La
última prisión
Durante
la toma de la cárcel de Devoto –la noche anterior al 25 de mayo de 1973, en la
que asumirá el Presidente Héctor José Cámpora–
cuatro detenidos se juntan en una celda, y graban un dialogo que se convertirá
con su publicación en el testimonio más importante sobre la fuga del penal de Rawson
y las ejecuciones posteriores por parte de la dictadura militar, el año
anterior.
Es
un texto fundamental, por el valor
histórico y el trabajo periodístico. Una entrevista modelo, sobre la cual el
autor Francisco Urondo dirá: ”yo quería
intervenir lo menos posible, como corresponde a todo entrevistador, ¿no es
cierto?, que procura que hablen los
otros”.
Pero
interviene. Haciendo aclaraciones políticas –como militante que era–
facilitando la fluidez del diálogo. Paco Urondo es un poeta, para quien “no
hay ornamentación en los hechos realmente trágicos. No necesitan ningún tipo de
énfasis, especialmente cuando se ha vivido lo que ellos. Su relato tiene esa
característica, esa sequedad o austeridad, de las verdaderas tragedias”.
Alberto Miguel Camps, María Antonia Berger y
Ricardo René Haidar son tres de los diecinueve guerrilleros que se fugaron del
penal de Rawson la noche del 15 de agosto de 1972. Son además, los
sobrevivientes de las ejecuciones del día 22 en la Base Aeronaval Almirante Zar
de Trelew.
La fuga planificada y ejecutada
por las tres organizaciones armadas
más grandes –FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), Montoneros y el ERP (Ejército Revolucionario
del Pueblo) –sirvió, como lo relató Ricardo Haidar “para reconocer el valor que
tiene la convivencia y la confianza entre revolucionarios” en su única acción
conjunta de la guerra. El relato de la toma del penal transporta al lector a las celdas y al frio patagónico, y
a la concentración en el plan porque, según el propio Haidar, “ es una operación que tiene un neto
contenido estratégico, que es el de aportar combatientes a la guerra”.
No hay referencia a la colaboración
externa, silencio que demuestra que en el momento de la entrevista aún Alberto
Camps, María Berger y Ricardo Haidar corrían
peligro. Se presentan como un solo ejército, con un profundo compromiso
político con la causa popular.
La entrevista da un giro cuando Haidar, Berger y Camps
cuentan los días en los calabozos de la Base Aeronaval, y describe a un enemigo feroz, desconocido para la
opinión pública hasta este testimonio, que tortura en los interrogatorios.
En la figura de un oficial prófugo hoy en Miami, el ex teniente Roberto
Guillermo Bravo, aparece la violencia del psicópata: “Entonces Bravo saca la
pistola, la martilla y se la pone en la cabeza y le dice vas a morir hija de puta”.
Aparece un elemento desconocido, la
justicia servil, cómplice de la tortura. Los jueces que desfilan en el relato
son cómplices o empleados sin compromiso. Tienen los ojos vendados y las manos
en los bolsillos. No son menos abyectos los médicos que niegan atención a los
heridos.
El patetismo de las escenas del
fusilamiento sólo hay que leerlo. Hay olor a muerte en cada palabra. Mayor
impacto causa la conferencia de prensa en el
aeropuerto de Trelew en día 15 de agosto de 1972 a cargo de Rubén Bonet (ERP),
Mariano Pujadas (Montoneros) y María Antonia Berger (FAR), que se desarrolla con amplia cobertura
periodística nacional. Y aún con esa visibilidad pública, se atrevieron a ejecutarlos.
Los fusiladores tenían sin dudas la suma del poder público y no iban a
renunciarlo. Regresarían en 1976.
Esta
edición incluye tres capítulos nuevos: Los
caídos (II) que da cuenta del destino de los protagonistas para quienes
Devoto fue la última prisión; Los Juicios,
dedicado a la demora por comenzar los
procesos de Trelew (hoy ya con sentencias dictadas) y el último Los juicios (II) sobre la condena a los
asesinos de Urondo.
Suma, además notas al pie que, en su
esfuerzo de no intervenir en el relato, son escasas, sino insuficientes. Así
por ejemplo, se cita en cinco oportunidades
a “un personaje que era el coronel
Perlinger, que decía unos cuantos bolazos… además , se ofreció también para ser
rehén , decía que dejáramos salir a toda la gente y que se ofrecía el como
rehén…”, sin que ello motivara ninguna nota. Luis César Perlinger desalojó del despacho de
la Casa de Gobierno al presidente Arturo Humberto Illia en la madrugada del 28
de junio de 1966. Con el tiempo se arrepintió públicamente de su actitud, le
pidió disculpas personalmente al doctor Illia y se convirtió en un firme
defensor de las instituciones democráticas. El 24 de marzo de 1976, cuando se
produjo el último golpe de Estado que padecieron los argentinos, el coronel
Perlinger fue detenido, enviado al Penal Militar de Magdalena, donde permaneció
hasta marzo de 1982, y enviado con prisión domiciliaria hasta su liberación el
30 de septiembre de 1983.
El arte militante no está ausente. En las ediciones de 1973 dos poemas
de Juan Gelman, Condiciones y Glorias –que vuelven a reproducirse en
la edición actual– obran de prólogo y
epílogo.
En
la tapa y contratapa de la edición
actual hay un dibujo: La patria fusilada. Son esqueletos en el fondo de una fosa,
símbolo de las matanzas y las desapariciones, y de la llegada de la verdad.
Cuando se descubren las tumbas clandestinas empiezan a pagar los culpables. El
dibujo es de Ángela Urondo, hija de Paco
y de Alicia Cora Raboy, que desconocía su filiación y recuperó recientemente su
identidad.
Este es otro valor de ésta reedición,
que a través del arte se conecta con la otra historia: la de las últimas
víctimas de la dictadura.
Daniel
G. Montes
Parte
de la historia
El 24 de mayo a
las nueve de la noche, un día antes de que Héctor Cámpora asumiera la
presidencia y los dejara en libertad, Francisco “Paco” Urondo prende el
grabador en una de las pequeñas celdas de la cárcel de Villa Devoto. Durante
cinco horas, delante de una mesa, entrevistará a Alberto Miguel Camps y María
Antonia Berger, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y a Ricardo René
Haidar, de Montoneros. Durante esas cinco horas, los cuatro permanecerán
encerrados en la historia, en los días previos a aquel 22 de agosto de 1972
cuando 19 militantes fueron fusilados en el penal de Trelew. Durante esas cinco
horas, no comerán, se saltearán la cena, los festejos por la libertad inminente
y el canto colectivo de la marcha peronista. Durante esas cinco horas hablarán
en voz muy baja, narrarán hechos terribles casi sin moverse, como si estuvieran
atados al recuerdo. “Los hechos trágicos –escribe Urondo en el prólogo del
libro– como toda situación difícil que se vive, tienen una limpieza muy grande.
No hay ornamentaciones en los hechos realmente trágicos. No necesitan ningún
tipo de énfasis, especialmente cuando se ha vivido lo que ellos. Su relato
tiene esa característica, esa sequedad o austeridad, de las verdaderas
tragedias. Que, más que individuales, son tragedias colectivas”.
El libro de
Urondo, publicado por primera vez en los Cuadernos de Crisis en 1973, no es crónica sino entrevista y documento. Urondo
parece advertirlo y quizás por eso prefiere el estilo directo, las voces de los
militantes hablándole al grabador. En ningún momento relata los hechos en
tercera persona, en ningún momento convierte el testimonio en narración, porque
no hay precisiones sobre cómo pasó cada cosa sino versiones, puntos de vista:
interviene poco, elige que la voz de los protagonistas llegue al lector sin
intermediarios.
En ningún
momento Urondo describe cómo son Alberto, María Antonia o Ricardo. Tampoco se
describe. El lector no llega a conocer cómo son físicamente. Sólo sabe lo que
dicen. Los diálogos transmiten ideas. No son personajes sino sujetos políticos,
actores de la revolución.
Así, el relato
polifónico adquiere valor histórico ya que es uno de los pocos registros de lo
que ocurrió en ese lugar visto desde el lugar de las víctimas.
La entrevista se
completa con dos poemas de Juan Gelman, uno como prólogo, otro como epílogo, la
conferencia de prensa completa que brindaron en el viejo aeropuerto de Trelew
Rubén Pedro Bonet (ERP), Mariano Pujadas (Montoneros) y María Antonia Berger
(FAR) antes de entregarse (entre todos los apéndices, este es el más
importante), la lista de los caídos (a los que en una edición más reciente,
publicada por la editorial Libros del Náufrago, se le agregan los nombres y las
hojas de vida de Berger, Camps, Haidar y Urondo y un comentario sobre los
juicios).
El mismo recurso
de relato polifónico usará la cineasta Mariana Arruti en el documental Trelew, estrenado en 2005, en el que
complementa la historia de Urondo con otras voces –como el relato de Fernando
Vaca Narvaja, que consiguió escaparse a Chile– y de otros militantes que quedaron
presos en el penal.
Sabiendo lo que
pasó, sabiendo que ninguno de los tres sabía lo que iba a pasar, al leer La patria fusilada uno siente que, sin
quererlo, Urondo revela lo frágil, lo imprevisible.
“¿Todo no estaba perdido entonces o
pisoteado deshecho o roto?”, dice el poema de Juan Gelman, Condiciones,
que figura como prólogo al libro.
Describe Alberto
Miguel Camps la vuelta desde el aeropuerto al penal, una semana antes de que
los fusilaran: “Por eso era el clima de fiesta, incluso se daban los primeros
comentarios un poco en privado. ´Qué bien, qué bárbaro que se fueron los
cumpas´. Todos los comentarios eran de ese tipo”. María Antonia Berger acepta:
“Y estábamos contentos”.
El conocimiento
de lo que pasó años después de esta entrevista –a Berger la secuestrarán en diciembre
de 1979 y a Haidar en diciembre de 1982, a Camps lo balearán en agosto de 1977
y en junio de 1976 Urondo morirá tras ser detenido por la policía mendocina (si
bien durante mucho tiempo se pensó que había tomado una pastilla de cianuro, en
el juicio realizado en 2011 se probó que la muerte se debió exclusivamente a un
culatazo que el policía Celustiano Lucero le pegó en la nuca (agrego el
adverbio, porque lo del culatazo ya se sabía: la novedad es que al parecer no
ingirió cianuro)– le da al relato cierto aire de tristeza. Uno no puede leerlo
ignorando los hechos que se sucedieron. Uno no puede leerlo sin sentir que, a
su modo, aquella noche de mayo, en esta conversación, mientras hablaban en esa
celda, los cuatro militantes estaban conservando una parte de nuestra historia.
El 15 de octubre de 2012, un Tribunal Federal de
Comodoro Rivadavia condenó a prisión perpetua a Emilio Del Real, Luis Sosa y
Carlos Marandino como autores de 16 homicidios y tres tentativas. Los
testimonios que aparecen en el libro formaron parte de la causa.
Federico Bianchini
Me gustaron ambas reseñas. Rescato de la de Daniel el hecho de hablar de la portada: en ninguno de mis escritos mencioné las imágenes que aparecen en los libros que elegí a pesar de ser, junto al título, lo que primero llama la atención de un lector en una librería.
ResponderEliminarSobre el aporte de Federico, me pareció interesante la comparación de la utilización del mismo recurso tanto en el libro como en el documental que citás :)