Como siempre Analia
recibió a Alfredo y a Nicolás. Les mostró los camarines ocho y cuatro. Ambos
eran amplios. Estaban pintados de blanco y tenían percheros para colgar los
vestuarios prolijamente. La decoración la completaban grandes espejos rodeados
de pequeñas bombitas de luz característicos de los camarines, un mostrador y
dos sillas también blancas.
Alfredo Alcón y Nicolás
Cabré llegaron a Mar del Plata en la temporada de verano del 2005. Presentaron,
de jueves a domingo, El gran regreso.
Una historia basada en la amistad, la nostalgia, el amor y la paternidad, que
se confunde entre dos generaciones. Alcón interpretaba a un padre que no podía
contener las ganas de volver a pisar un escenario. Nicolás Cabré encarnaba a
Enrique, un joven desocupado y sin familia que debía soportar las ocurrencias
de su padre.
El 14 de julio de 1993, Analia
dejaba su trabajo de portera en el Colegio Nueva Pompeya para comenzar a
trabajar en el Teatro Auditorium Centro Provincial, donde precisaban gente. Le
prometieron un trabajo inestable. No era para todos los días, la iban a llamar
cuando la necesitaran.
-Empecé en la limpieza.
Preguntaba si tenía que venir y siempre me decían que sí porque yo cubría todos
los baches que había. Servía el vino en la inauguración de las muestras, estaba
en los baños, cualquier cosa.
Dos años después, Analia, ya
trabajaba como personal de planta y comenzaba a encontrar su lugar en el Teatro. Un trabajo
que, dice, la emociona, porque le gusta estar entre artistas. Le gusta atender
bien a la gente. Analía siente al Teatro como parte de su casa y los camarines
son los espacios que ella tiene para recibir a sus invitados. Por eso cuando Alfredo
Alcón llegó al Teatro, ella escuchó los pedidos especiales para su camarín. Le
gustaban las plantas y quería que se las cambie todos los días.
Analía desde su casa le traía
una planta distinta cada día, “todas de gajito” dice ella. Alfredo le preguntó
por qué le cambiaba las plantas. Ella le contestó: “usted me dijo que le cambie”.
A partir de ahí Analía tuvo una relación “hermosa” con Alfredo que duró los dos
meses de verano.
***
-Yo me animo a todo. Cuando
se murió mi hija de un mes y medio estaba deprimida y empecé a trabajar en el
Hospital Italiano de La Plata de secretaria. Llegue a trabajar en quirófanos
oftalmológicos. Preparaba y organizaba el material quirúrgico y los equipos que
se utilizan en una cirugía. En el Teatro me animé a hacer cambio de vestuario.
Así, animándose a casi
todo Analía se convirtió en camarinera. Hoy hace 20 años que trabaja en ese
lugar como encargada del sector. Ella dice que es “su vida”. Quizás, es una
cuenta pendiente que le quedó porque le encanta el ballet. Los camarines de Hernán
Piquín, Julio Bocca, Maximiliano Guerra y Eleonora Cassano pasaron por las
manos de Analía.
-Una vez me preguntaron si
me animaba a hacer cambio de vestuario, que es cambiar a los actores entre
escena y escena. Rápido hay que ayudarlos a ponerse otra ropa. Aparte, cuidar la indumentaria, coserla,
lavarla y plancharla. Tener todo ordenado. En mi vida lo había hecho. Me fue
bárbaro.
Con Don Fausto, la obra protagonizada por Victoria Onetto y Danilo
Devizia, Analía tuvo su gran cambio de vestuario.
Los camarines estaban en
el segundo piso del Edificio Casino. Analía cada noche de la temporada del 96
entraba al camarín 4. Allí, encontraba a Danilo sentado en un sillón que había
puesto exclusivamente para él. Flaco, alto y con los pelos revueltos, como era
su costumbre, se entregaba a las manos de Analía que lo vestía de negro y le
colgaba del cuello una capa roja. El cambio llevaba unos minutos. Y no había
más tiempo que ese. En esos escasos minutos Danilo se convertía en el Diablo.
El Diablo bajaba al
escenario y Analía entraba al camarín de al lado a buscar la ropa de Victoria
Onetto. Ella estaba sobre el escenario haciendo la escena en la que se
desnudaba completamente. Analía con la ropa en la mano corría por las escaleras
al primer piso donde se encontraba la puerta “de atrás” del escenario. En pocos minutos debía
estar al pie del escenario para abrigar a Victoria luego de que terminaba su
escena.
Para el artista, el camarín
es parte de su privacidad. Es como el cuarto para un adolescente. Un lugar de
resguardo. El Teatro tiene capacidad para “casi cualquier cosa” dice Analia. “Porque
he ido a otros teatros y los camarines ¡ay, mamita! Entonces cuando vienen los
actores acá ya ellos te dicen en qué camarín les gustaría estar”.
***
La tarde del 16 febrero
del 2002 estaba despejada, sin nubes y hacía calor en Mar del Plata. Un día
ideal para ir a la playa, esos en los que hay una brisa fresca que de tanto en
tanto permite respirar cuando el sol ya casi se torna insoportable.
Con una camisa magenta y un capri
negro, Mónica estaba parada y apoyada sobre la
pared, cerca de la puerta de salida. Su marido trabajaba desde hacía dos meses en
el Auditorium.
El director del Teatro,
Gustavo Giordano, la había llamado a través de su marido para hacer la
escenografía de su próxima producción Discépolo,
esa mezcla milagrosa. La obra se estrenó en julio de 2002 con la dirección
de Paco Hase y la actuación de Juan Darthes, Emilio Comte, Luis Rende, Jorge
Taglioni.
Mónica lo conocía a
Gustavo de haber trabajado juntos en la puesta de Las últimas lunas, de Juan Alberto de Mendoza. Por eso llegó al
Teatro en la primera vez que se hacía una producción avalada desde la
Subsecretaria de Cultura y Educación. “Ahí entré haciendo esa escenografía
supuestamente por un contrato que nunca se concretó y me quedé como personal de
planta”, comenta Mónica.
La obra fue record de convocatoria en
sus dos temporadas de verano en la sala Piazzolla. “La puesta fue muy buena.
Desde lo estético de mucha síntesis visual. Cada espacio y cada elemento estaba
representado por objetos que simbolizaban lo que queríamos contar”.
El elenco estaba
conformado por actores de Buenos Aires y La Plata, por ello los costos de la
obra eran altísimos en traslados, alojamientos y comidas. También, según
Mónica, el director de la obra “era un tipo bastante difícil, entonces a todo
le ponía un pero, todo lo cuestionaba y eso complicó un poquito las cosas”.
***
Eva Perón, cuando venía a
Mar del Plata, se acercaba a tomar una copa y escuchar un poco de tango en la
Dancing del Casino Central, ubicado en la Rambla de la ciudad. Pero, desde el
20 de enero de 1945 ese lugar dejó de existir para convertirse en la Sala
Auditorium con 1182 butacas. A partir de 1994 recibió el nombre de sala Astor
Piazzolla en honor al bandoneonista y compositor marplatense. Desde entonces y
hasta hoy es una de las salas más grandes de la ciudad.
En el Edificio Casino,
actualmente, sigue funcionando el casino central de Mar del Plata y comparte el
edificio con el Teatro Auditorium Centro Provincial de las Artes.
La construcción comenzó en
1938 bajo la dirección del arquitecto Alejandro Bustillo. El proyecto consistía
en dos edificios gemelos de estilo imperial en el sector costero de las viejas
ramblas. El dos de diciembre de 1939 se inauguraron ambos complejos que
recibieron el nombre de Edificio Casino - Hotel Provincial.
Según Mónica, la única
sala de toda la ciudad que tiene un escenario a la italiana clásico con todas
sus características es la Piazzolla. Tiene parrilla: una estructura de madera
cerca del cielorraso que se encuentra a 17 metros de altura, con las maderas
ubicadas en forma paralela, igual que una parrilla para hacer asado. Desde allí
se cuelgan todos los decorados, las luces y aquello que se oculta en el espacio
aéreo durante una obra. Tiene una cámara negra: una tela que cubre todo el
fondo del escenario que no tiene que reflejar luz, pero sí absorberla. Un
proscenio -zona del escenario más cercana al público- y foso de orquesta que es
la otra característica que hace que sea un escenario a la italiana clásico. “Muchas salas de la ciudad tienen las
primeras características pero ninguna cuenta con foso para orquesta”, explica
Mónica.
El foso se encuentra
debajo del proscenio y habitualmente está cubierto por unas estructuras de
fenólico desmontables que hacen de piso del proscenio. La última vez que se
utilizó el foso de escenario fue en la temporada de verano 2014 con Vale Todo, un musical protagonizado por Enrique
Pinti, Florencia Peña y Diego Ramos que contaba con orquesta en vivo. El telón
es de boca a la americana, es decir que
se abre de forma vertical y funciona de forma automática con distintas
velocidades.
La forma semicircular de
la sala, la buena distribución de las
butacas y la amplia abertura de la boca de escena, permiten que casi la
totalidad del escenario quede a la vista de todos. Según Mónica es un “detalle
importante para los escenógrafos, porque, por ejemplo, en el Teatro Colón de
Buenos Aires desde los palcos laterales se ven tres cuartos del escenario, hay
partes que directamente no ves”.
Ya convertido en un
complejo cultural de cinco salas, en 1999 el decreto 3/9/99 declaró monumento
histórico nacional, provincial y municipal al conjunto urbano integrado por el
Hotel Provincial y Casino.
En 1969, el Gobierno de la
Nación transfiere las instalaciones del Casino y del Auditorium, su patrimonio,
administración y funcionamiento al Ministerio de Cultura y Educación de la
Provincia de Buenos Aires. En mayo del 2003, bajo la ley 13056, se creó el
Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires. A partir de ese momento el
Teatro Auditorium y todos los teatros provinciales comenzaron a depender de
este organismo que los nuclea y administra, en este momento bajo la presidencia
de Jorge Telerman.
***
La suerte ayudó a Mario a entrar a
trabajar en el Teatro. Hace once años un amigo le dijo que había una vacante
para portería y que a él le coincidían los horarios por eso no lo podía tomar. Mario
se presentó y hoy continúa trabajando ahí, pero en sonido.
El hermano de Mario, Gonzalo, trabaja
en el área de mantenimiento del Teatro. “Mi hermano hacía trabajos muy fuertes
y pedí que lo hagan entrar. En esa época todavía estaba enamorado del teatro.
Si me preguntas ahora, no la hago entrar a mi hermana”.
Mario hoy ya no está enamorado del
Teatro, pero sí de su trabajo. Para la mayoría de las personas que trabajan
allí todo lo que sucede en ese ámbito termina siendo “una cagada”.
Sin embargo, el Auditorium le sirvió
para cambiar su concepción del arte. Él pinta, dibuja y hace música. “Acá
aprendí mucho. No para que me tomen una prueba. Pero mi idea de cómo eran
muchas cosas se modificó. La música, por ejemplo. Vi tantas cosas en vivo que
obviamente alteré mi percepción.”
Trabajar en un teatro provincial es
trabajar en la administración pública. Personajes como “Flora la empleada
pública”, de Antonio Gasalla, también existen. La idea del empleado público
tomando mate y pintándose las uñas ocurre en este espacio. Mario dice: “Re
achancha mucho este lugar porque es un trabajo rutinario como cualquier otro.
Si mañana viene un artista que te gusta y va a tocar en el Teatro y pasado va a
tocar en otro lado, vas a verlo a otro lado porque eso significa otra
salida”.
Pedro Aznar ya estaba sentado sobre
una banqueta alta con su guitarra en la mano y el micrófono de pie prendido
cuando se abrió el telón el sábado 24 de mayo de 2014 a las 21:30 en el
Auditorium. Mario estaba “enloquecido” por verlo. Sin embargo, tocaba en su
lugar de trabajo. Desde la butaca de la fila 15 que ocupaba, pensaba “que siga
tocando porque estoy viendo a Aznar en el teatro y por otro lado decía ¡uh!
loco me quiero ir a mi casa, ya me quiero ir del Teatro”. Así Mario se peleaba
entre la posibilidad de “consumir arte gratis” como dice él y las ganas de dejar su lugar de trabajo.
***
Para los 90 el Auditorium tenía
cien personas trabajando. “Eran como una gran familia” explicó Analía “y se
hacían todas las cosas, porque el teatro es grande como está ahora”. Era un
teatro con una idea más colaborativa. Todos hacían todo.
Ahora tiene una planta
permanente de doscientos empleados, cada uno con sus tareas asignadas. Durante
el día se encargan de la firma de un contrato, la prensa, la folletería que se
entrega en el show, la descarga de la escenografía, la prueba de sonido y la
preparación de los efectos lumínicos. Sin embargo, es a la noche cuando se
produce la magia y el Teatro tiene otro color, otro aroma; en síntesis, un
encanto distinto. Analía se queda hasta que el último personaje porque “si hay
vestuario hay que poner llave contra llave, más llave”.
Analía conoce ese espacio más
de noche que de día. El Teatro tiene tres pisos y el trabajo le permite “andar”
como dice ella. Porque “tengo dos chicas que trabajan conmigo. Ahora veo que
esté todo bien y empiezo: salgo, voy al tercer piso, paso por el primero,
saludo a todos mis compañeros, veo cómo va todo, me doy unas vueltas por todos
lados”.
Gracias a sus recorridas
diarias, puede observar que ahora hay mucha división y pelea entre los
compañeros. Según ella “cambio la época y, por ahí, los más grandes nos tenemos
que acostumbrar a la gente joven. Es un poco difícil pero yo me acostumbro. Soy
muy versátil, muy flexible”.
***
Los jueves a la noche hay
comida obligada en la cocina del segundo piso.
“A la noche cuando tengo
un cachito me gusta cocinar, aparte de todo me gusta cocinar”, dice Analía. “Me
han hecho una cocina muy linda. Entonces, cuando tengo mi momento y tengo ganas,
cocino, cuando no, lo hace otro”.
Son las tres de la tarde
del jueves seis de febrero de 2014. Analía llegó temprano a trabajar, hoy su
función es cocinar un pastel de papas para treinta y cinco personas a pedido
del elenco de Vale Todo. Pinti quedará afuera de la cena porque tiene su propia
dieta.
La cocina del segundo piso
está junto a los camarines. Es un espacio de 4 X 4 pintado de color verde pálido,
decorado con un corcho que permite “pinchar” la programación mensual, los
horarios del personal y notificaciones varias. También hay seis lockers, que
utiliza el personal del teatro, cada uno con un candado diferente.
Analia está sentada en una
mesa que podría contener a 10 comensales, pero de alguna extraña manera esa
noche la ocuparán treinta personas. Allí pela los 10 kilos de papas que
necesitará para la comida. Luego de cinco horas de preparación, ya lo puede
meter al horno industrial que compraron entre todos los compañeros del turno
noche.
-Fue la primera vez en mi vida que
hice un pastel de papa tan grandote. Solita lo hice y se chuparon los dedos. La
mayoría de los elencos ya saben que nosotros cocinamos, entonces cuando termina
la función me piden el plato. El productor de Virus y de Miguel Mateos, va a
venir en noviembre con Lerner y ya me dijo que le tengo que preparar lasaña.
***
-¿Cuál fue el momento más
feo que pasaste en el Teatro?
- Eso no te lo voy a
contar. Yo era joven y recién entraba al teatro. No sabía cómo era manejarme
con ciertas cosas. Hoy ya aprendí. Esa persona después vino y me pidió
disculpas, me regaló un poncho divino.
Se queda callada. Cree que
no puede contar. Hay cosas que siempre quedarán para uno. Pero ella no se
aguanta. Me hace gestos de inyectarse y aspirar.
-¿Es muy complicado el tema
de las adicciones a la noche?
-Sí. Hasta el que menos te
imaginas. Lo hacen todos. Pero ya aprendí, también, a manejarme con eso. Aprendes,
también, a entender cómo es la noche.
***
“Si vos tenes un espectáculo a las 10
de la noche probablemente a esa hora no te pidas un café con leche. La persona
que se droga o que vende o lo que fuera es la misma persona si viene a las diez
de la mañana que si viene a las once de la noche, pero a la noche está más
dispuesto”.
Como dijo una vez el
reconocido actor Horacio Peña “El teatro no es serio… es mágico”. Y la
industria del entretenimiento maneja otros códigos. Más allá de la presión
porque todo salga bien, de noche se respira un clima más relajado, más festivo.
La mayoría de las personas que trabajan en el Teatro tienen años en el oficio,
su trabajo sale de “taco”. Eso les permite tomarse ciertas libertades como
sentarse en el bar y consumir alcohol con total naturalidad. El problema, como
siempre, son los excesos.
Mario sostiene que “la gente es la misma, lo que cambia es la
noche, porque mueve otras cosas, que se yo. Lo que pasa es que la mayoría de
los espectáculos son a la noche y eso es así porque esto es un Teatro”.
El Café del Teatro está
delimitado por el espacio que ocupan las mesas de manteles bordó y sus sillas
haciendo juego en el mismo tono. En un lateral un pequeño escenario con un
piano, un rincón más para realizar presentaciones. Al fondo, sobre un espejo
que ocupa toda la pared de cuatro metros por cinco de alto, está la barra
pintada de color beige con una inscripción que dice Café Teatral Emilio Alfaro.
De esta manera, el Café queda integrado en otro espacio más amplio: Foyer Alto.
Es decir, el vestíbulo que presenta la gran escalinata de alfombra roja que
permite el acceso a la sala Astor Piazzolla.
Allí es común ver gente
tomando algo. Gente que viene a la obra, gente que trabaja ahí. Todos tienen
ese lugar como punto de reunión. Se puede ver a un empleado con amigos, como si
esa fuera su salida del sábado. “Porque trabajando de noche se pierde toda la
vida social”, dice Mario. El personal del teatro tiene franco el lunes. Siempre
van a contramano de las normas establecidas socialmente para el festejo y las
salidas con amigos.
-Yo nunca vi a nadie pero sí sé que
pasa, tampoco soy pelotudo -dice Mario.
***
Francella llegó al Teatro
en enero del 2006. Durante toda la temporada presentó junto a Enrique Pinti Los productores. Una obra con libreto,
música y letra de Mel Brooks. Era la historia de dos productores teatrales que
planeaban hacerse ricos produciendo el mayor fracaso de Broadway. La obra se
caracterizaba por un sentido del humor irreverente apoyado en acentos
exagerados, estereotipos homosexuales, personajes nazis y muchos chistes sobre
el propio mundo del espectáculo.
Durante los dos meses que
permanecieron en la ciudad, trabajaron con entradas agotadas el 80 por ciento
de los días que subieron a escena. Se llevaron siete premios Estrella de Mar y
Pinti recibió el “Estrella de Mar de Oro”. Una temporada a puro éxito.
-¿Con quién no te gustaría
volver a trabajar?
-¿Te lo digo, no te lo
digo?
La voz no sale. Los labios se mueven: “Francella”.
-¿Por qué?
-Porque no tengo empatía.
Nadie tuvo empatía con él. Venía y empezaba a los gritos: ¡Analía! Es un cabrón,
como que él era el que se llevaba todo por delante. No es la persona linda que
vos ves. Es excelente actor, pero como persona para mí no. No, no, no. Muy
soberbio.
-¿Con quién te gustaría
volver a trabajar?
-Me encantaría trabajar
con Nancy Dupláa y Pablo Echarri. Excelentes
personas.
El sábado 29 de diciembre
a las 21 se abrió el telón rojo. Sobre el escenario aparecieron Pablo Echarri y
Nancy Dupláa discutiendo, puteándose. Encarnaban a Mario y Valeria, una pareja de
alcohólicos y adictos a la cocaína. Él acababa
de salir de prisión en libertad condicional con el plan de conseguir un empleo
y mantenerse sobrio. Sin embargo, la aparición de un extraño sombrero sembró la
duda del engaño entre los dos.
De miércoles a domingo presentaban
El hijo de puta del sombrero. Allí revivían
esa historia en la que el alcohol, el humor y el odio hacían estragos. Se
llevaron tres premios Estrella de Mar y la sala se mantuvo toda la temporada
hasta la mitad.
***
Era casi medianoche de
enero del 95. Sobre el escenario, Viuda e Hijas de Roque Enroll. Los más
grandes del rock se presentaban esa noche en un recital compartido. Pappo cerraba el show.
Analía estaba parada
frente a las hornallas de la cocina con un par de medias. Después sobre la
estufa. Eran las medias de Pappo, empapadas.
-Pappo se había ido donde
estaban las chicas a tomar un cafecito. Bueno, tomaban algo. Bueno, no sé qué.
Y otra vez los gestos,
esta vez era una copa.
“Será café lo que estaba
tomando, bueno no sé”, insinúa.
Analía no quiere contar
pero cuenta. Ese “no sé qué” que estaban tomando, se cae sobre los pies de Pappo.
Se le mojan las medias y faltaban 10 minutos para que salgan a escena.
-Se mojó todo -cuenta
Analía.
Pappo gritaba: “Analía por
favor ¿qué hago, qué hago?”.
Diez minutos después, en
el momento en que debía salir al escenario las medias estaban secas. Pappo
abrazaba a Analía y ella lo recuerda con cariño: “fue espectacular”.
***
Para armar la escenografía
de Discépolo, esa mezcla milagrosa se
contrató un escenógrafo marplatense, José
Allos, que no había trabajado hasta el momento en el teatro. José pintaba la
escenografía solo en el subsuelo. Dos o tres veces había subido a tomar mate a
la cocina del Teatro con Analía y sus compañeros. Allí entre mate y galletitas
comentó que en dos oportunidades había visto un par de personas en el subsuelo,
pero que después desaparecieron por detrás de una gran columna y no las pudo
ver más. A los días, el escenógrafo, “se puso a mirar las fotos colgadas en el
corcho de las notificaciones y señaló en las fotos las personas que había visto
abajo. Eran compañeros que ya no estaban”, cuenta Analía.
-¿Hay fantasmas en el
teatro?
-Sí, claro. Hay porque yo
he visto. En los camarines, las perchas se
corren solas. Y hay ruidos. O cerras una ventana y se te abre. Vas y está
abierta y no hay nadie.
Baja la mirada y recuerda
a sus compañeros que dejaron la vida en el Teatro. “Creo que la gente deja su
estigma en el teatro. El amor que uno tiene por este lugar queda, las personas que
vivieron por el teatro y para el teatro. Esa es la característica: más que un
trabajo es una pasión. La mayoría de los que estamos acá nacimos para hacer
teatro y algo nuestro queda cuando nos vamos de nuestro lugar".
De repente se pone
contenta otra vez, levanta la mirada y con los ojos enormes dice: “En mi casa
hay duendes. A mí me gustan mucho los duendes. Tengo duendes de todos lados del
norte, del sur, del este y oeste. En mi casa están los duendes, que sí he visto
una vez”.
***
En el ámbito teatral, hay creencias
acerca de lo que trae buena y mala suerte. En un teatro no se puede silbar, no
se puede usar el color amarillo, no se puede tener claveles, no se puede tejer
en un camarín porque puede traer la desgracia a todo el elenco, y si la lana es
amarilla el desafío es doble.
-Es mal augurio. Se genera una mala
energía en el teatro que puede perjudicar el desarrollo de la obra. Yo igual no
le doy importancia –comenta Analía.
La primera vez que se presentó en la
Sala Piazzolla Pimpinela La Familia era
el 2 de enero del 2010. Solo faltaban
unos minutos para salir a escena cuando Lucía Galán empezó a llamar uno por uno
a los integrantes del elenco. Analía corrió juntando gente, sin entender bien
para qué. Todos tomados de la mano comenzaron a rezar. Analía observó
tranquila, ya estaba acostumbrada a este tipo de rituales.
Durante los dos meses que se presentó
el show, todos los días minutos antes de salir a escena 35 personas se tomaban
de la mano y comenzaba a decir: Padre nuestro, que estás en los cielos… Analía,
que ya se había apropiado de ese espectáculo, rezaba con ellos.
Analía dice “los Pimpinelas que fue
un grupo excelente. Como persona, como ser humano, los bailarines, todos. Yo
era uno más”. Porque cuando se programa
un espectáculo que dura los dos meses de verano, se forma un vínculo, se
conviven muchas horas con los artistas
-Todos los actores principales tienen
cábalas. Prenden su velita, sus santos. Esas cosas están en un lugar y no se
pueden tocar, no hay que correr nada. Habitualmente las cábalas son vinculadas
a la religión -explica Analía.
***
Los primeros días de
febrero del 2014 Alejandro Cruz publicó en el diario La Nación un artículo titulado “Paradojas del teatro marplatense”.
El periodista presenta la
nota explicando las dificultades que tuvo El
conventillo de la paloma, de Alberto Vaccarezza, producción del Teatro
Nacional Cervantes, para presentar su obra en la sala Mar del Plata de Carlos
Rottemberg, productor teatral. Cruz cuestionó la falta de unión entre salas
estatales, porque esta obra terminó en una sala privada existiendo en la ciudad
un espacio de la provincia como el Teatro Auditorium.
“Sería lógico pensar que
un espectáculo del único teatro nacional con que cuenta el país se presente en
la sala provincial; pero no fue así. En verdad, hace años que la sala Piazzolla
del Teatro Auditorium se administra como si fuera una sala comercial. Bajo esa
lógica se ha programado a Los Midachi, a los Pimpinela, a Martín Bossi o Los
productores, entre tantos otros montajes”.
También Cruz sostuvo que
las políticas culturales expresadas por el Instituto Cultural no se
correspondían con el precio de las
entradas del espectáculo que en ese momento estaba en cartel. Señalaba: “en el
Teatro Auditorium, la sala provincial cuya amplia programación fue presentada
bajo las premisas de `pluralismo, inclusión y participación`, se presenta Vale todo, el musical de Cole Porter,
con las entradas más elevadas”.
***
Mónica acuerda con el
periodista: “El teatro es el lugar ideal para hacer producción, pero producción
en serio”. Es decir, tener el dinero disponible y tener una propuesta realmente
teatral. El escenario de la sala Piazzolla cuenta con el equipamiento técnico y
el recurso humano necesario para llevar adelante casi cualquier producción
teatral. “Pero desde el teatro se hacen cosas muy chiquitas y siempre con falta
de presupuesto. Si no, en el foyer se arma un decorado en relación con una
temática, pero no es una cosa teatral”.
El Auditorium no es un
teatro de producción. Por eso no cuenta con el financiamiento necesario para el
desarrollo de puestas teatrales propias. “Cada producción que hacemos la
hacemos como podemos desde los recursos que tenemos. Creo que no estoy conforme con ninguna de las puestas que hice
en estos años acá. Siempre es pintame un fondito. No hay plata. No hay plata.
No hay plata”.
Al no tener trabajo de
taller escenográfico, falta recurso humano capacitado en construcción, realizadores.
Sin embargo, las limitaciones se compensan. “El personal técnico del Teatro no
sabe tanto de taller porque no hay producción, pero de montaje puede resolver
casi cualquier dificultad que se le presente. Continuamente al Teatro llegan
cosas nuevas, entonces el personal tiene un training de armado y desarme más
que cualquier otro”.
***
Un camión estacionaba en la puerta
del Teatro sobre la calle Boulevard Marítimo a las 11 de la mañana del 19 de enero del 2011. Quince cajas negras con
detalles en plateado y la inscripción prolighting comenzaban a marchar desde el
montacarga con dirección a la sala Piazzolla.
Una vez arriba del escenario, las
cajas se abrían y empezaban a aparecer micrófonos, amplificadores, consolas de
sonido y luces. Así se armaba el sonido de lo que sería el show de Luis Alberto
Spinetta a las diez de la noche, donde el artista comenzaba su gira 2011. “Trajeron
todo ellos para estar híper confiados de lo que iba a hacer el show”, explica
Mario.
Para las cinco de la tarde ya estaba
casi todo armado, mientras los técnicos ultimaban detalles sobre el escenario, Claudio
Cardone estaba en teclados, Sergio Verdinelli en batería, Matías Méndez en bajo,
Baltazar Comotto en guitarra, Vera Spinetta en voces y el Mono Fontana en
teclados. Dirigiendo todo lo que sucedía estaba el Flaco Spinetta.
-Otra cosa que noto en este tema es
que me quedo sin teclado. Me queda la batería pegada. Así que bajame el piso -decía
Spinetta.
Mario, desde la consola de sonido, estuvo
presente toda la prueba, escuchaba las instrucciones de Spinetta, que estaba
con su propio operador. Pero era su trabajo estar por si necesitaban algo.
-Yo estuve en la prueba para ver si
me acercaba a saludarlo y nunca me animé. Él iba y venía, y no me animé.
El show terminó. La gente aplaudió de
pie. Las luces se prendieron y los espectadores se retiraron. Pero Spinetta no
se fue. Se quedó parado solo en el medio
del escenario. Tocaba la guitarra y probaba la pedalera. Mario pensó: que me
odie pero si no lo saludo ahora, nunca más. Así que entró al medio del
escenario, le estiró la mano y le dijo:
-Solo te quería saludar.
El Flaco le agarró la mano y lo
abrazo. Mario se fue del escenario con una sonrisa enorme, se sentía un
“héroe”. Lo dejó a Spinetta solo con su guitarra y su pedalera.
“Lo
mejor es todo eso. Estar en contacto con el artista. Con todo el proceso de lo
que le pasa al artista”. Mario critica el manejo
del Teatro: “Por ahí no sabes ni los horarios de una semana. Con suerte tres días.
Te van cambiando los horarios. Está bueno para un pibe soltero”.
Mario ya no opera más, es decir, no
acompaña desde la consola al artista. En el Teatro conoció a su mujer, Sandra,
con quien tiene dos hijos. Es un padre de familia y para gente con familia “no
está tan bueno trabajar de noche y no conocer tus horarios”.
-Pero el trabajo no sé qué tiene de
malo. No sabría que decirte.
***
Se abre la puerta del costado por
donde entra el personal. Una mujer de 58 años, con un metro cincuenta de
altura, rulos rubios y unos lentes gruesos como culo de botella entra gritando
con alegría: ¡Hola! ¡Hola!. Es Analía que recién llega a trabajar.
-¿Te vas a jubilar a los 60? -le pregunta la encargada de personal que la
recibe al fichar la entrada.
-¡NO! Yo quiero seguir trabajando-.
Analía nunca se va a ir del Teatro,
porque esa es su casa, su lugar en el mundo. Las próximas generaciones seguro
la verán desaparecer detrás de una columna, correr unas perchas o abrir una
ventana. Eso es el teatro: No es serio… es mágico.
María Martha de Ortube
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