La Estación María Eva Duarte –que figura
en el sistema electrónico de la SUBE sólo como Eva Duarte– está en el centro de
Laferrere, partido de La Matanza. Fue inaugurada el 14 de enero de 1999. Es la
duodécima estación del ramal del Ferrocarril Belgrano Sur que nace en Barracas –en
la estación Buenos Aires– y termina en González Catán. María Eva Duarte tiene
una casita prolija que funciona como boletería y una casucha de la que –de vez
en cuando– salen guardas y juegan a pegarle con palos a las rejas. Dicen que no
pueden hablar conmigo porque están trabajando, y cuando me alejo continúan su
labor de pegarle a las rejas con palos. Los domingos no hay parrillitas ni
parrilleros ofreciendo choripanes, no hay superpanchos a diez pesos con todas
las salsas ni lluvia de papas. No se venden chipa, ni churros, ni pañuelos
descartables, ni cremas bolivianas para curar todo tipo de dolores, ni
lapiceras Bic. La Estación María Eva Duarte se encuentra frente a la Agrupación
Eva Duarte, la mueblería Eva Duarte, el frigorífico 12 y Gran Surtidos San
Rafael. Los carteles de los locales están pintados a mano y sus edificios a
medio revocar, a medio pintar o a medio construir. En los alrededores de la
Estación María Eva Duarte no está nada terminado. Son obras inconclusas y
caseras, como quien fue progresando de a poco pero se detuvo y hace mucho
tiempo.
***
María
Eva Duarte nació el 7 de mayo de 1919 en una ranchería de Los Toldos asistida
por una comadrona indígena que ya había ayudado a su madre, Juana Ibarguren, a
traer al mundo a sus hermanos. Su padre fue Juan Duarte Echegoyen, un político
conservador de Chivilcoy y terrateniente que mantenía paralelamente dos
hogares. Mientras que con su esposa Estela Grisolía, llevaba el estilo de vida
correspondiente a su posición en la alta sociedad, con Juana mantenía un
romance intermitente en una vivienda precaria. El papá de María Eva Duarte no
la reconoció ni a ella ni a sus cuatro hermanos como hijos legítimos. Sí
accedió a hacerse cargo de sus gastos y a visitarlos de vez en cuando en el
rancho que había destinado para ellos dentro de su hacienda. En 1920, él
determinó ocuparse sólo de su familia legítima de manera legítima y no se supo
mucho más que eso durante un tiempo. Juana, entonces, tuvo la difícil tarea de
mantener cinco hijos sola. Decidió mudarse a una nueva casa en la periferia de
Los Toldos, cerca de las vías del tren.
***
Los
domingos, los vagones del tren a María Eva Duarte están desiertos. Durante los
primeros minutos, lo único que se destaca es un vómito blanco en el piso y un
guardia que recorre los pasillos hablando por teléfono y comiendo un choripan.
Nada más hasta que aparece ella.
Ella
tranquilamente podría ser una mujer de cuarenta años que aparenta entre
cincuenta y sesenta. Lleva unas zapatillas medio pantuflas medio alpargatas y
un pantalón de jogging oscuro y está envuelta en una manta cuadrillé. Su rostro
es perfectamente simétrico y su mandíbula se marca en dos ángulos rectos. Ojos
pequeños, nariz pequeña, boca pequeña. Una pequeña mujer de piel morena que
recorre el tren. Su cabello apelmazado y
sucio se confabula en una rasta negra que apenas cae al costado de su cabeza –porque
la gravedad no siempre gana–. Tiene la
mirada perdida y ni en un millón de años podría adivinar lo que está pensando.
***
Ella
se acerca despacio y tira sobre mi falda un papelito sucio. Los bordes del
papelito estaban raídos y al abrirlo me di cuenta de que de hecho eran dos
papelitos. Por como ella me miraba, pensé que podría tratarse de algún mensaje al
estilo de Lo mejor es enemigo de lo bueno.
Esos que, a cambio de algunas monedas, pretenden despertar algo de quien lo
lee. No lo era. Se trataba de dos pedacitos de hojas arrancadas de alguna
fotocopia de algún libro en las que se podían leer palabras sueltas como lengua, corte, nobles, educación,
presionado, 23 de enero, 4 de diciembre, cuestión, Mitre y Roca, pusiera,
partir, 1882, Suprema, renunciando, 1885. Una capa de visible mugre cubría
los bordes arrancados desprolijamente y mientras yo lo leía, ella me miraba. Se
sentó delante de mí. La miré. Esperé. Supuse que tal vez quería dinero, pero
supuse mal. Si hubiese querido dinero habría extendido la mano, o dicho algo.
Pero no, estaba sentada frente a mí, me miraba y ni en un millón de años podría
haber adivinado lo que estaba pensando. No hablé, no habló. El guardia del
choripan volvió y le hizo un gesto con la mano a modo de portate bien. Ella lo miró desafiante, se paró y se fue. No la
volví a ver. No pude evitar pensar que si ella montara semejante performance en
el Centro Cultural Recoleta se llenaría de plata.
Caminé
un par de vagones hacia alguno que no estuviera vacío y me senté atrás de un
grupo de hinchas de Independiente. Ese día, el Rojo se jugaba el ascenso con
Patronato de Paraná. Unos asientos más adelante, un hombre mayor gritaba por la
ventanilla mientras comía mantecol: ¡¿Qué
estás haciendo?! ¡Salga de acá! ¡Deme dos panchos, dos panchos deme! Los
hinchas cantaban: Que demuestre que te
quiere de verdaaaaaad, en las buenas siempre vamos a todos ladooooos, en las
malas ya copamos una ciudaaaad, en el año ‘83 yo me reia Academia no parabas de
lloraaaar, ya pasaron varios años de ese día y por eso te lo voy a
recordaaaaar, yo era campeón vos te ibas al descenso por cagón, así son academia
la puta que te parió. Les sonreí y casi se me escapó un Rasin putoooo –me gusta decir Rasin puto–.
Mientras golpeaban las paredes del tren, el señor que gritaba por la ventana
comenzó a gritarles: Andate a la puta que
te parió, se apretaba la cara con fuerza y amagó con pegarle a la pareja
que estaba sentada delante de él. Cuando se bajaron los hinchas, el vagón quedó
en silencio.
***
Al
costado de las vías del tren se ven casuchas improvisadas con chatarra y cosas
que la gente no quiere más. Sillas de oficina viejas, cacerolas abolladas,
chapas, maderas astilladas, tablones podridos, sillones rotos. Parecen las
precarias construcciones de sobrevivientes de un apocalipsis zombie. Tal vez
sean los sobrevivientes de un apocalipsis zombie. Tal vez nosotros, los que los
vemos desde el tren, nos convertimos en zombies y nadie nos dijo nada.
***
Cuando
Eva tenía 6 años su padre falleció repentinamente. Fueron al funeral de
riguroso luto pero no los dejaron entrar. La familia legítima de Duarte sólo
les permitió seguir el cortejo fúnebre mezclados entre la multitud. A María
Eva, la desigualdad le angustiaba. “Recuerdo
muy bien que estuve muchos días triste cuando me enteré que en el mundo había
pobres y había ricos; y lo extraño es que no me doliese tanto la existencia de
los pobres como el saber que al mismo tiempo había ricos” escribió María
Eva Duarte luego de haberse transformado en Eva Perón.
Eva
Perón se convirtió en primera dama a los 27 años. Además de encarnar un símbolo
social y político, Evita luchaba contra el sector que tanto había despreciado a
su madre durante toda su vida. Pero también adaptó su estilo de vida. Eva Perón
tenía su propio maniquí en la Maison Dior para que le cosieran vestidos a
medida. Era dueña de un collar birmano de rubíes y diamantes que en el 2003 se
subastó por US$ 450.000 y del broche de zafiros y diamantes que fue comprado
por un millón de dólares en 1998. Eva Perón quedaba un poco lejos de la María
Eva Duarte que se mudó con su familia de Los Toldos a Junín sin decirle nada a
nadie porque debían dinero en el pueblo.
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Pluma que vuela que en mi país
tenga gente buena. Gotas
de color que en mi país haya amor. Pimienta a medida para que mi país tenga
comida. Agua de la fuente para que mi país tenga gente decente. Dientes de ajo
que en mi país haya trabajo. Se lee en las paredes de la boletería de la
Estación María Eva Duarte, en un mural que hicieron alumnos matanceros. Las
pinturas datan de los ‘90 y están en buen estado. No hay rayas, rayones ni
miembros íntimos masculinos. Alrededor hay escombros y basura, y más escombros
y más basura. Papeles de golosinas, colillas de cigarrillos, botellas
aplastadas de gaseosa, maderas pequeñas, cañitos, preservativos, y hasta
materia en descomposición de dudosa procedencia. Desechos, mugre, suciedad,
excremento, porquería entre bocetos de manos que intentan agarrar hogazas de
pan.
Florencia Nieto
Excelente descripción de la señora del tren, Flor. Yo, que también la conocí, pude verla nuevamente en tus palabras.
ResponderEliminarMe gustó mucho aquello de ver desde la ventanilla como si se tratara de un apocalipsis zombie. ¡Buen final!
ResponderEliminarYael
Muy buena, Flor.
ResponderEliminarEsta es definitivamente mi parte favorita: "María Eva Duarte tiene una casita prolija que funciona como boletería y una casucha de la que –de vez en cuando– salen guardas y juegan a pegarle con palos a las rejas. Dicen que no pueden hablar conmigo porque están trabajando, y cuando me alejo continúan su labor de pegarle a las rejas con palos".
"Las pinturas datan de los ‘90 y están en buen estado. No hay rayas, rayones ni miembros íntimos masculinos." esta frase me hizo creer que estaba en tu mente, pensando lo que pensabas. Tocas muchos temas de una forma tan natural que me interesaron todas las historias paralelas que viajaban en el espacio y en el tiempo. Me encantó.
ResponderEliminarun viaje a un lugar silencioso, donde son más los ausentes, los que no están… y los que quedan como siempre no son los mejores. Pocas veces vi la miseria leyéndola como en este viaje, que va de un lugar donde nada hay terminado, a otro donde hay refugios en donde se abandonó la idea de construcción y de la higiene. No hay personas, lo que aumenta el silencio en el relato. No son viviendas, son huecos construidos “con cosas que la gente no quiere más”…. Y la presencia de la locura como otra arista del abandono y del arte como un sobreviviente, ese mural limpio, esperanzador en medio de tanto silencio.
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