martes, 6 de mayo de 2014

¿Quién acusó a la patota sindical?




Muchos vimos el inicio. La noticia urgente, el asesinato de un militante televisado en vivo y en directo. A partir de allí comienza ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?, como un relato policial moderno, paso a paso y con los protagonistas en la escena: piqueteros, sindicalistas, patoteros, mafiosos, violentos, familiares, abogados, fiscales y jueces comienzan a transitar por estas páginas.
Nos sumergimos en otro crimen cometido por la burocracia sindical, con la inspiración del estilo narrativo de Rodolfo Walsh en Quién mató a Rosendo.
El hilo conductor de esta crónica atraviesa los escenarios políticos de un gobierno que se autoproclamó “nacional y popular” pero que no pudo evitar la violencia sindical o la precariedad laboral de sus trabajadores, o resultó inoperante ante la burocracia y el déficit del transporte público más utilizado por la población. La muerte de un militante trotskista no fue accidental, fue el producto de esas circunstancias. No son pocos los que afirman que este suceso provocó la angustia de los últimos días de Néstor Kirchner: entre ellos, CFK y Carlos Kunkel.
En palabras del autor: “La Argentina no fue inmune a la ola de cambios que transformó los modos del trabajo en el mundo. Palabras como eficiencia, flexibilidad o ajuste barrieron con conceptos como ‘derechos’ o con consignas como ‘igual salario a igual tarea’ ”. Tal es el caso de la tercerización. Las tareas secundarias son derivadas a otra empresa, que paga menores salarios y obtiene mayores ganancias. El grupo de Ferreyra se manifestaba a favor de que incorporaran a los trabajadores tercerizados de esas empresitas satélites del ferrocarril a la planta permanente custodiada celosamente por la Unión Ferroviaria, quien basaba los ingresos en la bolsa de trabajo elaborada por el sindicato en familiares y amigos que cumplían favores e ingresaban con plenos derechos laborales. El Partido Obrero apoyaba en la pelea a los que menos salarios cobraban y perjudicaba, molestaba, a la organización gestada por Pedraza. La UF decidió dar una lección a los piqueteros y demostrar su fuerza de choque, con la lamentable consecuencia de un muerto y varios heridos de bala.
¿Y quién mejor que Diego Rojas para contarnos esta historia? El periodista porteño publica de forma habitual en el portal plazademayo.com y, a raíz de su investigación, fue llamado a declarar como testigo en el juicio que indagó el crimen.
En algunos capítulos descriptivos, en otros de investigación pura y en varios de tono intimista, los amigos, testigos o protagonistas del relato se presentan uno a uno, y en detalle, desde Damián Reynoso “el muchacho de pelo claro y anteojos de la filmación”, hasta Cristina Fernández de Kirchner.
El perfil de Mariano se descubre en los testimonios que permiten pensar un militante juvenil (en parte universitario, en parte barrial), comprometido con sus ideales políticos, que medía las consecuencias de sus actos. “El bala” o “El jefe”, como era apodado con cariño por sus compañeros, decía: “Un revolucionario tiene que sobrevivir, pero no lo digo como un canto a la vida, sino que hay que sobrevivir para seguir luchando. La muerte es lo más fácil”.
A partir de aquí se construye el ícono, el ejemplo a seguir por aquellos que comprometen sus convicciones políticas con los partidos o los movimientos de izquierda. Se transforma en el símbolo, el ejemplo del revolucionario.
Poco sabemos de Elsa Rodríguez, militante barrial trotskista que también sufre una herida de bala en la cabeza en las mismas circunstancias. Es presentada como un personaje demasiado secundario en la historia. ¿Acaso los disparos no fueron al grupo?, ¿No le tocó a uno u otro por simple azar?,  ¿Será que por ser mujer y haber sobrevivido no se transforma en ejemplo revolucionario?
El mayor logro del relato, que no deja nada sin cubrir y desenmarañar, es la investigación sobre la trama burocrática de las empresas de ferrocarriles y la mafia sindical argentina, en especial la Unión Ferroviaria. El libro contiene la única entrevista que concedió el líder del sindicato, José Pedraza (hoy preso por esta misma causa), en la que no logra despegarse de los hechos denunciados.
En la última edición “definitiva, actualizada y aumentada” se incluye un excelente anexo con desgrabaciones de las escuchas telefónicas ordenadas en la causa, y un análisis sobre el accidente ferroviario de la estación de Once en febrero de 2012.

El abuso de términos como “grupos de choque sindicales”, “mafias futbolísticas”, “aparatos punteriles de los barones del conurbano bonaerense”, “pacto de silencio”, “violencia estatal”, “compromiso revolucionario”, “brigadas antipiqueteras” y las conclusiones finales en cada capítulo hacen que el relato se vuelva un poco panfletario. Sin embargo la narración integral supera las expectativas, por la gran investigación, los testimonios de primera mano, y el conocimiento sobre la causa judicial. Ahora ya sabemos quién era y por qué murió Mariano Ferreyra.
                                                                             Gabriela Riera

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