripción, el teléfono de la casa de Valeria sonó. Tenía que acercarse para una preselección. La directora de ese momento, Norma Magrini, la observó en malla. Su físico y altura se correspondían con las condiciones necesarias para pasar a la siguiente etapa.
En la segunda parte, la coreógrafa le enseñó una coreografía, le facilitó la música y un mes después, Valeria se presentaba a rendir.  Quedó entre las 15 para integrar el grupo coreográfico de chaqueta roja.
Estuvo diez años como integrante de la Guardia. Dos fuera de ella porque, la mayoría de sus amigas ya no estaban y se apartó. En ese tiempo sintió que cada miércoles y viernes quedaban reducidos a escombros como el edificio en el que había pasado tanto tiempo. Luego volvió como secretaria. Hoy lleva otros diez años en ese puesto. 
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Corría 1969 y Alejandro tenía cuatro años. Su mamá, Norma, y su papá, Luis, habían tomado la responsabilidad de crear un grupo coreográfico que acompañe a la Reina Nacional del Mar en sus presentaciones en la ciudad y fuera de ella.
Ambos profesores de educación física contaban con los conocimientos necesarios para agrupar a los chicos, crear las diferentes coreografías y buscar una banda de música. En un principio, las chicas fueron seleccionadas por la profesora Magrini, que ejercía la docencia en la escuela Normal.
“Allí yo sabía cuáles eran las chicas que tenían buena conducta y condiciones para aprender coreografías. Les fui proporcionando la idea y con ellas arme el primer grupo”, comentó Norma en la revista Toledo Con Todos en 1996.
Los primeros años demandaron mucho trabajo para Luis y Norma. Había que agrupar a los chicos, crear las coreografías, buscar una banda de música.
“Me dijeron que no había presupuesto y que tenía que hacerlo ad-honorem, y creo que ese fue el motivo por el cual acepté –agrega– vi que era algo que podía ser una creación artística, estaba dentro de mis posibilidades y le dije que sí. Fui a mi casa, le comenté a mi esposo y desde ese momento estamos trabajando juntos”, dijo Norma en la entrevista.
Norma y Luis sumaron a sus tres hijos adolescentes a la Guardia. Alejandro, con su corta edad, también tuvo un lugar con un pequeño tamborcito de juguete. Para él “era un tema. Como hijo se sufre. Vos queres tener un fin de semana en familia y era una época en  la que todos los viernes salíamos de viaje con la guardia. Éramos uno más dentro del grupo y ahí uno tenía que compartir los padres con 60 compañeros”.
Cuando los hermanos de Alejandro dejaron la Guardia en el 79`, luego de 10 años, él solo tenía 14.  Por eso decidió continuar. Del tamborcito pasó a un redoblante. Y cuando se creó el grupo de abanderados, pasó a formar parte de este. Luego fue  profesor de abanderados y, después de muchos años, se convirtió en director cuando Luis decidió dar un paso al costado.
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De junio a noviembre del 92 Valeria y Lorena corrieron los muebles, hicieron espacio. Pusieron la música fuerte y comenzaron a bailar.  A veces la escena se repetía en la casa de Valeria, otras en la de Lorena.
–Uno, dos, tres, adelante, giro. Uno, dos, tres, el brazo a la derecha y a la izquierda. Otra vez. Uno, dos, tres –dice Lorena.  
Lorena integraba la Guardia del Mar desde hacía un año. Los directores la asignaron madrina de Valeria y debía enseñarle las 30 coreografías que conformaban el repertorio. Hasta que Valeria no las aprendiera todas no le entregarían el uniforme y no sería efectivamente una integrante de la Guardia.
Horas y horas de ensayo dieron sus frutos. El 18 de noviembre de 1992 Valeria recibió su uniforme. Su papá la esperaba en la puerta del Centro de Educación Física Nº2 donde ensayaban habitualmente. Valeria salió con una sonrisa enorme en su rostro. Ya pertenecía a la Guardia. Había que reacondicionar rápido el uniforme porque debutaba a los dos días. Había que pintar el gorro, mandarlo a limpiar, coser los botones, lustrar las botas.
Las chicas llegaron por la mañana a la Ciudad de Buenos Aires. Almorzaron en una casa antigua, que tenía un patio central y una galería. Allí con la ayuda de Lorena, Valeria, se  peinó, se maquilló y se puso el uniforme de la Guardia.
–Vos estas sola, sola. No estaba tu mamá. Te tenes que arreglar con las condiciones que impone el grupo. Horarios, la comida –dice Valeria cuando se acuerda de ese momento.
Vestidas con el uniforme dejaban de ser Lorena o Valeria para convertirse en La Guardia Nacional del Mar, que  avanzaba en la muestra de autos antiguos que se realiza habitualmente en San Isidro. Era noviembre del 92. En la última escuadra marchaba Valeria por primera vez.
La familia de Valeria se quedó en Mar del Plata. Fue  uno de los pocos desfiles que no pudo ver.
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El cargo de director de la Guardia Nacional del Mar le llegó a Alejandro de la mano de la peor crisis que padeció la institución: la gestión de Elio Aprile. Según Alejandro,  “un gobierno que decidió darle la espalda a la Guardia”.
El 27  de agosto de 1996 se promulgó la ordenanza nº 10702, “la baja del funcionamiento municipal al Conjunto Coreográfico – Musical Guardia del Mar”. La política estatal de recorte presupuestaria de los años 90 también alcanzaba a la Guardia. 
–Ese fue un gran cimbronazo porque pertenecer a la municipalidad te da la contención necesaria en lo que respecta al costo del mantenimiento de la Guardia que dependía absolutamente del Estado –dice Alejandro
–Era horrible, porque vos formabas parte del grupo. Había que acortar presupuesto y la Guardia llevaba mucha plata. Igual en ese momento ni lugar para ensayar teníamos. En verano, por ejemplo, practicábamos en la Rambla –recuerda Valeria
Norma, como madre fundadora de la Guardia comunicaba a la prensa la angustia que sentían cuando peligraba la existencia de la institución. Con los ojos llenos de lágrimas les gritaba a los marplatenses a través de los medios de comunicación que los querían “matar en vida”. Sin la decisión política de que la Guardia participará en los eventos más importantes de la ciudad, moriría por decantación, porque perdería  su finalidad como institución, que es la de promocionar a Mar del Plata a través de un cuerpo coreográfico.
Después de mucho trabajo, la Municipalidad y la Asociación Amigos de la Guardia del Mar, que fue creada legalmente ese año, acordaron un convenio. La Asociación asumía la explotación, mantenimiento artístico del grupo, contrataciones y obligaciones civiles. A su vez, garantizaba la presencia del Grupo en todas las presentaciones que el EMTUR (Ente Municipal de Turismo) consideraba que tenían fines promocionales de la ciudad.
Por su parte, el Municipio autorizaba a la Asociación a utilizar el nombre de “Guardia Nacional del Mar” de la cual tenía la licencia y, a cambio de la presencia de la Guardia en todas las actividades que considerara necesaria, les otorgaría un subsidio. Eso le permitió a la Guardia poder alquilar un espacio como sede, algo que nunca antes se había conseguido, y cobrar aquellas presentaciones de índole privada que realizara la Guardia.
Para el actual presidente del Emtur (Ente Municipal de Turismo), Pablo Fernández “la Guardia Nacional del Mar es una parte muy importante de la historia cultural de nuestra ciudad. Hace a la identidad, a la promoción de Mar del Plata, a sus valores. Se tomó una decisión que la Guardia vuelva a tener ese protagonismo promocional dentro y fuera de la ciudad que había perdido. Debe y tiene que ser la gran embajadora de la ciudad de Mar del Plata”.
“Hemos pasado todo tipo de situaciones. Ahora estamos en un momento de repunte. De seis años a esta parte hemos recuperado el aspecto económico, la difusión de la guardia y artísticamente estamos en nuestro mejor momento,” dice Alejandro.  
Hoy la Guardia Nacional del Mar siente la responsabilidad de guiar a las guardias del país en su proceso de formación. Ya que ha inspirado la creación de cuerpos coreográficos a lo largo del país. Ha sido el modelo a seguir de muchas de ellas. Hoy existen en la Argentina más de 30 Guardias con el mismo formato. Todas ellas llevan por delante la palabra “Guardia” haciendo referencia a la Guardia del Mar.

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Después de diez años, Valeria se ponía por última vez las botas, la chaqueta y la pollera blanca. Junto con cuatro amigas dejaban, en el desfile de navidad del 2002, de ser parte de la Guardia. Durante el evento  se reían  y lloraban a la vez. Buscaban la complicidad entre los nervios y la tristeza.
–Cuando no estaba en la guardia esos miércoles y viernes eran rarísimos.
Fueron dos años. “No podía ver a la guardia de afuera. Yo dejé la guardia y nunca la pude ver. Una sola vez”.
Era el primer desfile del año en la Plaza del Milenio y el primer desfile que Valeria vería desde afuera de la Guardia.
Se acercaba junto a su mamá cruzando la plaza Colón. La Guardia apareció por la calle principal. Valeria no lo pudo soportar. Se puso a llorar y volvió a su casa. No las pudo ver más hasta el día que la llamaron para integrar el grupo de trabajo de la Guardia.
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El viernes 27 de junio a las 19:15 ya es oscuro y la calle Savio no está muy iluminada. A una cuadra de la avenida Juan B. Justo, una de las principales de la ciudad, un reflector ilumina el logo de la Guardia del Mar que está pegado sobre la puerta de vidrio indicando que allí es la sede.
Desde la calle se entra directamente a un hall central con una barra de lo que alguna vez fue un buffet. Una pequeña puerta es el acceso al gimnasio principal, un amplio espacio con ventiladores colgados en las esquinas y pequeñas pantallas infrarrojas  a gas apagadas. Un espejo acompañado por una barra, como las que usan en los salones de danza clásica recorre todo el largo del salón. Sobre el espejo hay flores de cartulina y un cartel que dice Bienvenidas.
Volviendo al hall central, que funciona como un distribuidor, se tiene acceso a la oficina del director y una  escalera que lleva a la planta alta donde ensayan los abanderados. Ese espacio es similar al de abajo pero sin las estufas ni el espejo, ni las flores. Su techo es lo suficientemente alto como para tirar las banderas al aire.
En la oficina del director, que está decorada solo con fotos de los desfiles de la Guardia Nacional del Mar, es donde Mariana, la coordinadora, se reúne con las aspirantes a ingresar a la Guardia para realizarles una entrevista personal.
Para ello, Mariana se sienta de un lado de escritorio. Del otro lado hay una chica que ha demostrado un baile “correcto”. La joven aspirante es callada, tímida. Tiene la mirada fija en el regazo. Esquiva los ojos de Mariana, que le pregunta:  
–¿Por qué queres entrar a la Guardia?
La chica levanta la mirada y mira fijo a Mariana. Contesta: 
–Porque yo cuando bailo y veo a la guardia bailar me conecto con la vida.
Según cuenta Mariana, esa chica “entró de cajón porque vimos el aporte que la Guardia y ella se pueden hacer mutuamente. El compromiso de esa chica será diferente al de todas las demás”.
En cada entrevista, la coordinadora pregunta “¿Por qué te interesa ser integrante de la Guardia? “ Muchas con la mano en la cintura, muy derechitas, como si fueran “la reina de la batata”, dice Mariana, sostienen que su intención  “es representar a la ciudad de Mar del Plata”.
Las chicas que ingresan a la Guardia Nacional del Mar tienen entre 13 y 16 años. Mariana sabe que hay cosas personales que las llevan a anotarse. Que el discurso de que quieren representar a la ciudad de Mar del Plata es aprendido y que a esa edad aún no tienen desarrollado el sentido de responsabilidad cívica. Por eso, como buena docente que es, intenta desestructurarlas y les pide que sea una sola palabra la que describa ese sentimiento. Casi siempre es “Me encanta”.
Durante el período de ingreso a la Guardia hay chicas que  van porque la madre no pudo entrar y luego les gusta; y chicas que vieron a la Guardia desfilar y eso les  despertó un gran interés. Si no entran en un año, se acercan el año siguiente y sino, el otro. “Algunas se han llegado a anotar hasta tres veces. Eso es lo más genuino”, dice Mariana.  
“Hoy hay que gente que siente lo mismo por la Guardia que yo y la vive con la misma pasión por eso sigue en pie hace más de cuarenta años” explica Valeria. 

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Valeria, Mariana y Alejandro son la familia que alberga a más de 60 chicas todos los lunes, miércoles y viernes después de las 19  en la sede.
Mariana y Alejandro son marido y mujer desde hace 14 años. Hoy tienen un hijo de seis años, Felipe, que recorre las instalaciones de la Guardia Nacional del Mar como si fueran propias, igual que lo hacía Alejandro en el 69. Quizás Felipe sea el que continúe con este emblema local que representa a la ciudad de Mar del Plata dentro y fuera del país.
Valeria, tiene un profundo amor por la Guardia. Lo dejaron demostrado las lágrimas de alegría que tuvo cuando Alejandro, junto a Luis y Norma, la fueron a buscar a su casa para trabajar en el puesto de secretaria.  “Me encantaba la guardia y me encanta hoy. La guardia a mí me dio mucho. Hoy le estoy devolviendo algo de lo que me dio”.

La Guardia Nacional del Mar conserva entre sus más valiosos tesoros la filosofía que Luis y Norma supieron crear. Alejandro lo comenta en pocas palabras:
–Un grupo sano que puede representar y dejar bien parada a la ciudad desde lo artístico en todo el país. Una institución que busca dejar algo a cada uno de los chicos que pasan por ella desde lo humano.
 “En definitiva más allá de la Pompa, el brillo, los sones de la banda, el ritmo y la gracia de las danzas, de las sonrisas y la belleza está el trabajo de una verdadera escuela de vida que rescata por ejemplo, a una juventud sana física y moralmente. Sin temores, sin complejos ni frustraciones”
 (En La Capital, 18 de diciembre de 1987)


La Guardia Nacional del Mar, con 47 años de vida, ya es un emblema de la ciudad. La tarea de Alejandro, Mariana y Valeria es perfeccionar el grupo  desde lo artístico y principalmente desde lo humano. No solo enseñan a bailar, mover el bastón o tocar el bombo, sino también los valores de independencia, compañerismo, salud, solidaridad y entrega de todos los chicos que pasan por ella.

2 comentarios:

  1. Es una historia que desconocía y me atrajo mucho. Está narrada con dinamismo y tiene varias fuentes, actuales y de archivo, eso está bueno. Tal vez hubiera trabajado más el inicio, que cuando lo leí no sabía bien adónde apuntaba. Me gustó.

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  2. Disfruté mucho leyendo tu crónica porque tiene muy buenas descripciones e historias interesantes que no conocía. Se nota mucho el trabajo de investigación que hay detrás y, a través de la combinación de distintos tipos de fuentes, como dice Luciano, lograste una fluidez que hizo que el texto no pareciese tan largo.

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