jueves, 15 de mayo de 2014

Una dosis del "Lacra"

            

     Vas a reseñar un libro y lo primero que te piden las costumbres periodísticas es que le preguntes algo al texto, que te plantees una hipótesis y que busques respuestas a lo largo de tu disertación. Te sumerges en la web y el autor te quita el empuje, te saca la batería, cuando lo ves diciéndole a otro periodista que “las preguntas tienen inteligencia y las respuestas nunca”. Listo, puedes olvidarte de interpelar su obra. Te dices que, si la idea de reseñar un libro es exaltarlo, y  las respuestas nunca pueden ser buenas, mejor no preguntarle nada a esta obra.
            Entonces ¿a dónde apuntar? A la memoria. Si el libro es de crónicas autobiográficas, ese tiene que ser el punto de partida.
            Viene el autor y le sigue respondiendo a ese otro “La mente es una enfermedad, pero al mismo tiempo me siento como si viviera equivocado. Tengo un vicio, es así, cuando hilvano mi vida, un buen recuerdo termina en un mal recuerdo inexorablemente” Como dirían los argentinos: ¡Pucha! Segundo Strike. Prozac metafórico y seguir tipeando...
            Como joven, a veces se hace difícil pensar a un casi septuagenario “cool”, canchero, que no haya formado parte antes de Kiss, Guns 'n' roses o AC/DC. Resulta que la Argentina tiene, al menos, uno: Enrique Symns. Y no es que sea un “abuelito rock” o uno de esos que hablan todo el tiempo de “sus tiempos” y de la felicidad de aquellos olvidados días. Symns tiene otra experiencia del pasado: “se aprende del miedo y se aprende del dolor, de la dicha no se aprende nada”, le dice a Guido Carelli Lynch para la Revista Ñ.
            Outlaw, outsider y rodeado por la decadencia, dejándose consumir por ella. Así es el Symns de El señor de los venenos, editado en 2009 y reimpreso en 2013 por El cuenco de plata. Sin embargo, no se para a compadecerse de sí mismo ni pretende que el lector lo haga; aunque por momentos pueda aparecerse como un hombre brillante, condenado a la vida de la calle, las drogas y la ilegalidad, no hay espacio en este discurso para la lástima y la compadecencia. A Symns no se le quiebra la voz cuando escribe los momentos más oscuros. Esa vida turbulenta que llevó no busca tranformarse tampoco en el diario de viajero del hippie que teje pulseritas –que  alguna vez le tocó tejer– o en la evidencia y testimonio del prontuario criminal del joven delincuente –que está bastante explícitamente anotado– . Es una obra que no trata de ser todo lo que es, que no trata de ser nada más allá de sí misma y abarca mucho más allá de sus propios límites enunciativos.
            “La mayor parte de los libros transitan por las pulcras plazas de la civilización, una cantidad bastante menor se interna en los bosques donde circulan leyendas y fantasías y solamente un puñado de textos se sumerge en la selva de lo innominado y nos hace sentir la presencia exhuberante y peligrosa de aquello que crece y se manifiesta lejos de las ciudades del pensamiento.” Symns reflexiona en el prólogo a esta cuarta edición el carácter social de esta obra, que lo muestra a él como personaje principal, pero lo sitúa dentro de un mundo que puede pasar muchas veces inadvertido por el paseante que se desplaza levitando por las calles... hasta que, como a Baudelaire, se le cae la aureola; se topa con Symns (este Symns o cualquier otro) y se vuelve consciente de ese otro lado del mundo.
            El Señor de los venenos no sólo es un muestrario de drogas, escenarios oscuros, desventuras y experiencias transgresoras del orden; no es sólo el paso de un joven, que luego se convertiría en hombre, por distintos paisajes, acompañado de distintas personas (con distinto grado de moral y aprecio por el prójimo); no es, como algunas otras autobiografías, un catálogo de primeras veces; no es sólo el vertido terapéutico de este hombre, que ya bastante mayor ha decidido usar la literatura para dejar huella de su paso por este plano. Tampoco diré lo que sí es, pues la obra no merece que se la encuadre de tal forma y se le anule ese carácter anárquico que exhuma por todos lados.

            El “Lacra”, como en algún momento fuera apodado, se identifica como un depredador que no vive sino que “persiste”. Sin embargo, el que escribe, lleno de artimañas y con el amplio portafolio de tácticas de distracción, bien podría estarnos soplando confetti a la cara; después de todo, “la traición y el engaño producen un sentimiento indescriptible de satisfacción”.
                                                                                               Erika Hernández Lehmann

2 comentarios:

  1. Muy bueno el texto; yo elegí el mismo libro y si bien mi reseña es bastante diferente me siento idetificado con la mirada de Erika, esa cierta inabordabilidad (y estoy inventando un término, si me permiten) del texto de Symns.

    ResponderEliminar
  2. "Tampoco diré lo que sí es, pues la obra no merece que se la encuadre de tal forma y se le anule ese carácter anárquico que exhuma por todos lados."
    Creo que esta frase representa muy bien lo que Luciano dice y es la que a mí, como lectora, me llevaría a leer el libro que reseñás, Erika.

    ResponderEliminar