Los eventos de cultura asiática son cada vez más populares en el país. Sus organizadores, anónimos en su mayoría, son fuentes de mitos y rumores sobre sus profesiones, pasatiempos y ganancias. En esta crónica, los creadores de Otani desmienten esas leyendas urbanas al tiempo que cuentan su origen y los pasos a seguir para hacer una convención exitosa.
Florencia Suárez
—¡Ya vamos a abrir las puertas! ¡Ya
vamos a abrir las puertas!
No
sé de dónde viene la voz pero ahí está: un poco nerviosa pero potente. Los
dueños de los stands la escuchan también y se preparan. Manos temblorosas
alinean gorritos con orejas de gato, remeras, llaveros y pines, mientras sus
ojos recorren la reja en la que se apoyan más de una veintena de adolescentes
que esperan desde hace dos horas.
Danila
sonríe de oreja a oreja mientras se prueba un sombrero fucsia chillón. Es
peludo y tiene cola: resulta ser Cheshire de “Alicia en el país de las
Maravillas”. Le calza a la perfección y se lo queda para protegerse del frío.
Como representante de “Informes”, se acomoda
su uniforme marinero de color rojo y blanco mientras se sienta detrás de su
netbook y revisa los últimos detalles. Ya está por empezar.
Julieta
está nerviosa: es su primera vez en la convención de manga y anime, Otani, a cargo de la sección de
“Juegos”. Se acomoda el pelo cinco veces en menos de dos minutos mientras
engancha los pines en una especie de felpudo celeste. De vez en cuando, observa
el gran bolillero con pequeñas pelotitas pintadas de naranja. Sabe que va a ser
la estrella de la tarde y se inquieta. ¿Vendrá
mucha gente? Es la pregunta que se hace una y otra vez hasta que alguien le
alcanza una caja con esferas cristalinas colocadas cuidadosamente sobre una
tela brillante: son las esferas del dragón, el primer premio de su juego. Las
apoya con cuidado sobre la mesa, alejándolas del alcance del público: nunca se
es demasiado cuidadoso.
Gritos
anuncian la apertura: chicos y chicas corren como si llegar primero al salón en
donde está el escenario significase alcanzar una meta codiciada por miles. Unos
pocos se frenan a ver las mercancías ofrecidas en el patio. Pasan varios
minutos del mediodía del 14 de junio. El show ha comenzado y se sabe que
continuará hasta las 8 de la noche.
***
La
primera vez que vi a Giuliana Pimentel (Keeza) fue en el 2008 y pensé que tenía
un pelo digno de ser recordado: era largo y con muchos rulos. Con el paso del
tiempo, ella hizo de su cabeza una marca registrada: se lo cortó y sólo se dejó
dos mechones a ambos lados de la cara, los cuales tiñó de rosa, verde y/o
púrpura. Johann Gómez nunca tuvo un cambio estilístico tan radical pero siempre
conservó una solemnidad y seriedad que le resultaron útiles a la hora de
transformarse en el relacionista público del grupo. Con 22 y 26 años
respectivamente, ambos estudian en Bellas Artes de La Plata.
A
Camila Vallefín la conocí al mismo tiempo que a Giuliana: ambas compartían el
salón de clases, el estudio del japonés y el gusto por la cultura asiática. También
con rulos, hace honor a su apodo, Chibi
(persona pequeña), mientras que habla a diestra y siniestra, sin importarle si
los demás la consideran hinchapelotas o
no. Nicolás Mele es el último del equipo. Sin miedo a equivocarse, uno podría
decir que es una especie de pulpo: con 24 años, escribe un blog personal,
estudia Física Médica y organiza un evento cultural. Porque eso es lo que todos
tienen en común: son los creadores de Otani,
una convención temática sobre producciones culturales japonesas y coreanas que
convoca a miles de personas gracias a sus talleres gratuitos, videojuegos,
shows, comidas, juegos, stands y concursos.
—Cuando la conocí a Camila, para mí
Japón era anime y un lugar mágico con flores de sakura—recuerda Keeza, entre
risas—. Vi que ella hacía la Neko Ai, la Vampire Fest y, después,
Animaid. Un día le dije: “te llegás
a pelear y hacés un evento conmigo”. “Bueno”, me respondió. Pasaron 63 Animaid hasta que se peleó con uno de
los organizadores que, eventualmente, también terminó yéndose.
—Fueron dos años nomás—interrumpe Chibi.
—¿Dos años? Para mí fueron eternos…
—Para mí también.
Animaid es un evento de cultura
japonesa que se realiza desde el 2010 en La Plata. Si bien hoy es común hallar
convenciones temáticas en distintas partes del mundo (siendo la más conocida,
probablemente, la Comic-Con de San
Diego, Estados Unidos), estas reuniones empezaron a realizarse desde hace un
poco más de 35 años. De hecho, una de las primeras se realizó en Tokio en 1975
y se llamó Comiket. Chibi participó
en distintos proyectos antes de aceptar ser parte de Otani.
—Para hacer una convención te tenés
que divertir. Si no te divertís, podés hacer otra cosa que te dé más plata. No
tiene mucho sentido si no la pasás bien—asegura.
—De a poco empezamos a hacer el
evento—suma Keeza—. Bueno, vamos a hacer algo: ¿qué vamos a hacer? Un evento de
colegio. Bueno, sí. ¿Cómo va a ser el uniforme? Algo simple, rojo con blanco.
Dibujamos a Nekumi, el primer personaje, en noviembre de 2011 sin tener nombre
del evento ni la organización, nada. Yo quería que fuera perfecta. Le puse
mucha polenta. Un tiempo después, me acuerdo que íbamos en el micro con Dani [la
chica que después estaría en “Informes”] y pensaba que teníamos que tener un
nombre original porque todos son nombres re fáciles combinando “anime” u “otaku”
con algo más. Dani me dijo: otakuanime:
Ota-ni. Lo googleamos y significaba
“gran valle” en japonés. Quedó así. Respecto al nombre de la organización pensamos
en nuestras sílabas iniciales: Jo… Kee… Chi. Decidimos cambiar la J por la Y. Así
surgió Yokichi Eventos.
En
ese momento, Nicolás, que había conocido a Chibi en la fila de una convención
llamada Animate, no era parte del
grupo pero, tras ayudarlos en más de una ocasión, decidieron incorporarlo.
—Con el eslogan, empecé a dibujar
diferentes cosas hasta que salió un pulpo—. Keeza recuerda cómo pasaron de una
llama al diseño final, pasando por un hipopótamo y un hámster.
—Iba a ser un onigiri, ¿te acordás?.
Todavía lo tenemos. Era mucho más promocional.
—¡Sí! El pulpo fue un delirio. Pero
nos enamoramos de él. Todo esto lo hicimos antes de saber cómo iba a ser el
evento. Empezamos bien —dice con ironía.
El 9 de enero del 2012 iniciaron la
campaña en Facebook (la cual hoy tiene 3952 seguidores): su primera publicación
fue la sombra de su heroína, Nekumi. Otra marcaba, de manera indirecta, su
inclinación a la temática del Mahou Shoujo (género con magia y chicas como
protagonistas): “Se dice que el número 7 es un número mágico. Nosotros también
lo creemos así, por eso elegimos ese día para traer un nuevo punto de vista en
eventos platenses, este 7 de abril vení a compartir una jornada mágica con
todos nosotros!”.
***
Todo evento conlleva
una interminable lista de “cosas para hacer” que son divididas entre los
organizadores. Keeza es la ilustradora oficial: habiendo creado cinco
personajes para el evento (Nekumi Takimoto, Maki y Okashi Nobushiro, Effie
Kawashita y Yumiko Murakami), se encarga los panfletos y nuevas imágenes; Chibi
hace el diseño gráfico; mientras que Johann y Nicolás son los relacionistas
públicos. El primero pacta los contratos con los stands y el segundo con el
resto de las personas (staff, shows, torneos, talleres).
—¿Qué es lo que les genera más miedo
antes de cada convención?—les pregunto.
—Que salga feo. Que no venga ni
medio stand—responde de inmediato Johann.
—Que no vaya nadie—agrega Keeza.
—Sí, que no venga gente. Los del
staff también—concluye Chibi—. Creo que nos falta tomarnos con más calma el
hacer. Tenemos confianza en el otro. Nos podemos cagar a puteadas pero yo sé
que lo van a hacer. El tema es la presión de que va a salir todo mal, que va a
ser tu culpa y que vamos a defraudar al público.
—Nosotros cuatro somos muy distintos
pero coincidimos en un montón de cosas: nunca le faltamos el respeto al público
y cada vez que preguntan, por más que sea algo tonto, contestamos con una
carita contenta, un corazón y los chicos se van felices. De a poco, nos empezaron
a saludar en los eventos—Keeza sonríe al recordarlo—. Gracias a eso, dejó de
verse al organizador como uno que se llena de guita y pasó a ser como “aquel
buena onda que quiere que nos divirtamos”. Queremos que la gente se sienta
bien. Somos muy abiertos al público.
De hecho, la gente que
va, en conjunto con los stands y los shows, es uno de los ejes claves para el
éxito del evento: ellos, con mucho nerviosismo, lo recuerdan a diario. Tan es
así que, tras anunciar la fecha de su Segundo Aniversario, difunden un evento
al cual invitan a 10288 personas, esperando con ansias cada “Asistiré” que se
concreta con la compra anticipada de entradas. Faltando exactamente un mes para
la fecha, 400 asistentes confirman su presencia durante las primeras cuatro
horas. Todavía queda tiempo pero los cuatro están intranquilos.
***
Es
tarde y hace frío. Recién empieza junio pero ya parece invierno. La Galería
Rocha es nuestro punto de encuentro y, mientras espero, se acerca una chica
rubia con un arito en la ceja y un piloto negro.
—¿Ésta es 7 entre 48 y 49?
—Sí.
—Estoy buscando el séptimo… Digo, el
local 7. Está en el hall central.
—Podés preguntar en la boletería del
cine.
—Gracias—. Se va.
Me
doy vuelta para observar una vidriera llena de muñecos asiáticos, mangas, DVDs
con capítulos de anime, peluches, posters y otros productos importados. En la
puerta, hay un pintoresco poster de Otani
con su protagonista y pequeños carteles anunciando el precio de la entrada ($25
la anticipada y $30 en puerta), las actividades, el horario. Este local no sólo
es auspiciante de las convenciones de la ciudad, sino que también es el punto
de venta de las entradas. En La Plata, los más conocidos son ese y “La oruga
azul”, que queda en diagonal 80. Mientras observo el vidrio, noto que un cartel
indica que es el local 7 y tiene todo el sentido del mundo: el negocio se llama
“El séptimo portal”.
***
Cuando uno escucha la
expresión “tengo que ir a cobrarle”, inmediatamente se imagina formando parte
de una escena digna de “El Padrino” en la cual hombres de ambos bandos se miran
seriamente por una incontable cantidad de minutos hasta que uno da el brazo a
torcer. El caso de Otani no tiene
nada que ver: tras caminar por una diagonal bajo una molesta llovizna, llegamos
al edificio de una chica bajita que se asoma con total naturalidad y le alcanza
un tubito hecho con billetes a Johann, al tiempo que cuenta que su casa huele
espantoso por el pegamento.
Pagar el lugar en donde se hará el evento, también se realiza bajo
un ambiente alegre y divertido, como si el contrato se realizase entre amigos y
no entre desconocidos: Mario, el casero del Centro Asturiano, lamenta haberse
perdido “lo de los papelitos” en la última edición (con esfuerzo, entiendo que
se refiere al origami). Está anocheciendo pero los chicos aprovechan las pocas
luces que iluminan la entrada del club, ubicado en 42 entre 19 y 20, para medir
los espacios del patio, el salón principal y uno más pequeño invadido con olor
a pintura fresca. Saben que tienen que alquilar gazebos pero no cuántos.
Después de unos
minutos, Mario nos llama y nos hace pasar a una pequeña habitación con mucho
olor a cigarrillo. En cada una de las paredes, en vitrinas, hay decenas de
trofeos de distintos deportes. El centro del lugar está ocupado por una mesa en
donde están sentadas cinco mujeres y dos hombres, que charlan alegremente ignorando
la pila de revistas del Hospital Español que tienen bajo sus manos.
Irónicamente, ninguno tiene acento español.
—Vinimos a pagar la seña—dice Johann
con mucha seguridad.
Uno
de los hombres hace un chiste y habla de un cumpleaños mientras la tesorera
escribe el recibo para el grupo. De fondo, a lo lejos, se escucha una música
que recuerda al estilo que se usaba en películas mudas. Resulta ser la que se
baila en las danzas asturianas.
***
—¿Belgrano C?
—Sí, C de chino.
En
Barrancas de Belgrano está la meca de los fanáticos de la cultura asiática: el
Barrio Chino. Sus tres o cuatro calles están pobladas de negocios pequeños que
rebalsan de mercadería importada de dudosa calidad pero de inmejorable precio.
Ese es uno de los puntos de compra de los organizadores de Otani: reuniéndose a un costado de uno de los dragones que
custodian el gran arco ubicado a unos metros de la Estación de tren “Belgrano
C”, se reparten un listado con ítems. Cada uno tiene el trabajo de buscar los
precios más económicos.
Harumakis, ramen, golosinas coreanas,
sushi, entre otros, son sus objetivos;
Casa China, Asia Oriental, Ichiban y Nueva Casa China, sus destinos. Después de
un debate, eligen la mejor opción para cada uno de sus productos. Al finalizar,
las chicas buscan chucherías (“¡Esto
es rosa y peludito! ¡Tiene que estar en el evento!”).
Las
compras de la convención se hacen en tres etapas: la primera, la del Barrio
Chino, es la más tediosa. Unos días después, optan por ir a Carrefour para
buscar las bebidas y, en el medio, agregan los descartables.
Durante
el evento se usan ollas y utensilios de la familia de cada uno de los
organizadores. Salvo que sea necesario, no se compra nada extra. De hecho, los
cálculos de cada uno de los gastos se hacen en base a la convención anterior,
la cantidad de entradas vendidas y al número de “Asistiré” que aparece en
Facebook. Es 7 de junio y el público confirmado supera los 1400 pero aún
persiste la intranquilidad. Johann repite varias veces que, hasta no superar
los 1500, no puede calmarse. La difusión, a través de dibujos, concursos de
selfies e imágenes compartidas, continúa.
***
El
barro del patio del lugar es el único rastro de la lluvia de los días
anteriores. Un tímido sol se asoma ese mediodía del 14 de junio y se mezcla
entre los centenares de asistentes que, vestidos mayormente de color negro,
saltan, gritan y corren volcando un plato de ramen a su paso. El público está
conformado por adolescentes, nenes con sus padres y grupos de amigos con
carteles del estilo “Abrazos gratis”.
Los
organizadores corren de un lado a otro resolviendo todo tipo de problemas:
inscripciones a los concursos, cumplimiento de itinerario, búsqueda de cambio
para las cajas, etc. Se nota que siguen preocupados pero, con el pasar de las
horas, se calman: los stands están, los shows también y la gente no deja de
hacer fila y entrar.
Por
la tarde, en los salones hace calor: hay demasiadas personas que se amuchan
entre las mesas repletas con merchandising y compran, compran, compran.
Contrariamente a lo esperado, hay olor a perfume. Es un buen indicio. En el
escenario, unas personas hablan con Nicolás sobre el karaoke. Salvo los de las
primeras filas, nadie parece prestar demasiada atención.
Distintos
personajes pasan a mi alrededor: los cosplayers suelen ser los protagonistas de
la tarde. No son simplemente personas que se disfrazan para participar en un
concurso por mil pesos, son también artistas que dedican horas y horas de su
vida para un acto de cinco minutos.
—¿Te puedo sacar una foto? ¿Te puedo
sacar una foto?
Chicos
anónimos se acercan a una joven con peluca azul y blazer rojo. Evidentemente,
la reconocen de algún manga o anime y, mientras algunos sólo obtienen una
captura de ella, otros se animan a posar en conjunto. La chica sonríe,
acostumbrada.
***
Alvaro Pesoa: lo que más me gusta de la Otani es la buena onda y simpatía de
todos. No sólo por eso, sino que también los stands y la buena música son
geniales y hacen que la pases genial y divirtiéndote con tus amigos, haciendo
de todo como dibujar, cantar, etc. y lo mejor es que podés pasar el día junto
con todos tus seres queridos y guardar esos momentos inolvidables en tu
corazón.
Agustina Montiel: me gusta el Otani porque fueron mi primera convención, es como mi
segundo hogar(? xD y ustedes son super grosos, se les ocurren las ideas más
locas para pasarla bien y también son el motivo para portarme como angelito en
clases. A los Otani nunca falto loco! xD
Irregular DS: me encanta porque fue la primera conve a la que fui, además los stands,
los chicos del karaoke y la onda que le pone el Sr. conductor siempre hacen que
pase una tarde de 10 y me alegra la semana. AGUANTE OTANI!!!
Tosi Oriana Ailén: lo que más me gusta es la amistad que hay entre todos en la Otani,
es muy agradable, me encanta y también la variedad para complacer a todos
depende sus gustos y sus gorros.
Claudio Pérez: Me gusta porque hay gente distinta con la que suelo convivir… En
las veces que fui nunca le vi algo negativo, me parece divertido ir allá con
mis amigos y pasar el tiempo en los torneos de Urban Champions, ver los puestos
y caminar por ahí... Es un como otro mundo estar allí…
***
Keeza,
Nicolás, Chibi y Johann hacen de todo: desde las publicaciones de noticias y
concursos en Facebook, pasando por los posteos de imágenes en Twitter e
Instagram y la repartición de panfletos en el centro de la ciudad y en Buenos
Aires. A pesar de que dicen lo contrario, tratan de delegar lo menos posible y
pierden horas de sueño y estudio buscando la convención ideal. Tienen mucha
confianza en el otro y nunca se cansan de repetirlo. No son celebridades. No
ganan mucha plata pero aman lo que hacen.
—Yo no podría vivir de esto. Ninguno
podría—asevera Keeza—. Pasamos mucho tiempo pensando en la convención. La gente
cree que nos sentamos, llamamos a un par de personas, un par de stands y ya
está: nos llenamos de guita.
—Subestiman lo que hacés—agrega
Nicolás.
Pero
esas personas se equivocan: hacer una convención es un riesgo que lleva tiempo,
esfuerzo, ganas y buena voluntad. Como en toda inversión, uno puede ganar o
perder. Afortunadamente, la última edición de Otani fue un éxito: teniendo confirmados 1740 asistentes y 457 “Tal
vez”, más de 1500 fueron los que cumplieron su promesa virtual. Si bien hizo una
mínima de 1 grado y algunos stands comenzaron a irse a las 19 horas, la gente
nunca perdió su entusiasmo.
Desde
el día cero, los organizadores saben que la certeza siempre gira alrededor de
saber que el día del evento será un buen día, lleno de fanáticos, familias y
grupos de amigos alegres en busca de un espacio con shows y stands de calidad,
además de mucha, mucha buena onda.
Me parece un texto interesante, estoy poco familiarizada con los eventos de cultura asiática pero en el comienzo creo que Flor capta el detalle del ritual: "Los dueños de los stands la escuchan también y se preparan. Manos temblorosas alinean gorritos con orejas de gato, remeras, llaveros y pines, mientras sus ojos recorren la reja en la que se apoyan más de una veintena de adolescentes que esperan desde hace dos horas". Me los imaginé y me atrapó. Me hubiese gustado leer más acerca del evento (es una observación más personal porque jamás estuve en uno), pero también me gustó conocer el backstage. Se nota que pasaste mucho tiempo con ellos y que te copa el tema, felicidades!
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Flor! La idea era principalmente contar los preparativos y no tanto el evento porque mi enfoque estaba en los organizadores. De todas formas, definitivamente algún día voy a hablar de uno y te lo voy a compartir :)
EliminarFlor, sólo una vez fui a una convención de Animé, per vi a los cosplayers en algún que otro evento como el Frikiloquio o en fotos de las redes sociales. Lo que nunca había visto ni oido es la cocina de la organización. Y ese es uno de los logros de este texto que, además, lo narra y describe de un modo no estresante (como debe ser la organización, donde hay deseo y voluntad pero también sacrificio). Son actividades muy propias de estas generaciones. Nosotros, al menos en nuestra adolescencia, no pudimos vivir y conocer de un modo tan lúdico y social, la cultura asiática, como sí lo hacen los actuales jóvenes.
ResponderEliminarEstá muy bueno el uso de los diálogos entre los organizadores. Por momentos se nos olvida la presencia de la cronista. Y esos mensajes que parecen posts de redes sociales y tienen incluso la grafía de los mensajes de texto, muy piola!
Yael
¡Gracias Yael! De hecho, propuse la temática porque yo tampoco había leído narración alguna sobre los organizadores por lo que decidí adentrarme más en la temática y ver bien de qué se trataba puesto que son cada vez más los eventos que se están haciendo, no sólo en Buenos Aires, sino en distintos puntos del país. La verdad, me resultó muy interesante y divertido. Espero haber plasmado eso en mi crónica.
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