martes, 19 de agosto de 2014

No importa lo que suceda, sonreiré el día de hoy





Los eventos de cultura asiática son cada vez más populares en el país. Sus organizadores, anónimos en su mayoría, son fuentes de mitos y rumores sobre sus profesiones, pasatiempos y ganancias. En esta crónica, los creadores de Otani desmienten esas leyendas urbanas al tiempo que cuentan su origen y los pasos a seguir para hacer una convención exitosa.

                                                                                                      Florencia Suárez
—¡Ya vamos a abrir las puertas! ¡Ya vamos a abrir las puertas!
         No sé de dónde viene la voz pero ahí está: un poco nerviosa pero potente. Los dueños de los stands la escuchan también y se preparan. Manos temblorosas alinean gorritos con orejas de gato, remeras, llaveros y pines, mientras sus ojos recorren la reja en la que se apoyan más de una veintena de adolescentes que esperan desde hace dos horas.
         Danila sonríe de oreja a oreja mientras se prueba un sombrero fucsia chillón. Es peludo y tiene cola: resulta ser Cheshire de “Alicia en el país de las Maravillas”. Le calza a la perfección y se lo queda para protegerse del frío. Como representante de  “Informes”, se acomoda su uniforme marinero de color rojo y blanco mientras se sienta detrás de su netbook y revisa los últimos detalles. Ya está por empezar.
         Julieta está nerviosa: es su primera vez en la convención de manga y anime, Otani, a cargo de la sección de “Juegos”. Se acomoda el pelo cinco veces en menos de dos minutos mientras engancha los pines en una especie de felpudo celeste. De vez en cuando, observa el gran bolillero con pequeñas pelotitas pintadas de naranja. Sabe que va a ser la estrella de la tarde y se inquieta. ¿Vendrá mucha gente? Es la pregunta que se hace una y otra vez hasta que alguien le alcanza una caja con esferas cristalinas colocadas cuidadosamente sobre una tela brillante: son las esferas del dragón, el primer premio de su juego. Las apoya con cuidado sobre la mesa, alejándolas del alcance del público: nunca se es demasiado cuidadoso.
         Gritos anuncian la apertura: chicos y chicas corren como si llegar primero al salón en donde está el escenario significase alcanzar una meta codiciada por miles. Unos pocos se frenan a ver las mercancías ofrecidas en el patio. Pasan varios minutos del mediodía del 14 de junio. El show ha comenzado y se sabe que continuará hasta las 8 de la noche.
***
         La primera vez que vi a Giuliana Pimentel (Keeza) fue en el 2008 y pensé que tenía un pelo digno de ser recordado: era largo y con muchos rulos. Con el paso del tiempo, ella hizo de su cabeza una marca registrada: se lo cortó y sólo se dejó dos mechones a ambos lados de la cara, los cuales tiñó de rosa, verde y/o púrpura. Johann Gómez nunca tuvo un cambio estilístico tan radical pero siempre conservó una solemnidad y seriedad que le resultaron útiles a la hora de transformarse en el relacionista público del grupo. Con 22 y 26 años respectivamente, ambos estudian en Bellas Artes de La Plata.
         A Camila Vallefín la conocí al mismo tiempo que a Giuliana: ambas compartían el salón de clases, el estudio del japonés y el gusto por la cultura asiática. También con rulos, hace honor a su apodo, Chibi (persona pequeña), mientras que habla a diestra y siniestra, sin importarle si los demás la consideran hinchapelotas o no. Nicolás Mele es el último del equipo. Sin miedo a equivocarse, uno podría decir que es una especie de pulpo: con 24 años, escribe un blog personal, estudia Física Médica y organiza un evento cultural. Porque eso es lo que todos tienen en común: son los creadores de Otani, una convención temática sobre producciones culturales japonesas y coreanas que convoca a miles de personas gracias a sus talleres gratuitos, videojuegos, shows, comidas, juegos, stands y concursos.
—Cuando la conocí a Camila, para mí Japón era anime y un lugar mágico con flores de sakura—recuerda Keeza, entre risas—. Vi que ella hacía la Neko Ai, la Vampire Fest y, después, Animaid. Un día le dije: “te llegás a pelear y hacés un evento conmigo”. “Bueno”, me respondió. Pasaron 63 Animaid hasta que se peleó con uno de los organizadores que, eventualmente, también terminó yéndose.
—Fueron dos años nomás—interrumpe Chibi.
—¿Dos años? Para mí fueron eternos…
—Para mí también.
         Animaid es un evento de cultura japonesa que se realiza desde el 2010 en La Plata. Si bien hoy es común hallar convenciones temáticas en distintas partes del mundo (siendo la más conocida, probablemente, la Comic-Con de San Diego, Estados Unidos), estas reuniones empezaron a realizarse desde hace un poco más de 35 años. De hecho, una de las primeras se realizó en Tokio en 1975 y se llamó Comiket. Chibi participó en distintos proyectos antes de aceptar ser parte de Otani.
—Para hacer una convención te tenés que divertir. Si no te divertís, podés hacer otra cosa que te dé más plata. No tiene mucho sentido si no la pasás bien—asegura.
—De a poco empezamos a hacer el evento—suma Keeza—. Bueno, vamos a hacer algo: ¿qué vamos a hacer? Un evento de colegio. Bueno, sí. ¿Cómo va a ser el uniforme? Algo simple, rojo con blanco. Dibujamos a Nekumi, el primer personaje, en noviembre de 2011 sin tener nombre del evento ni la organización, nada. Yo quería que fuera perfecta. Le puse mucha polenta. Un tiempo después, me acuerdo que íbamos en el micro con Dani [la chica que después estaría en “Informes”] y pensaba que teníamos que tener un nombre original porque todos son nombres re fáciles combinando “anime” u “otaku” con algo más. Dani me dijo: otakuanime: Ota-ni. Lo googleamos y significaba “gran valle” en japonés. Quedó así. Respecto al nombre de la organización pensamos en nuestras sílabas iniciales: Jo… Kee… Chi. Decidimos cambiar la J por la Y. Así surgió Yokichi Eventos.
         En ese momento, Nicolás, que había conocido a Chibi en la fila de una convención llamada Animate, no era parte del grupo pero, tras ayudarlos en más de una ocasión, decidieron incorporarlo.
—Con el eslogan, empecé a dibujar diferentes cosas hasta que salió un pulpo—. Keeza recuerda cómo pasaron de una llama al diseño final, pasando por un hipopótamo y un hámster.
—Iba a ser un onigiri, ¿te acordás?. Todavía lo tenemos. Era mucho más promocional.
—¡Sí! El pulpo fue un delirio. Pero nos enamoramos de él. Todo esto lo hicimos antes de saber cómo iba a ser el evento. Empezamos bien —dice con ironía.
        El 9 de enero del 2012 iniciaron la campaña en Facebook (la cual hoy tiene 3952 seguidores): su primera publicación fue la sombra de su heroína, Nekumi. Otra marcaba, de manera indirecta, su inclinación a la temática del Mahou Shoujo (género con magia y chicas como protagonistas): “Se dice que el número 7 es un número mágico. Nosotros también lo creemos así, por eso elegimos ese día para traer un nuevo punto de vista en eventos platenses, este 7 de abril vení a compartir una jornada mágica con todos nosotros!”.
***
         Todo evento conlleva una interminable lista de “cosas para hacer” que son divididas entre los organizadores. Keeza es la ilustradora oficial: habiendo creado cinco personajes para el evento (Nekumi Takimoto, Maki y Okashi Nobushiro, Effie Kawashita y Yumiko Murakami), se encarga los panfletos y nuevas imágenes; Chibi hace el diseño gráfico; mientras que Johann y Nicolás son los relacionistas públicos. El primero pacta los contratos con los stands y el segundo con el resto de las personas (staff, shows, torneos, talleres).
—¿Qué es lo que les genera más miedo antes de cada convención?—les pregunto.
—Que salga feo. Que no venga ni medio stand—responde de inmediato Johann.
—Que no vaya nadie—agrega Keeza.
—Sí, que no venga gente. Los del staff también—concluye Chibi—. Creo que nos falta tomarnos con más calma el hacer. Tenemos confianza en el otro. Nos podemos cagar a puteadas pero yo sé que lo van a hacer. El tema es la presión de que va a salir todo mal, que va a ser tu culpa y que vamos a defraudar al público.
—Nosotros cuatro somos muy distintos pero coincidimos en un montón de cosas: nunca le faltamos el respeto al público y cada vez que preguntan, por más que sea algo tonto, contestamos con una carita contenta, un corazón y los chicos se van felices. De a poco, nos empezaron a saludar en los eventos—Keeza sonríe al recordarlo—. Gracias a eso, dejó de verse al organizador como uno que se llena de guita y pasó a ser como “aquel buena onda que quiere que nos divirtamos”. Queremos que la gente se sienta bien. Somos muy abiertos al público.
De hecho, la gente que va, en conjunto con los stands y los shows, es uno de los ejes claves para el éxito del evento: ellos, con mucho nerviosismo, lo recuerdan a diario. Tan es así que, tras anunciar la fecha de su Segundo Aniversario, difunden un evento al cual invitan a 10288 personas, esperando con ansias cada “Asistiré” que se concreta con la compra anticipada de entradas. Faltando exactamente un mes para la fecha, 400 asistentes confirman su presencia durante las primeras cuatro horas. Todavía queda tiempo pero los cuatro están intranquilos.
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         Es tarde y hace frío. Recién empieza junio pero ya parece invierno. La Galería Rocha es nuestro punto de encuentro y, mientras espero, se acerca una chica rubia con un arito en la ceja y un piloto negro.
—¿Ésta es 7 entre 48 y 49?
—Sí.
—Estoy buscando el séptimo… Digo, el local 7. Está en el hall central.
—Podés preguntar en la boletería del cine.
—Gracias—. Se va.
         Me doy vuelta para observar una vidriera llena de muñecos asiáticos, mangas, DVDs con capítulos de anime, peluches, posters y otros productos importados. En la puerta, hay un pintoresco poster de Otani con su protagonista y pequeños carteles anunciando el precio de la entrada ($25 la anticipada y $30 en puerta), las actividades, el horario. Este local no sólo es auspiciante de las convenciones de la ciudad, sino que también es el punto de venta de las entradas. En La Plata, los más conocidos son ese y “La oruga azul”, que queda en diagonal 80. Mientras observo el vidrio, noto que un cartel indica que es el local 7 y tiene todo el sentido del mundo: el negocio se llama “El séptimo portal”.
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         Cuando uno escucha la expresión “tengo que ir a cobrarle”, inmediatamente se imagina formando parte de una escena digna de “El Padrino” en la cual hombres de ambos bandos se miran seriamente por una incontable cantidad de minutos hasta que uno da el brazo a torcer. El caso de Otani no tiene nada que ver: tras caminar por una diagonal bajo una molesta llovizna, llegamos al edificio de una chica bajita que se asoma con total naturalidad y le alcanza un tubito hecho con billetes a Johann, al tiempo que cuenta que su casa huele espantoso por el pegamento.
         Pagar el lugar en donde se hará el evento, también se realiza bajo un ambiente alegre y divertido, como si el contrato se realizase entre amigos y no entre desconocidos: Mario, el casero del Centro Asturiano, lamenta haberse perdido “lo de los papelitos” en la última edición (con esfuerzo, entiendo que se refiere al origami). Está anocheciendo pero los chicos aprovechan las pocas luces que iluminan la entrada del club, ubicado en 42 entre 19 y 20, para medir los espacios del patio, el salón principal y uno más pequeño invadido con olor a pintura fresca. Saben que tienen que alquilar gazebos pero no cuántos.
         Después de unos minutos, Mario nos llama y nos hace pasar a una pequeña habitación con mucho olor a cigarrillo. En cada una de las paredes, en vitrinas, hay decenas de trofeos de distintos deportes. El centro del lugar está ocupado por una mesa en donde están sentadas cinco mujeres y dos hombres, que charlan alegremente ignorando la pila de revistas del Hospital Español que tienen bajo sus manos. Irónicamente, ninguno tiene acento español.
—Vinimos a pagar la seña—dice Johann con mucha seguridad.
         Uno de los hombres hace un chiste y habla de un cumpleaños mientras la tesorera escribe el recibo para el grupo. De fondo, a lo lejos, se escucha una música que recuerda al estilo que se usaba en películas mudas. Resulta ser la que se baila en las danzas asturianas.
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—¿Belgrano C?
—Sí, C de chino.
         En Barrancas de Belgrano está la meca de los fanáticos de la cultura asiática: el Barrio Chino. Sus tres o cuatro calles están pobladas de negocios pequeños que rebalsan de mercadería importada de dudosa calidad pero de inmejorable precio. Ese es uno de los puntos de compra de los organizadores de Otani: reuniéndose a un costado de uno de los dragones que custodian el gran arco ubicado a unos metros de la Estación de tren “Belgrano C”, se reparten un listado con ítems. Cada uno tiene el trabajo de buscar los precios más económicos.
         Harumakis, ramen, golosinas coreanas, sushi, entre otros, son sus objetivos; Casa China, Asia Oriental, Ichiban y Nueva Casa China, sus destinos. Después de un debate, eligen la mejor opción para cada uno de sus productos. Al finalizar, las chicas buscan chucherías (“¡Esto es rosa y peludito! ¡Tiene que estar en el evento!”).
         Las compras de la convención se hacen en tres etapas: la primera, la del Barrio Chino, es la más tediosa. Unos días después, optan por ir a Carrefour para buscar las bebidas y, en el medio, agregan los descartables.
         Durante el evento se usan ollas y utensilios de la familia de cada uno de los organizadores. Salvo que sea necesario, no se compra nada extra. De hecho, los cálculos de cada uno de los gastos se hacen en base a la convención anterior, la cantidad de entradas vendidas y al número de “Asistiré” que aparece en Facebook. Es 7 de junio y el público confirmado supera los 1400 pero aún persiste la intranquilidad. Johann repite varias veces que, hasta no superar los 1500, no puede calmarse. La difusión, a través de dibujos, concursos de selfies e imágenes compartidas, continúa.
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         El barro del patio del lugar es el único rastro de la lluvia de los días anteriores. Un tímido sol se asoma ese mediodía del 14 de junio y se mezcla entre los centenares de asistentes que, vestidos mayormente de color negro, saltan, gritan y corren volcando un plato de ramen a su paso. El público está conformado por adolescentes, nenes con sus padres y grupos de amigos con carteles del estilo “Abrazos gratis”.
         Los organizadores corren de un lado a otro resolviendo todo tipo de problemas: inscripciones a los concursos, cumplimiento de itinerario, búsqueda de cambio para las cajas, etc. Se nota que siguen preocupados pero, con el pasar de las horas, se calman: los stands están, los shows también y la gente no deja de hacer fila y entrar.
         Por la tarde, en los salones hace calor: hay demasiadas personas que se amuchan entre las mesas repletas con merchandising y compran, compran, compran. Contrariamente a lo esperado, hay olor a perfume. Es un buen indicio. En el escenario, unas personas hablan con Nicolás sobre el karaoke. Salvo los de las primeras filas, nadie parece prestar demasiada atención.
         Distintos personajes pasan a mi alrededor: los cosplayers suelen ser los protagonistas de la tarde. No son simplemente personas que se disfrazan para participar en un concurso por mil pesos, son también artistas que dedican horas y horas de su vida para un acto de cinco minutos.
—¿Te puedo sacar una foto? ¿Te puedo sacar una foto?
         Chicos anónimos se acercan a una joven con peluca azul y blazer rojo. Evidentemente, la reconocen de algún manga o anime y, mientras algunos sólo obtienen una captura de ella, otros se animan a posar en conjunto. La chica sonríe, acostumbrada.
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Alvaro Pesoa: lo que más me gusta de la Otani es la buena onda y simpatía de todos. No sólo por eso, sino que también los stands y la buena música son geniales y hacen que la pases genial y divirtiéndote con tus amigos, haciendo de todo como dibujar, cantar, etc. y lo mejor es que podés pasar el día junto con todos tus seres queridos y guardar esos momentos inolvidables en tu corazón.
Agustina Montiel: me gusta el Otani porque fueron mi primera convención, es como mi segundo hogar(? xD y ustedes son super grosos, se les ocurren las ideas más locas para pasarla bien y también son el motivo para portarme como angelito en clases. A los Otani nunca falto loco! xD
Irregular DS: me encanta porque fue la primera conve a la que fui, además los stands, los chicos del karaoke y la onda que le pone el Sr. conductor siempre hacen que pase una tarde de 10 y me alegra la semana. AGUANTE OTANI!!!
Tosi Oriana Ailén: lo que más me gusta es la amistad que hay entre todos en la Otani, es muy agradable, me encanta y también la variedad para complacer a todos depende sus gustos y sus gorros.
Claudio Pérez: Me gusta porque hay gente distinta con la que suelo convivir… En las veces que fui nunca le vi algo negativo, me parece divertido ir allá con mis amigos y pasar el tiempo en los torneos de Urban Champions, ver los puestos y caminar por ahí... Es un como otro mundo estar allí…
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         Keeza, Nicolás, Chibi y Johann hacen de todo: desde las publicaciones de noticias y concursos en Facebook, pasando por los posteos de imágenes en Twitter e Instagram y la repartición de panfletos en el centro de la ciudad y en Buenos Aires. A pesar de que dicen lo contrario, tratan de delegar lo menos posible y pierden horas de sueño y estudio buscando la convención ideal. Tienen mucha confianza en el otro y nunca se cansan de repetirlo. No son celebridades. No ganan mucha plata pero aman lo que hacen.
—Yo no podría vivir de esto. Ninguno podría—asevera Keeza—. Pasamos mucho tiempo pensando en la convención. La gente cree que nos sentamos, llamamos a un par de personas, un par de stands y ya está: nos llenamos de guita.
—Subestiman lo que hacés—agrega Nicolás.
         Pero esas personas se equivocan: hacer una convención es un riesgo que lleva tiempo, esfuerzo, ganas y buena voluntad. Como en toda inversión, uno puede ganar o perder. Afortunadamente, la última edición de Otani fue un éxito: teniendo confirmados 1740 asistentes y 457 “Tal vez”, más de 1500 fueron los que cumplieron su promesa virtual. Si bien hizo una mínima de 1 grado y algunos stands comenzaron a irse a las 19 horas, la gente nunca perdió su entusiasmo.
         Desde el día cero, los organizadores saben que la certeza siempre gira alrededor de saber que el día del evento será un buen día, lleno de fanáticos, familias y grupos de amigos alegres en busca de un espacio con shows y stands de calidad, además de mucha, mucha buena onda.


4 comentarios:

  1. Me parece un texto interesante, estoy poco familiarizada con los eventos de cultura asiática pero en el comienzo creo que Flor capta el detalle del ritual: "Los dueños de los stands la escuchan también y se preparan. Manos temblorosas alinean gorritos con orejas de gato, remeras, llaveros y pines, mientras sus ojos recorren la reja en la que se apoyan más de una veintena de adolescentes que esperan desde hace dos horas". Me los imaginé y me atrapó. Me hubiese gustado leer más acerca del evento (es una observación más personal porque jamás estuve en uno), pero también me gustó conocer el backstage. Se nota que pasaste mucho tiempo con ellos y que te copa el tema, felicidades!

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    1. ¡Muchas gracias, Flor! La idea era principalmente contar los preparativos y no tanto el evento porque mi enfoque estaba en los organizadores. De todas formas, definitivamente algún día voy a hablar de uno y te lo voy a compartir :)

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  2. Flor, sólo una vez fui a una convención de Animé, per vi a los cosplayers en algún que otro evento como el Frikiloquio o en fotos de las redes sociales. Lo que nunca había visto ni oido es la cocina de la organización. Y ese es uno de los logros de este texto que, además, lo narra y describe de un modo no estresante (como debe ser la organización, donde hay deseo y voluntad pero también sacrificio). Son actividades muy propias de estas generaciones. Nosotros, al menos en nuestra adolescencia, no pudimos vivir y conocer de un modo tan lúdico y social, la cultura asiática, como sí lo hacen los actuales jóvenes.
    Está muy bueno el uso de los diálogos entre los organizadores. Por momentos se nos olvida la presencia de la cronista. Y esos mensajes que parecen posts de redes sociales y tienen incluso la grafía de los mensajes de texto, muy piola!
    Yael

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    1. ¡Gracias Yael! De hecho, propuse la temática porque yo tampoco había leído narración alguna sobre los organizadores por lo que decidí adentrarme más en la temática y ver bien de qué se trataba puesto que son cada vez más los eventos que se están haciendo, no sólo en Buenos Aires, sino en distintos puntos del país. La verdad, me resultó muy interesante y divertido. Espero haber plasmado eso en mi crónica.

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