lunes, 12 de mayo de 2014

La patria fusilada: dos perspectivas

                        
                   
                                            La última prisión

Durante la toma de la cárcel de Devoto –la noche anterior al 25 de mayo de 1973, en la que asumirá el Presidente Héctor José Cámpora– cuatro detenidos se juntan en una celda, y graban un dialogo que se convertirá con su publicación en el testimonio más importante sobre la fuga del penal de Rawson y las ejecuciones posteriores por parte de la dictadura militar, el año anterior.
       Es un texto fundamental, por el  valor histórico y el trabajo periodístico. Una entrevista modelo, sobre la cual el autor Francisco Urondo dirá: ”yo quería intervenir lo menos posible, como corresponde a todo entrevistador, ¿no es cierto?,  que procura que hablen los otros”.
Pero interviene. Haciendo aclaraciones políticas –como militante que era– facilitando la fluidez del diálogo.  Paco Urondo  es un poeta,  para quien “no hay ornamentación en los hechos realmente trágicos. No necesitan ningún tipo de énfasis, especialmente cuando se ha vivido lo que ellos. Su relato tiene esa característica, esa sequedad o austeridad, de las verdaderas tragedias”.
           Alberto Miguel Camps, María Antonia  Berger y Ricardo René Haidar son tres de los diecinueve guerrilleros que se fugaron del penal de Rawson la noche del 15 de agosto de 1972. Son además, los sobrevivientes de las ejecuciones del día 22 en la Base Aeronaval Almirante Zar de Trelew.
           La fuga planificada y ejecutada por  las tres  organizaciones armadas más grandes –FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias),  Montoneros y el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) –sirvió, como lo relató Ricardo Haidar “para reconocer el valor que tiene la convivencia y la confianza entre revolucionarios” en su única acción conjunta de la guerra. El relato de la toma del penal transporta  al lector a las celdas y al frio patagónico, y a la concentración en el plan porque, según el propio Haidar, “ es una operación que tiene un neto contenido estratégico, que es el de aportar combatientes a la guerra”.
          No hay referencia a la colaboración externa, silencio que demuestra que en el momento de la entrevista aún Alberto Camps, María Berger y Ricardo Haidar corrían peligro. Se presentan como un solo ejército, con un profundo compromiso político con la causa popular.
           La entrevista  da un giro cuando Haidar, Berger y Camps cuentan los días en los calabozos de la Base Aeronaval, y describe a un enemigo feroz, desconocido para la opinión pública hasta este testimonio, que tortura  en los interrogatorios. En la figura de un oficial prófugo hoy en Miami, el ex teniente Roberto Guillermo Bravo, aparece la violencia del psicópata: “Entonces Bravo saca la pistola, la martilla y se la pone en la cabeza y le dice vas a morir hija de puta”.  
         Aparece un elemento desconocido, la justicia servil, cómplice de la tortura. Los jueces que desfilan en el relato son cómplices o empleados sin compromiso. Tienen los ojos vendados y las manos en los bolsillos. No son menos abyectos los médicos que niegan atención a los heridos.
             El patetismo de las escenas del fusilamiento sólo hay que leerlo. Hay olor a muerte en cada palabra. Mayor impacto causa la conferencia de prensa en el aeropuerto de Trelew en día 15 de agosto de 1972 a cargo de Rubén Bonet (ERP), Mariano Pujadas (Montoneros) y María Antonia Berger (FAR),  que se desarrolla con amplia cobertura periodística nacional. Y aún con esa visibilidad pública, se atrevieron a ejecutarlos. Los fusiladores tenían sin dudas la suma del poder público y no iban a renunciarlo. Regresarían en 1976.
         Esta edición incluye tres capítulos nuevos: Los caídos (II) que da cuenta del destino de los protagonistas para quienes Devoto fue la última prisión; Los Juicios, dedicado a la demora por comenzar los  procesos de Trelew (hoy ya con sentencias dictadas) y el último Los juicios (II) sobre la condena a los asesinos de Urondo.
        Suma, además notas al pie que, en su esfuerzo de no intervenir en el relato, son escasas, sino insuficientes. Así por ejemplo, se cita en cinco oportunidades  a “un personaje que era el coronel Perlinger, que decía unos cuantos bolazos… además , se ofreció también para ser rehén , decía que dejáramos salir a toda la gente y que se ofrecía el como rehén…”, sin que ello motivara ninguna nota.  Luis César Perlinger desalojó del despacho de la Casa de Gobierno al presidente Arturo Humberto Illia en la madrugada del 28 de junio de 1966. Con el tiempo se arrepintió públicamente de su actitud, le pidió disculpas personalmente al doctor Illia y se convirtió en un firme defensor de las instituciones democráticas. El 24 de marzo de 1976, cuando se produjo el último golpe de Estado que padecieron los argentinos, el coronel Perlinger fue detenido, enviado al Penal Militar de Magdalena, donde permaneció hasta marzo de 1982, y enviado con prisión domiciliaria hasta su liberación el 30 de septiembre de 1983.
        El arte militante no está ausente. En las ediciones de 1973 dos poemas de Juan Gelman, Condiciones y Glorias –que vuelven a reproducirse en la edición actual– obran de  prólogo y epílogo.    
        En la  tapa y contratapa de la edición actual hay un dibujo: La patria fusilada. Son esqueletos en el fondo de una fosa, símbolo de las matanzas y las desapariciones, y de la llegada de la verdad. Cuando se descubren las tumbas clandestinas empiezan a pagar los culpables. El dibujo es de Ángela Urondo, hija de Paco y de Alicia Cora Raboy, que desconocía su filiación y recuperó recientemente su identidad.
          Este es otro valor de ésta reedición, que a través del arte se conecta con la otra historia: la de las últimas víctimas de la dictadura.

                                                                        Daniel G. Montes


Parte de la historia


El 24 de mayo a las nueve de la noche, un día antes de que Héctor Cámpora asumiera la presidencia y los dejara en libertad, Francisco “Paco” Urondo prende el grabador en una de las pequeñas celdas de la cárcel de Villa Devoto. Durante cinco horas, delante de una mesa, entrevistará a Alberto Miguel Camps y María Antonia Berger, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y a Ricardo René Haidar, de Montoneros. Durante esas cinco horas, los cuatro permanecerán encerrados en la historia, en los días previos a aquel 22 de agosto de 1972 cuando 19 militantes fueron fusilados en el penal de Trelew. Durante esas cinco horas, no comerán, se saltearán la cena, los festejos por la libertad inminente y el canto colectivo de la marcha peronista. Durante esas cinco horas hablarán en voz muy baja, narrarán hechos terribles casi sin moverse, como si estuvieran atados al recuerdo. “Los hechos trágicos –escribe Urondo en el prólogo del libro– como toda situación difícil que se vive, tienen una limpieza muy grande. No hay ornamentaciones en los hechos realmente trágicos. No necesitan ningún tipo de énfasis, especialmente cuando se ha vivido lo que ellos. Su relato tiene esa característica, esa sequedad o austeridad, de las verdaderas tragedias. Que, más que individuales, son tragedias colectivas”.

El libro de Urondo, publicado por primera vez en los Cuadernos de Crisis en 1973, no es crónica sino entrevista y documento. Urondo parece advertirlo y quizás por eso prefiere el estilo directo, las voces de los militantes hablándole al grabador. En ningún momento relata los hechos en tercera persona, en ningún momento convierte el testimonio en narración, porque no hay precisiones sobre cómo pasó cada cosa sino versiones, puntos de vista: interviene poco, elige que la voz de los protagonistas llegue al lector sin intermediarios.

En ningún momento Urondo describe cómo son Alberto, María Antonia o Ricardo. Tampoco se describe. El lector no llega a conocer cómo son físicamente. Sólo sabe lo que dicen. Los diálogos transmiten ideas. No son personajes sino sujetos políticos, actores de la revolución.

Así, el relato polifónico adquiere valor histórico ya que es uno de los pocos registros de lo que ocurrió en ese lugar visto desde el lugar de las víctimas.

La entrevista se completa con dos poemas de Juan Gelman, uno como prólogo, otro como epílogo, la conferencia de prensa completa que brindaron en el viejo aeropuerto de Trelew Rubén Pedro Bonet (ERP), Mariano Pujadas (Montoneros) y María Antonia Berger (FAR) antes de entregarse (entre todos los apéndices, este es el más importante), la lista de los caídos (a los que en una edición más reciente, publicada por la editorial Libros del Náufrago, se le agregan los nombres y las hojas de vida de Berger, Camps, Haidar y Urondo y un comentario sobre los juicios).

El mismo recurso de relato polifónico usará la cineasta Mariana Arruti en el documental Trelew, estrenado en 2005, en el que complementa la historia de Urondo con otras voces –como el relato de Fernando Vaca Narvaja, que consiguió escaparse a Chile– y de otros militantes que quedaron presos en el penal.

Sabiendo lo que pasó, sabiendo que ninguno de los tres sabía lo que iba a pasar, al leer La patria fusilada uno siente que, sin quererlo, Urondo revela lo frágil, lo imprevisible.  
“¿Todo no estaba perdido entonces o pisoteado deshecho o roto?”, dice el poema de Juan Gelman, Condiciones, que figura como prólogo al libro.

Describe Alberto Miguel Camps la vuelta desde el aeropuerto al penal, una semana antes de que los fusilaran: “Por eso era el clima de fiesta, incluso se daban los primeros comentarios un poco en privado. ´Qué bien, qué bárbaro que se fueron los cumpas´. Todos los comentarios eran de ese tipo”. María Antonia Berger acepta: “Y estábamos contentos”.

El conocimiento de lo que pasó años después de esta entrevista –a Berger la secuestrarán en diciembre de 1979 y a Haidar en diciembre de 1982, a Camps lo balearán en agosto de 1977 y en junio de 1976 Urondo morirá tras ser detenido por la policía mendocina (si bien durante mucho tiempo se pensó que había tomado una pastilla de cianuro, en el juicio realizado en 2011 se probó que la muerte se debió exclusivamente a un culatazo que el policía Celustiano Lucero le pegó en la nuca (agrego el adverbio, porque lo del culatazo ya se sabía: la novedad es que al parecer no ingirió cianuro)– le da al relato cierto aire de tristeza. Uno no puede leerlo ignorando los hechos que se sucedieron. Uno no puede leerlo sin sentir que, a su modo, aquella noche de mayo, en esta conversación, mientras hablaban en esa celda, los cuatro militantes estaban conservando una parte de nuestra historia.

El 15 de octubre de 2012, un Tribunal Federal de Comodoro Rivadavia condenó a prisión perpetua a Emilio Del Real, Luis Sosa y Carlos Marandino como autores de 16 homicidios y tres tentativas. Los testimonios que aparecen en el libro formaron parte de la causa. 
                                                                                                       Federico Bianchini

1 comentario:

  1. Me gustaron ambas reseñas. Rescato de la de Daniel el hecho de hablar de la portada: en ninguno de mis escritos mencioné las imágenes que aparecen en los libros que elegí a pesar de ser, junto al título, lo que primero llama la atención de un lector en una librería.
    Sobre el aporte de Federico, me pareció interesante la comparación de la utilización del mismo recurso tanto en el libro como en el documental que citás :)

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